viernes, 28 de septiembre de 2018

LAS EMOCIONES SÍ IMPORTAN A LA HORA DE APRENDER. Por Marta Grañó.

La ciencia ha demostrado que el cerebro humano es plástico. El cerebro humano se adapta a la actividad que la persona realiza y puede cambiar su estructura de forma visible. El cerebro se va esculpiendo a lo largo de la vida con lo que la persona siente, piensa y hace. Y esta plasticidad del cerebro es especialmente importante en los primeros años de vida.
Uno de los grandes estímulos de realizar un trabajo de doctorado es  poder analizar estudios realizados en diversas ramas científicas. Aportan resultados que pueden resultar sorprendentes, como el que expongo: en educación las emociones sí importan.
El cariño puede acelerar el crecimiento del cerebro. El afecto hacia los niños puede determinar de manera muy significativa su desarrollo. Y si la actitud afectiva influye en la formación del cerebro, es un aspecto que la educación debe tener en cuenta.
Resulta más importante el modo de educar en los primeros años de vida que en etapas posteriores. Los primeros años de vida de los niños van a ser decisivos para determinar su futuro. La educación que reciban en este período va a ser vital. Y debemos recordar que la educación la reciben a través de una doble vía: la educación formal en la escuela y la educación no formal en su entorno directo, básicamente la familia.
Desde la neurociencia y desde la economía de la educación, me permito destacar dos aspectos de la educación no formal que resultan determinantes en el desarrollo de una persona.
El cariño influye en el desarrollo del hipocampo
La neurociencia nos ha mostrado que el cerebro es un órgano plástico y moldeable. La interacción de los adultos con los niños y el cariño que se les dedica es determinante en el desarrollo de su cerebro.
El profesor de neurobiología de la Universidad McGill Michael Meaney demostró, con sus investigaciones, cómo influye el cuidado de las madres en el cerebro de sus crías. El experimentó se realizó con ratas. Las madres ratas que lamían más a sus crías provocaban cambios en ellas que se traducían en la generación de más neuronas y en un mayor desarrollo de la parte del cerebro que regula la memoria o el aprendizaje (hipocampo).
Lo mismo se demostró unos años más tarde con humanos en un estudio llevado a cabo en por la Dra. Joan Luby en la Universidad de Washington, demostrando la influencia que tiene el cariño en el desarrollo del cerebro humano.
Es la denominada plasticidad cerebral y pone de manifiesto la capacidad del cerebro de cambiar según la experiencia vivida.
El cariño puede acelerar el crecimiento del cerebro. Por ello, más allá de contenidos académicos tradicionales, de enseñar a leer, de enseñar a sumar y restar… las investigaciones nos muestran que el afecto es un instrumento enormemente poderoso en el desarrollo cerebral y cognitivo de los niños.
La familia influye en el desarrollo del lenguaje
Otra prueba de cómo afecta el entorno del niño en su educación nos la ofrecen los estudios de James Heckman, premio Nobel de Economía del año 2000, sobre la calidad del ambiente educativo familiar.
Entre sus múltiples trabajos, encontramos un estudio sobre la influencia de la calidad educativa en la familia. Heckman ha proclamado siempre que la primera causa de desigualdad entre las personas la constituye el “accidente del nacimiento”. Nacer en una determinada familia condiciona enormemente el futuro de un niño. Y dentro de sus investigaciones, ha demostrado que un niño que crece en una familia con padres con formación universitaria escucha de media 2.153 palabras por hora. Un niño con unos padres con la formación obligatoria escucha un promedio de 616 palabras por hora.
El impacto del tiempo pasado con los niños, así como el lenguaje que escuchan van a incidir como factor que facilitará en mayor o menor medida su formación. La habilidad en la comunicación y el modo de desarrollar el lenguaje del niño está enormemente influida por su entorno. Y aunque en el aula todos los niños escuchan lo mismo, fuera del aula las diferencias son significativas.
Son tan solo dos ejemplos de cómo la educación va más allá de los contenidos académicos –a los cuales no niego su razón de ser-. Sabemos, como sociedad, que existen otros aspectos que pueden llegar a ser muy  determinantes en el futuro de los niños. El hecho de que el cerebro sea plástico tiene implicaciones educativas. Las emociones son reacciones que contribuyen al desarrollo de la persona.
Por ello… las emociones importan
La Fundación Botín desarrolló, en 2008, un análisis internacional muy completo sobre educación emocional. Sus conclusiones fueron claras: la educación emocional afecta al desarrollo de los alumnos, ya que incentiva su motivación, predispone a actitudes más positivas, mejoran sus relaciones y obtienen mejores resultados académicos.
Para conseguir que un niño crezca, en toda la dimensión de la palabra, no basta con la adquisición de conocimientos. Generar un clima emocional positivo también va a influir en su desarrollo. Porque no hablamos de utopías, hablamos de aspectos físicos cuantificables en nuestro cerebro. Si la educación debe ser un proceso de aprendizaje para la vida, las emociones sí importan.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Niños complacientes: no es oro todo lo que reluce. POR CAROLINA PINEDO.



