martes, 31 de octubre de 2017

«Los niños tienen que saber aprender del fracaso»

¿El fracaso puede ser valioso? ¿Qué importancia tiene para el aprendizaje? ¿Es una herramienta necesaria y útil para el desarrollo de los estudiantes o es algo de lo que debamos protegerles? «Claramente, nuestra cultura penaliza el fracaso en todos los ámbitos, no solo en el educativo, y conviene preguntarse si esto debería ser así», apunta Ignacio Martín Maruri, profesor de Liderazgo y Transformación Organizacional de la Universidad Adolfo Ibáñez, de Chile.

Tras una primera cita en 2016, donde se pusieron en valor la figura del profesor, del alumno y de su entorno, y algunos de los contenidos que pueden formar parte de «La Educación que queremos», este año siguen trabajando con otros valiosos ingredientes como el arte, al curiosidad, el silencio y el entusiasmo, entre otros.
—¿Cuál es su enfoque del fracaso, y la razón por la cual versó sobre este tema la charla que ofreció durante el ciclo de conferencias «La Educación que queremos»?
—Hay dos situaciones que creo que son muy distintas. Cuando estás en un mundo predecible, controlable, cierto, donde hay una serie de mecanismos para hacer las cosas, si fracasas es porque probablemente has hecho algo mal. Es decir, en un mundo conocido, el fracaso es probablemente indicador de algún tipo de incompetencia o de falta de virtud ética. Esto hace que el fracaso se acabe personalizando. Es decir en ese mundo conocido, si uno fracasa, es porque no hizo lo que debía, porque no quiso, no supo, o no pudo. En cualquier caso hay una relación entre fracaso o fallo personal y esa es la estigmatización que surge del fracaso. Que el que fracasa es un fracasado.
Pero si vamos a un mundo dinámico, complejo e incierto como el que vivimos hoy en día, hay muchos factores que pueden llevar a que una persona con su mejor actitud y con todo el conocimiento disponible a su alcance, fracase. En este caso, el fracaso no es por un tema personal, sino que tiene que ver con la complejidad, el dinamismo, la incertidumbre.
Es decir, en este nuevo mundo en el que vivimos hoy en día, uno fracasa por muchas causas que no necesariamente son aptitudinales o de competencias de la persona. Y eso abre la posibilidad de preguntarnos qué cosa estamos haciendo aquí que ha generado un resultado inesperado y no deseado. Es decir, qué podemos aprender.

