lunes, 29 de abril de 2019

La escuela no educa sola. Rodrigo Juan García José Luis Pazos.

En el ámbito familiar hemos aprendido lo que significan autoridad, jerarquía, amor, respeto, colaboración, la libertad y su carencia e, incluso, hemos ‘sentido’ la represión. En el grupo de iguales nos hemos acercado al valor de las reglas y los acuerdos, hemos sentido inquietud ante la arbitrariedad, conversamos, disfrutamos de las relaciones y también hemos sufrido la presión del grupo; aprendemos a confiar y a desconfiar, incluso de nosotros mismos, y a disfrutar con una afición compartida. Otros muchos aprendizajes los hemos alcanzado en contextos vitales diferentes: en el club deportivo del barrio, en el centro cívico/cultural, al participar en la organización de algún festejo, alguna efeméride, un campeonato… Podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que nuestro itinerario formativo ha sido y sigue siendo complejo y pluricontextual.
La educación de cada joven se conforma con actuaciones diversas, a veces, algo caóticas, de influencias colectivas y personales, sistemáticas e informales, desplegadas en distintos entornos y por diferentes agentes. En este entramado de relaciones significativas, las instituciones escolares constituyen una de estas agencias, muy relevantes, por cierto, pero ni son las únicas, ni tienen el monopolio de la función educadora.
La ciudadanía en su totalidad (profesorado, familias, agentes sociales, administraciones, servicios, empresas…), es responsable de la educación de cada joven; la educación no es una tarea aislada de un docente, un determinado contexto o una sola institución. Nos guste más o menos, la ‘cadena de montaje’ de Tiempos Modernos hoy no sirve de metáfora. La labor acordada, interconectada y ordenada con la colaboración de agentes e instituciones puede ser la nueva referencia.
No parece, sin embargo, que prestemos mucha atención a los anuncios que hacen los distintos líderes políticos sobre su concepción de escuela, barrio, ocio, ciudad… Si partimos de la evidencia de que la escuela no educa sola y que la educación se forja en la convivencia de distintos entornos de relación, tendríamos que descubrir, en lo que se ‘pregona’ o analizando lo realizado en el ejercicio de las responsabilidades de gobierno, la concepción de educación y la visión de cada partido político sobre la escuela y su función educadora. Nos estamos jugando la formación y el futuro de nuestros jóvenes.
Debemos identificar si las declaraciones de los líderes políticos abogan, o no, por medidas dirigidas a promover entramados educativos que vayan más allá de la escuela. Dicho de otra manera, cuáles son sus planes para convertir edificios, calles, parques… en barrios, pueblos y ciudades educadoras.
Pero todos estos postulados ¿Son detectables en los discursos y programas electorales? Quizá necesitemos algunos indicadores y a ellos nos vamos a referir.
Al escuchar, por ejemplo, el discurso de un representante político se puede descubrir si apuesta por una escuela de gestión pública, de todos, participada por la comunidad educativa, y corresponsable, junto a otros agentes educadores, de la formación académica y para el ocio de los más jóvenes. O si, por el contrario, se inclina por favorecer una institución ‘encapsulada’, donde acuden los estudiantes, después de consumir tiempo de transporte, sin relación con su entorno, y donde las familias y la comunidad educativa asumen un papel de ‘comparsa’ o, a lo sumo, de consumidores eximidos de cualquier responsabilidad en el proceso de formación de sus menores. Este primer dato, ya nos informa del modelo de escuela que se defiende y para qué propósito se solicita nuestro voto.
El valor que se otorga a la colaboración dentro y fuera de la escuela es otro indicador. Si se defiende la transformación de los barrios en entornos amigables, donde proliferen espacios educativos y formativos de ocio seguro, creativo y solidario, o se pretende su conversión en ‘dormideros’ para la población trabajadora, o ‘parques comerciales y temáticos’ para el turismo.
Otra información valiosa sería identificar si un determinado candidato aboga por defender una zona única de escolarización y que algunas instituciones educativas, consideradas de ‘élite’, consoliden la selección de sus estudiantes; o si defiende una escolarización zonal, por barrios, distritos… donde las comisiones de escolarización, con participación de las comunidades educativas y de otros agentes sociales, equilibren necesidades y ofertas de plazas. Esta acción colegiada, por cierto, sería una oportunidad para construir ese barrio educador que necesitamos, recordemos la evidencia de que… la escuela no educa sola.
Somos los ciudadanos y ciudadanas quienes debemos decidir lo que nos conviene. Es fundamental comprobar si un programa o una práctica política permiten que la escuela y su entorno, de manera dialogada, se comprometan con un futuro justo y de convivencia para todos. Esto es, en definitiva, el valor que encierra la educación. La institución escolar se ocupa de una parte de esta tarea, tratando de ejercerla de manera científica, rigurosa y sistemática pero, ni mucho menos lo puede conseguir sola, y, menos aún, sin la labor de las familias y de otros agentes y entornos del contexto más próximo, pues los aprendizajes promovidos estarían descarnados, ‘sin alma’, más propios de una sociedad egoísta de sujetos aislados.
La sociedad demanda cada vez más contenidos que incorporar en el currículo escolar. La escuela se ve desbordada porque los tiempos lectivos se antojan insuficientes para poder desarrollarlos de forma adecuada y trata de priorizar, sin casi autonomía para hacerlo por estar supeditada al mandato legislativo de turno desde el que se impulsa unas áreas de conocimiento y se relegan otras. En la actualidad, el discurso de potenciar lo que ha venido en denominarse materias troncales, entre las que se ha incluido el dominio del inglés casi de forma obsesiva, ha traído consigo que la educación integral de nuestros menores se vea seriamente amenazada. Las áreas vinculadas con las enseñanzas artísticas y deportivas son las más perjudicadas, aunque otras tampoco escapan al daño más o menos intenso. Ante esta realidad, la escuela demuestra, de nuevo, por qué no puede educar sola. Las familias, enfrentadas a este panorama, buscan fuera de la escuela cómo complementar lo que ésta ya se ve incapaz de asumir por una incorrecta configuración del currículo formal y de los tiempos escolares que se destinan a este.
Es imprescindible que repensemos en los desequilibrios actuales y exijamos a quienes nos quieren gobernar soluciones reales a la situación creada. Debemos revisar sus programas electorales, apoyar con el voto aquellos que nos propongan mejorar en favor del bien común nuestra escuela y nuestra sociedad. Y luego exigirles que lo cumplan.
Rodrigo J. García y José Luis Pazos. Miembros del Foro de Sevilla.