Un entorno demasiado exigente, la baja autoestima y el miedo al rechazo social, causas para que un niño sobrepase los límites sanos de la complacencia.

La idea del hijo perfecto resulta una utopía que puede crear más de una frustración. Ese anhelo puede ser el caldo de cultivo para crear un niño demasiado complaciente o “centrado en las demandas externas y desconectado de sus propios deseos y necesidades, porque está volcado en cumplir lo que se espera de él y tiene dificultades para decir no”, explica Tristana Suárez, psicóloga clínica e infantil y terapeuta Gestalt.

Un niño complaciente puede dar la primera impresión de ser tratable y educado, pero tras el telón, la realidad es distinta porque “antepone a los demás a sí mismo y por lo tanto reprime gran parte de sus emociones, sobre todo las negativas o que provocan rechazo social, como la rabia, la angustia o la tristeza” aclara Tristana Suárez.
Otros rasgos que definen el perfil de un niño complaciente son que “suelen ser tímidos, y prefieren rehuir los conflictos a afrontarlos con valentía. Por otro lado, hay que tener en cuenta que muchos de estos niños mantienen su actitud de excesiva complacencia debido a la inyección de apoyo de esa actitud que les aportamos los adultos al decirles que son muy buenos y obedientes”, comenta Iván Carabaño, médico adjunto del servicio de pediatría en el Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid.
Pero, ¿cuál es la diferencia entre una complacencia infantil sana y otra que esconde cuestiones psicológicas que crean en el niño frustración e infelicidad? “Los niños amables alternan el comportamiento complaciente con la expresión de sus gustos y preferencias. Se diferencia de una actitud pasiva, con la que dejan que los demás elijan y opinen por ellos”, aclara Carabaño.

Caldo de cultivo para los niños complacientes.
El ambiente en el que se desenvuelve un niño condiciona el hecho de que se convierta en una persona demasiado complaciente, como en el caso de “los entornos muy exigentes o las familias en las que los adultos están sobrepasados por sus circunstancias vitales y no gestionan de manera equilibrada sus responsabilidades. También es frecuente que, ante el sufrimiento de los padres, los niños complacientes adopten una conducta protectora hacia ellos, como si se dijeran, yo no voy a darte más problemas de los que ya tienes” explica la psicóloga Tristana Suárez.
Otros factores que influyen para que un niño sea demasiado complaciente son:
La baja autoestima. El niño/a intenta agradar y recibir elogios con su conducta para compensar sus sentimientos de resultar inadecuado.
La intolerancia a la frustración y las críticas. Por ello no soportan los fallos que pongan en entredicho su baja autoestima frente a terceros.
El exceso de exigencia por temor a decepcionar a unos padres que depositan demasiadas expectativas en sus hijos.
El miedo al rechazo social también favorece la aparición de comportamientos demasiado complacientes en los hijos, como en el caso de niños que han sufrido acoso o exclusión, son muy tímidos, temen los conflictos y se adaptan al medio social hasta convertirse en invisibles, a costa de hacer todo lo que se les pide para ser aceptados.
Los proyectos frustrados de los padres suelen estar detrás de un niño que trata de complacer, a costa de negarse a sí mismo. Como en el caso de aprender a tocar un instrumento que no le motiva o cursar estudios inacabados de los progenitores.
Padres que cargan a sus hijos con sus inseguridades para compensar sus propios sentimientos de inferioridad. Educan a sus hijos para alimentar su orgullo y así anulan la personalidad real de los niños.
Una vez que se detecta que el niño es demasiado complaciente porque detrás hay cuestiones psicológicas por resolver, ¿qué pueden hacer los padres para ayudar a su hijo a superar la situación? El pediatra Iván Carabaño aconseja:
  • Animar a los hijos a que expresen sin miedo sus preferencias y que las defiendan con respeto y sentido común.
  • Evitar tachar de desobedientes a los hijos por expresar una opinión diferente de la de los padres.
  • Motivar a los niños para que sean comunicativos con su mundo interior. Evitar el mutismo y el autoritarismo excesivo.
  • Plantear la vida en familia como una democracia, donde los hijos tengan derecho a expresarse.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Los niños aprenden imitándote. POR MARTA DORMAL.