Como estamos cada vez más en un mundo complejo y dinámico, donde la cantidad de factores que inciden en los resultados son múltiples, tenemos que abandonar esa idea de que el fracaso es algo de la persona.
—¿Cómo trasladamos esto al mundo educativo?
—Entender esta diferencia entre enseñar para un mundo conocido (que es la educación tradicional o de toda la vida), que implica que «ante el problema X aplíquese la solución Y para llegar al resultado conocido Z»... O empezar a abrir la educación a modelos de aprendizaje donde los chicos vayan descubriendo y siendo capaces de sintetizar, analizar, y conectar situaciones dinámicas complejas.
En ese aprendizaje se van a tener necesariamente fracasos, que simplemente serán indicadores de algo nuevo que hay que investigar. Es decir, generar espacios de experimentación y de aprendizaje sobre la experimentación. Porque experimentar y fracasar son dos conceptos que están muy ligados. Hay que entender que la educación en un mundo conocido podría considerarse incluso obsoleta, o no suficiente, cuando los chicos van a vivir en un mundo cada vez más dinámico, incierto y complejo.
—Nuestra cultura penaliza el fracaso en todos los ámbitos, no solo en el educativo, y conviene, como usted señala, preguntarse si esto debería ser así. ¿Podríamos poner de ejemplo la visión norteamericana del fracaso?
—Más que en Estados Unidos, estaríamos hablando de Silicon Valley (California), o de los espacios donde se está generando ese mundo en el que vamos a vivir. En esos espacios sí que hay una conciencia de la importancia del aprendizaje del fracaso. Más que del país, de las industrias o de los sectores pioneros... Ellos ven el fracaso con otra mirada. Casualmente son los que entienden que uno hace camino al andar en el mundo de la innovación. Y al hacer camino al andar también tropiezan, pero lo único que hacen es aprender. Están abriendo nuevos senderos.
—¿Qué cosas podemos decir que se aprenden del fracaso?
—Por un lado, que hay algo que no se conocía, que no se ha tenido en cuenta y que ha incidido inesperadamente en el resultado. Por tanto, que hay un ámbito de desarrollo de conocimiento y habilidades. Además de eso, uno aprende humildad, donde tiene cada cual sus límites. Eso lleva a una mayor capacidad de empatía y de aceptación por la diversidad. Porque cuanto más humilde y menos poseedor de la verdad me siento, más dispuesto estoy a escuchar la opinión de otros. También aprendo la resilienciaaprendo a levantarme cuando me caigo. Y a reconocer lo que se tiene. Muchas veces, hasta que no fracasamos, no nos damos cuenta de lo que tenemos. Son muchos otros ámbitos, aparte del aprendizaje del conocimiento o del desarrollo de una habilidad.
—Los niños, los estudiantes, ¿tienen que aprender a perder?
—Por supuesto, hay que aprender a perder y experimentar del fracaso para aprender de este. Un profesor mío me dijo: «Nadie aprende del éxito, solo se aprende del fracaso». Porque el éxito solo demuestra que ya sabes. Por lo tanto, no hay nada que aprender. Una persona que solo busca el éxito, es una persona que no tiene voluntad de aprendizaje.
—¿Qué entorno posibilita el aprendizaje del fracaso?
—Un entorno donde, primero, el fracaso no sea una estigmatización personal, sino que se entienda que hay múltiples factores que pueden llevar al fracaso. También un espacio donde se ofrezca seguridad psicológica, donde las personas no tengan miedo a equivocarse, a dudar, o a tener perspectivas distintas, porque saben que en su entorno eso será aceptado y no penalizado. Y tercero, es un entorno que exige o motiva a ir más allá del ámbito conocido. Donde tienes ámbitos nuevos, posibilidades de fracasar y aprender porque es nuevo. Esos tres factores son los que hay que promover.
—¿Y los actores implicados?
—Desde los padres a los profesores, pasando por el ministerio. El debate educativo se divide entre promover la exigencia o promover la seguridad. Es decir, una reforma educativa va por un lado, y la siguiente va por otro. Y esto no es una dicotomía entre uno y otro, los dos son elementos necesarios para el aprendizaje y ninguno de los dos es suficiente por sí mismo. Es decir, si yo me quedo solo en la exigencia genero angustia y ansiedad, si me voy solo a la protección, genero pasotismo. Solo la exigencia en un entorno seguro me lleva a un espacio de aprendizaje.
—¿Hay algún país donde se haga bien?
—En este sentido hay otros países más avanzados, pero también sé que hay colegios en España que están generando estas nuevas visiones del aprendizaje. Colegios que buscan crear espacios de aprendizaje, más que de profesores que enseñan. Hay muchas iniciativas sobre las que se está experimentando, algunas fracasarán probablemente, pero así aprenderemos cuál es la pedagogía que necesitamos para el siglo XXI, que no es la que tenemos ahora, que es del siglo XX.

miércoles, 25 de octubre de 2017

KAIZEN, el método japonés contra la pereza o el miedo.

El método Kaizen es un método japonés de pequeños pasos para ganar la batalla de la pereza, el miedo y/o lo desconocido. Logrando alcanzar todos tus objetivos... ¡aún aquellos objetivos que parecen imposibles!

Kaizen es un término japonés que se compone originalmente de otras dos palabras ”kai" = cambio y “zen” = sabiduría, y se usa para "la mejora continua de procesos".  Se ha utilizado en todo el mundo de los negocios para llegar a cero defectos en los procesos de producción. Ingrid Cummings, autor de The Vigorous Mind, ha adaptado Kaizen a nuestro día a día, donde todos estamos tratando de ser mejores versiones de nosotros mismos. E inculcar en nuestros hijos hábitos de la mente que les servirá toda la vida.