miércoles, 10 de abril de 2019

Educar desde las fortalezas. Por Margarita Tarragona.


Centrarse en las capacidades de cada uno para ampliarlas y aprovecharlas al máximo permite obtener mejores calificaciones y, sobre todo, hace que nuestros hijos crezcan como personas más completas y felices.

En la escuela de mis hijos, los padres se entrevistan con los maestros al menos una vez al año. Cuando eran pequeños, yo siempre iba. Ahora que son adolescentes, quise concertar una cita para reunirme con ellos, y mi hijo me dijo: “no, mamá; no hace falta que hables con los profes. Esas reuniones son solo para los que tienen problemas en el colegio”. No sé cómo llegó a esa conclusión, pero, por lo visto, él ha captado la idea de que solo vale la pena hablar de lo que no va bien, que lo que funciona no necesita mayor atención.

Nuestra cultura en general –y especialmente los sistemas educativos– tienden a centrarse en nuestros puntos débiles, en lo que va mal y es necesario corregir.

Cambiar el foco: de corregir los fallos a aprovechar los aciertos
Parece que nuestra tendencia automática es dar por hecho lo bueno y dedicar nuestras energías a subsanar los déficits. Evidentemente, corregir lo que está mal es importante. Si hay una grieta en una carretera, hay que arreglarla para evitar accidentes; y si un paciente tiene apendicitis, sería absurdo que el médico le dijera: “mire, el corazón lo tiene muy bien, así que céntrese en eso”. Pero muchas áreas de la experiencia humana no son como la ingeniería o la medicina.

En la familia, las organizaciones y las escuelas, notar y construir sobre lo que funciona bien puede ser enormemente productivo.

Psicología positiva: la ciencia sobre el cultivo de la felicidad
La psicología positiva es el estudio científico de los factores que contribuyen a la felicidad y el bienestar y a que vivamos con plenitud. Esta disciplina se está aplicando especialmente en el área de la educación; incluso se habla de “educación positiva” para referirse a una educación que incluye tanto las habilidades académicas tradicionales como las habilidades para cultivar la felicidad.

En su libro Flourish (2011), el doctor Martin Seligman cuenta que ha preguntado a miles de padres y madres qué es lo que más desean para sus hijos; y las respuestas generalmente son “felicidad”, “confianza en ellos mismos”, “plenitud”, “satisfacción”, “equilibrio”, “salud”, “amor”… Y cuando les pregunta qué se enseña en las escuelas, responden: “a tener éxito”, “habilidades de pensamiento”, “a leer y escribir”, “a trabajar”.

Seligman y su equipo de investigadores piensan que es posible mantener la calidad académica y, además, enseñar a los niños a vivir con plenitud –a “florecer”, como él dice–. Por ello, han desarrollado programas para implementar la educación para el bienestar en las escuelas.