El cariño y respeto son habilidades que se aprenden desde la primera infancia y que se rentabilizan en la vida adulta.

Los niños veían la televisión. La pantalla mostraba una película en la que un hombre golpeaba y daba patadas a una muñeca llamada Bobo. Tras esas imágenes, se les entregó a los pequeños una muñeca similar y ellos reprodujeron el mismo comportamiento violento que habían visto. Corría el año 1963 y todo era parte de un experimento que ayudó al célebre psicólogo canadiense Albert Bandura a formular la teoría del aprendizaje social, una de las más influyentes a la hora de explicar la importancia de la observación en el proceso de aprendizaje. Hoy en día, nadie duda de que los niños aprenden comportamientos observando e imitando a los demás y por ello vigilamos que las películas que ven sean las adecuadas para su edad, exigimos horarios infantiles en la televisión o ponemos controles parentales a los dispositivos electrónicos. Pero, como padres y cuidadores, ¿hacemos algo con nosotros mismos?
 “¡No seas bobo, si bajas las escaleras así te vas a acabar cayendo!”. “¡Qué desordenado eres! Recoge ya tus juguetes”. Comentarios como estos, que buscan reforzar guías de comportamiento o de seguridad en los niños, son más habituales de lo deseado, aunque sabemos que hay que tratar de controlarlos; cada vez somos más conscientes de que las críticas de los padres y cuidadores desempeñan un papel fundamental en el desarrollo socioemocional de los niños. Sin embargo, no se trata solo de las críticas de los adultos hacia los niños, sino de los adultos hacia sí mismos (“¡Seré tonta, me he vuelto a olvidar de comprar los pañales!”) que, aunque no vayan dirigidas a ellos, son mucho más habituales e igualmente nocivas, de acuerdo con los expertos.
Diversas publicaciones sostienen que los niños expuestos a este tipo de situaciones tienden a interiorizar las críticas de los adultos y asumen que la autocrítica es una herramienta útil y que motiva a mejorar. En la vida adulta, muchos de estos niños llegan a ser hipercríticos consigo mismos, lo que les puede llevar a generar ansiedad o a padecer depresión.
La autocompasión no siempre está bien vista en la sociedad occidental y, sin embargo, es muy beneficiosa para un adecuado desarrollo emocional
Una buena forma de evitar que los niños sean excesivamente autocríticos es modelar la autocompasión en su presencia. Ello implica ser capaz de reconocer las propias limitaciones de una manera muy clara y compasiva para evitar transmitir la idea de que la autocrítica es una respuesta adecuada cuando se comete un error (“¡Me olvidé de comprar pañales y casi no tenemos. No me extraña, he estado tan ocupada hoy!”). Esto no solo muestra a los niños que errar es de humanos, sino que ayuda al cuidador a manejar mejor las frustraciones y dificultades.
Sin embargo, la autocompasión no es una cualidad tradicionalmente considerada positiva en la cultura occidental. Es más, suele ser vista como una forma de justificarse a uno mismo y de sentirse mejor buscando excusas para los propios errores. Nada más lejos de la realidad. Kristin Neff, doctora en la universidad de Austin, Texas, y experta en investigaciones sobre la autocompasión explica en una publicación que el ser capaz de compadecerse de uno mismo tiene efectos muy beneficiosos más allá de mejorar nuestro bienestar emocional: puede mejorar de forma drástica nuestras prácticas de crianza infantil así como el desarrollo emocional de los niños, que nos toman como sus modelos de referencia.
Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. La crianza es un trabajo estresante y hay muchas ocasiones en que se reacciona más con el impulso que con la razón, lo que requiere grandes dosis de autocontrol. El Centro para el Desarrollo Infantilde la Universidad de Harvard está desarrollando diversas iniciativas para entrenar a cuidadores de bajos ingresos económicos en estas funciones ejecutivas y de autorregulación de acuerdo con las situaciones en las cuales van a ser usadas. Entre ellas, la intervención llamada Ready4Routines (Listos para las rutinas) que se está aplicando en la actualidad en Estados Unidos y Canadá, se centra en que tanto padres como hijos las incorporen a sus rutinas familiares.
Los padres asisten a un número de sesiones, entre ocho y 12, en las que reciben formación en conceptos tales como concienciación, planificación previa y reflexión y se les entregan una serie de tarjetas de actividades para que las practiquen en casa junto con el niño en diversos momentos de la vida familiar, como al ir a la cama o a la hora del baño. Padres e hijos trabajan juntos para planear y llevar a cabo esas rutinas. Esto, por un lado, ayuda a los padres a desarrollar habilidades de “paternidad consciente”(mindful parenting), es decir, a sacar el máximo provecho de las oportunidades en que se desarrollan las interacciones entre padre e hijo estando totalmente presente; por el otro lado, las rutinas constantes en el tiempo proporcionan a los hijos un sentido de seguridad y consistencia necesario para un desarrollo adecuado.
Mientras estas intervenciones se centran en un amplio abanico de capacidades que pueden ayudar a los padres y cuidadores a ejercer mejor sus funciones, la autocompasión implica reconocer que ser imperfecto, equivocarse y tener dificultades es algo inevitable. Ser capaz de autocompadecerse es una habilidad beneficiosa no solo para los adultos, sino para los niños al mejorar sus habilidades emocionales a largo plazo. En cambio, autoflagelarse con autocríticas aumenta el estrés y la ansiedad y manda mensajes erróneos a los niños, que aprenden observando e imitando los comportamientos de los adultos.
Marta Dormal es consultora en desarrollo infantil temprano en la división de Salud y Protección Social del Banco Interamericano de Desarrollo.