La esencia de este método Kaizen se conoce como "la regla del minuto" y está en que el niño haga la tarea que mas le cueste cada día a la misma hora durante un minuto.  Porque un minuto es muy poco tiempo y ellos logran entender que es dedicarse a hacer "esa cosa" durante poco tiempo.  Y aunque sea algo que les cueste, ellos saben que en 60 segundos habrán cumplido con su objetivo.  


Lo primero que tenemos que hacer es ver que le cuesta hacer a nuestros hijos, cada niño es diferente:  puede ser ordenar su escritorio, practicar las tablas de multiplicar, recoger los juguetes, poner la mesa para la cena, tocar un instrumento, sentarse a practicar lectura, lavarse los dientes... ¡hay tantas cosas!  Tenemos que elegir las tareas que más le cuestan.  Porque son esas tareas las que se le hace bola, a veces tardan 10 minutos o media hora en decidirse a hacerlo... porque claramente les cuesta o les da pereza.  Y si utilizan el método Kaizen, lo pueden abordar en un minuto... es un objetivo que pueden cumplir.
Así que, si al niño le cuesta recoger los juguetes o la ropa antes de irse a dormir.  Puedes decirle todos los días a la misma hora que recoja los juguetes o la ropa durante 60 segundos, y para animarlo puedes ponerle un reloj o cronómetro con alarma.   Al terminar se sentirá que ha logrado cumplir con su objetivo.  Un pequeño paso hacia un camino largo en la vida sin tantos momentos de pereza y dejarse estar.

Al hacer este método todos los días a la misma hora, logra que comience a ser una rutina en la vida del niño.  Y un día recogerá sus juguetes sin que se lo digan y cada vez le irá dedicando más tiempo.  Porque como bien sabemos, lo difícil es ponerse a hacer aquella cosa que nos cuesta.  Una vez que nos ponemos, continuar no es tan difícil.  Y llegará el momento en que lo que le importe es terminar lo que está haciendo y no tanto en el tiempo que le está dedicando.
Los niños no son perezosos por naturaleza, en realidad les encanta hacer cosas y si es con nosotros mucho mas.  El niño que no realiza una tarea puede ser que sea porque lo encuentra muy difícil y no le ve forma de hacerlo solo o quizás que no les hemos motivado o exigido en su día a día.  No les hemos dado una rutina, una "formula" para lograr los objetivos que le cuestan.
El secreto es la simplicidad elegante, subestimada de Kaizen: pasos continuos, pasos incrementales tomados en la dirección correcta. Es una antigua filosofía zen japonesa que aboga por tomar pequeños pasos, incluso triviales para lograr cualquier objetivo importante.  El creador del método Kaizen es el japonés Masaaki Imai, dice que este método se puede usar para todo en la vida.  Es una forma de cambiar de forma paulatina sin gran esfuerzo, un método de adaptación a lo que menos nos gusta

¿Te animas a probarlo?

lunes, 23 de octubre de 2017

¿Podemos ser todos Mozart?. José A. Marina.

Desde tiempos inmemoriales, hay un debate entre lo innato y lo aprendido. Durante siglos, la naturaleza venció a la cultura. “Lo que natura no da, Salamanca no presta”, decía un antiguo refrán. Las tornas están cambiando y cada vez se da mayor protagonismo al aprendizaje. Françoys Gagné, de la Universidad de Quebec, uno de los grandes expertos en 'altas capacidades' (terreno donde los defensores del innatismo se defienden mejor), distingue entre aptitudes, que pueden estar genéticamente determinadas, y talento, que es el resultado de educar esas aptitudes. Como he señalado en 'Objetivo: generar talento', este no es previo, sino posterior a la educación. Me parece una gran noticia.

No podemos decir que una persona nace con una cantidad de inteligencia cuantificable. Es como si una semilla contuviera ya el tamaño del árbol.