La emoción positiva es vital para la excelencia
Experimentar emociones positivas en la escuela hace que los alumnos obtengan mejores resultados académicos.

Una razón para cultivar la felicidad de los niños y los jóvenes en la escuela es que, en sí misma, es un fin valioso; otra razón, menos obvia, es que hay evidencia científica de quelos alumnos que están contentos en el colegio aprenden más y tienen un mejor desempeño.

La doctora Barbara Fredrickson, investigadora de la Universidad de Carolina del norte en Chapel Hill (EE. UU.), ha observado que cuando las personas experimentan emociones positivas –como la alegría, el entusiasmo, la curiosidad, el amor, la serenidad, la gratitud...–, hay cambios medibles en ciertos aspectos de su funcionamiento cognitivo. Por ejemplo, están más abiertas a la información nueva, tienen mejor memoria, mayor expresividad verbal y más capacidad para ver las cosas de manera global.

Además, al experimentar más emociones positivas, también tendemos a confiar más en las otras personas. Las emociones positivas ayudan a ser más resilientes, lo que permite afrontar los retos con mayores posibilidades de éxito y tener un mejor desempeño académico.

¿Cómo aplicar la psicología positiva en educación?
Ayudar a las personas a conocer y a aprovechar sus fortalezas de carácter es una de las mejores maneras de promover la positividad.

Las fortalezas de carácter son aquellas cualidades morales que podemos desarrollar o cultivar. Los investigadores Christopher Peterson Martin Seligman han encontrado 24 fortalezas de carácter; entre ellas, la curiosidad e interés por el mundo, el amor por el aprendizaje, el buen juicio, el ingenio, la inteligencia social, personal y emocional; la capacidad de poner las cosas en perspectiva, la valentía, la perseverancia, la diligencia, la honestidad, la generosidad, la capacidad de amar, el sentido del deber, la justicia, la capacidad de liderazgo, el autocontrol, la discreción, la gratitud, la esperanza, el optimismo, el perdón, el sentido del humor o el entusiasmo.

Una de las aplicaciones más importantes de la psicología positiva en la educación consiste en reconocer las fortalezas de todos los integrantes de una escuela –desde la directora, los maestros y los alumnos hasta el personal administrativo– para aprovecharlas al máximo. Puede ser el primer paso para un cambio en la atmósfera de la escuela y en las vivencias cotidianas de alumnos y docentes.

Educando desde las fortalezas: un modelo de cinco pasos
Los especialistas en educación John Yeager, Sherri Fisher y David Shearon han desarrollado un modelo educativo basado en las fortalezas. En su libro Smart Strengths(2011) describen las cinco fases de este abordaje:
1. Reconocer las fortalezas
Entrenarnos para ser conscientes de lo que hace bien cada persona, aquello en lo que sobresale, en vez de centrarnos en sus fallos.
2. Gestionar las fortalezas
Se pueden combinar, aprovechar y promover para obtener lo mejor de cada alumno.
3. Abogar por las fortalezas
Conversar con los alumnos sobre sus capacidades y habilidades, a fin de saber cómo se manifiestan en diferentes actividades y situaciones.
4. Relacionarse desde las fortalezas
Construir relaciones en las que podamos manifestarlas y conectarlas con las de los demás.
5. Entrenar a los demás
Una vez que conocemos y aprovechamos nuestras fortalezas, podemos ayudar a los demás a hacer lo mismo.
John Yeager y sus colaboradores resaltan que, para ayudar a los niños a trabajar con sus fortalezas, los adultos involucrados en su educación deben conocer las suyas propias. La forma más sencilla de lograrlo es simplemente ponernos unas “gafas de aprecio” y proponernos notar y observar lo mejor de cada uno.

¿Cómo detectar las fortalezas de carácter?
Existen herramientas cuantitativas muy útiles para evaluarlas, como el cuestionario VIA de fortalezas de carácter. Se trata de una prueba sencilla, con traducción al español que se puede realizar gratuitamente por Internet; hay una versión para adultos, otra para adolescentes y otra para niños.

Finalmente, te invito a recordar tus días de escuela desde el ángulo de las fortalezas.Piensa en alguna época o evento de tu vida escolar –puede ser todo un curso o un día específico– en el que te sintieras especialmente bien:

·    ¿Qué contribuyó a que fuera una buena época o un buen momento para ti? ¿Crees que demostraste una de tus fortalezas? ¿Cuál? ¿Quién lo notó o apreció?
·    Recuerda a algún maestro o maestra que consideraras especialmente bueno. ¿Crees que notaba las fortalezas de los alumnos? ¿Apreciaba alguna de las tuyas? ¿Alguna vez te comentó algo o te lo hizo notar? ¿Cuáles crees que eran algunas de las fortalezas de ese maestro o maestra especial?
·    Piensa en dos de tus mejores amigos de la escuela. ¿Cuáles crees que eran dos de sus fortalezas de carácter? ¿Cómo se manifestaban en su trabajo escolar? ¿Y en su relación contigo?
·    Si hoy pudieras volver a la escuela, ¿cuáles de tus fortalezas te gustaría que alguien notara y te ayudara a cultivar? Y, si tienes hijos, ¿qué fortalezas ves en ellos que quisieras que se siguieran desarrollando en la escuela?