miércoles, 5 de septiembre de 2018

“La vuelta al colegio: cómo volver a la rutina”. Por Silvia Álava.


Estamos en septiembre, la mayoría de los adultos habrá terminado sus vacaciones, y los niños tendrán que reincorporarse al colegio. Esto es algo que cuesta tanto a padres como a hijos. Pasamos de disfrutar del tiempo libre, de la libertad de no tener horarios estrictos marcados por la hora de tener que entrar a trabajar o al colegio, a que el despertador vuelva a sonar cada mañana. Pero siguiendo algunos consejos, la vuelta a la rutina se nos hará menos dura.
Todos, los adultos, pero especialmente los niños, necesitamos un periodo de adaptación. Los horarios en el verano son más flexibles, la hora de acostarse y de levantarse se modifica.
Es conveniente que unos días antes de empezar el colegio, (lo ideal sería empezar a hacerlo la semana de antes), reajustemos los horarios a los que tendremos a lo largo del curso escolar. Vamos a acostar y a levantar a los niños a la hora establecida para ir al colegio (no esperar hasta el primer día de curso para comenzar los madrugones), y ajustemos también el horario de las comidas. Desayuno, comida y cena a la misma hora que en el comedor escolar, y además pondremos un tiempo límite para las mismas, al igual que ocurre a lo largo del curso.

Elijamos nuevos proyectos que nos motiven para realizar este curso escolar, como por ejemplo, comenzar una nueva actividad extraescolar, o retomar una que ya le gustaba al niño.

Escucha a tu hijo. Es muy habitual sentir un poco de miedo ante lo desconocido, como por ejemplo, en qué clase me va a tocar, qué profesor tendré, o si el curso será muy difícil. Es bueno que sienta que sus preocupaciones son importantes para ti, que le escuchas y que le apoyes, pero sin reforzarlas. Una vez que se ha desahogado, explícale que es normal estar un poco nervioso pero plantéale que él puede, que por supuesto que va a conseguir superar el curso, hacer muchos amigos y pasárselo muy bien, y que además entre todos haréis un plan para que le sea más fácil conseguirlo.

Empecemos el curso con buen pie. Desde el primer día, podemos llegar a un compromiso por parte de los niños en el que se comprometerán a adquirir unos buenos hábitos y autonomía en el estudio, por ejemplo: responsabilizarse de su mochila y que sean ellos quienes la dejen preparada por la noche. Este curso se acabó buscar la flauta o los deberes por la mañana.

Apuntar los deberes en la agenda. Debemos dejarles claro desde el inicio del curso, que esta es su responsabilidad, que ellos son los que tienen que saber qué hay que hacer o la materia a estudiar, y en caso de dudas, lo resolverán los propios niños llamando a un compañero de clase. Se acabó el chat de padres y madres donde se cuelgan los deberes. Cada niño será responsable en primera persona.

Llevar el material correspondiente. Si algo se les olvida, deben de ser ellos quienes lo resuelvan o los que asuman las consecuencias de su distracción.

Llevar los estudios al día, procurando repasar o hacer resúmenes y esquemas a diario, para evitar los agobios de última hora cuando no da tiempo a preparar los exámenes.

Leer todos los días un ratito. Desde el inicio del curso se puede establecer que se irán quince minutos o media hora antes a la cama para sacar ese tiempo de lectura.

En definitiva, vivamos el cambio como algo positivo, es verdad que estar de vacaciones es muy agradable, pero volver al trabajo y al colegio también puede serlo. Por eso, enfoquemos las cosas positivas: vas a ver a tus amigos, jugarás en el recreo, quedarás con ellos, puedes contarles todo lo que hiciste en vacaciones, vas a aprender cosas nuevas…


martes, 4 de septiembre de 2018

CARTA DE BIENVENIDA CURSO 18-19


Estimados padres, maestros y alumnos:

En estos primeros días de septiembre empieza a rodar un nuevo curso escolar, un nuevo año para conocernos con algunos y seguir reconociéndonos con otros; un nuevo año para seguir creciendo en todos los sentidos. Por esto queremos dar una cordial bienvenida a todos, sin duda muy especial para aquellos que se integran por primera vez a nuestra comunidad educativa, así como para aquellos que vuelven a optar y confiar en la Educación Pública.

Sabemos que por delante nos esperan caras de asombro y de alegría. Un nuevo año escolar significa muchas cosas, pero, sobre todo, nuevos desafíos, tanto para los docentes como para los niños y sus familias. Durante las vacaciones que pasaron, muchos maestros redoblaron su compromiso con la Educación Pública y dedicaron su tiempo de descanso para la formación profesional, participando o realizando cursos de capacitación en diversas áreas, inglés o todo lo vinculado a las nuevas tecnologías y, también, la  educación emocional. La responsabilidad con que el maestro desarrolla su trabajo es permanente, y tiene como objetivo, siempre, mejorar los aprendizajes de los niños. Todo proceso de enseñanza necesita, para concretar los aprendizajes, de la asistencia diaria de los niños a la escuela, de su continuidad, de su permanencia. En este sentido, no habría logros alcanzados por los niños ni una Escuela Pública de calidad sin el compromiso de las familias. El desarrollo de los niños en forma integral y armónica requiere del apoyo de las familias, de un diálogo fluido, de un ida y vuelta entre la escuela y el barrio, entre los maestros y los padres. Protejamos a los niños, ayudémonos a construir este tipo de diálogo que promueve encuentros y logra, por sobre todas las cosas, una escuela potente y comprometida en ofrecer una mejor educación.


Atentamente,
Equipo docente CEIP “Pedro Sanz Vázquez”.