Educar a partir de nuestras virtudes y las de los demás es, en definitiva, favorecer la autoestima necesaria para ser felices.

jueves, 4 de abril de 2019

La educación desde lo cotidiano. Carlos Aldana.


Es en las microrealidades de la vida cotidiana donde se encuentra la enorme fuente de educación. Es en la vida cotidiana donde nos educamos, donde aprendemos a transformarnos.

No es la clase, no es el contenido, ni siquiera el método o la técnica. Lo que educa, en el sentido de crear transformaciones intelectuales, actitudinales o emocionales, es el conjunto de pequeñas situaciones que vivimos en el día a día. Educamos desde el intercambio entre personas.

Educatividad es un viejo concepto, poco discutido en la actualidad, pero que vale la pena tener presente por su gigantesca presencia en la vida pedagógica. Se refiere a la capacidad de educar. Es decir, a la capacidad de influir que puede tener una persona o un elemento no humano (pero que siempre está mediado por la mano humana, por ejemplo, la capacidad transformadora de un libro, un vídeo o una canción de Serrat).

Desde una perspectiva muy tradicionalista, este concepto fue asignado exclusivamente a docentes (o maestros, o enseñantes, o profesores, etcétera) y se fue dejando de comprenderlo o ubicarlo en dos ámbitos. En primer lugar, el de las personas que influyen, que cambian a los demás, que generan transformaciones, que educan, pero fuera de la institución escolar. Y en segundo plano, se dejó de comprender que, hechos, factores, elementos, objetos o situaciones (sin intencionalidad educativa desde alguna persona), también causan influencias y cambios que pueden llamarse educativos. En otras palabras, la educatividad de la vida en su conjunto.
Y, como consecuencia, dejamos de comprender y convencernos de que en las microrealidades de la vida cotidiana se encuentra la enorme fuente de educación, esa que todos los días la tenemos a la mano y no es motivo de reflexiones, diseños o análisis pedagógicos, mucho menos causa de esfuerzos curriculares o de consideración evaluativa. Y, sin embargo, desde el saludo inicial, hasta la mirada con la que despedimos a nuestros estudiantes cuando dejan el espacio en el que ejercemos de profesores, tenemos un sistema de interacciones muy influyente e impactante en la vida de ellas y ellos, mucho más que nuestros discursos emocionados, que nuestras sabias y preparadas clases magistrales, o que nuestras presentaciones audiovisuales. Pero como hemos ido abandonando la comprensión de que la educación surge del intercambio y la interrelación, apagamos los focos de nuestra atención a ese ecosistema diario y nos concentramos en el momento didáctico.

En el discurso dominante de las competencias y los estándares no existe posibilidad de que alguna consideración y valoración se tenga hacia la calidad y profundidad de las relaciones que se crean en el entorno del aula y de la institución. Solo tienen valor las acciones, recursos y métodos que hagan posible las respuestas esperadas (con un lenguaje previamente asumido, técnico, inflexible), esas que pueden ser motivo de medición cuantitativa, que todo mundo tiene que saber dar. Como lo que importa es lo que se ve y mide, entonces la afectividad, emocionalidad y subjetividad de lo cotidiano queda fuera de toda estima y de toda atención. ¡Semejante despropósito!

No se le asigna ningún valor pedagógico a lo que realmente tiene valor para la vida, y se coloca en la cima de los tesoros pedagógicos, a las conductas observables y medibles que resultan de un esfuerzo específico, puntual, didáctico, pero que con el paso del tiempo serán olvidadas o abandonadas por desuso o desinterés.
La sensación de sentirse escuchado, respetado, valorado, atendido y afirmado, la empatía en las interrelaciones, la manera como se resuelve una situación difícil, la forma de corregir que no abandona la dignidad y el buen trato (pero tampoco la firmeza), el estímulo, la cero tolerancia ante el irrespeto y la burla, constituyen ingredientes de la educatividad de lo cotidiano.
Y es que tampoco olvidemos que lo empaquetado y medible es más fácil. Construir entornos de discusión, diálogo horizontal y transferencia de poder es mucho más complicado y difícil. Pero la vida es así. La cotidianidad es la vida. Pero es allí donde nos educamos, donde aprendemos a transformarnos.