Las personas que destacaban en una profesión o actividad han despertado siempre la curiosidad y el interés de la gente. ¿Qué tienen de especial Mozart, NewtonEinsteinMiguel ÁngelLeonardo da VinciMichel JordanRafael Nadal o Lionel Messi? K. Anders Ericsson, un psicólogo sueco, profesor de la Universidad de Florida, ha dedicado toda su labor investigadora a estudiar este tema. Ataca el mito del genio, que nace dotado de dotes especiales, para defender con tenacidad que el talento se aprende, que no hay genialidad sin esfuerzo y que, en parte, la genialidad es, precisamente, la capacidad de esforzarse. No hay genio perezoso. Cuando preguntaron a Newton cómo se le ocurrían sus teorías, respondió: “Nocte dieque incubando”, pensando en ello día y noche. Malcolm Gladwell, un divulgador de éxito, ha acuñado una expresión que ha hecho fortuna: para alcanzar la maestría en una actividad —sea la matemática, la gimnasia, el ajedrez o la cocina— hacen falta 10.000 horas de entrenamiento.

La "práctica deliberada"
Según Ericsson, lo que confiere la maestría —la 'expertise'— es la “práctica deliberada”. No cualquier tipo de práctica, porque miles de horas de experiencia pueden no producir ninguna mejoría, sino un entrenamiento bien dirigido. Tener un buen entrenador es un factor esencial, que en algunos casos puede sustituirse convirtiéndose en entrenador de uno mismo.
Ericsson ha resumido en su último libro, 'Peak. Secrets from the New Science of Expertise', que se publicará pronto en castellano, el resultado de 30 años de investigaciones.
¿Qué caracteriza la inteligencia de un experto? La característica principal es que tiene una representación mental de su actividad diferente a la de un principiante. Un jugador de fútbol extraordinario, además de sus habilidades físicas, tiene una imagen especial de lo que está sucediendo en el campo, de la colocación de sus compañeros, de las distintas posibilidades de acción, que le permite tomar las mejores decisiones. Y lo mismo sucede con un músico, un cirujano o un matemático.

Cuando un músico ha demostrado la calidad suficiente para ingresar en una buena academia, lo que distingue al virtuoso de un mediocre se debe al trabajo.

La 'práctica deliberada' permite diseñar el cerebro aprovechando su plasticidad. El talento —la 'expertise', la excelencia— se demuestra en la acción. La 'práctica deliberada' ha de estar diseñada para mejorar el desempeño. Ha de tener una meta definida, analizar los pasos que conducen a ella, entrenarse, recibir el 'feedback' inmediato para poder corregir o perseverar, comprometerse continuamente a salir de la zona de confort. El ejercicio físico es un claro ejemplo. Cuando sometemos los músculos a un esfuerzo, al principio se cansan pronto, pero si continuamos con el entrenamiento, el organismo producirá nuevos capilares que proporcionan más oxígeno y permiten alcanzar el confort a un nivel superior. La angiogénesis (la generación de nuevas arterias) muestra que la función crea el órgano. Aparece así lo que he llamado el 'bucle prodigioso'. Las aptitudes que tenemos permiten rediseñar esa misma aptitud. Por eso, no podemos decir que una persona nace con una cantidad de inteligencia cuantificable. Es como si dijéramos que una semilla contiene ya el tamaño final del árbol. Si carece del entorno adecuado, tal vez ni siquiera germine.

Algunos investigadores piensan que Ericsson se ha dejado llevar por su entusiasmo, y que no se puede atribuir a un entrenamiento adecuado más del 30% del éxito en el desempeño de una actividad. Sería insensato afirmar que todo el mundo puede ser Einstein, pero también sería insensato negar que todo el mundo puede mejorar su habilidad. Las características innatas influyen, pero solo hasta cierto punto. Ericsson llamó la atención de todo el mundo con un experimento en la Academia de Música de Berlín. Dividieron a los alumnos de violín en tres grupos según su calidad: alta, media y baja. A todos se les hizo la misma pregunta: ¿cuántas horas ha practicado desde que comenzó a aprender? A los 20 años, los alumnos destacados, a los que se les podía pronosticar una gran carrera, habían practicado 10.000 horas; los alumnos simplemente buenos, unas 8.000, y los mediocres, alrededor de 4.000. La conclusión de este estudio es que cuando un músico ha demostrado la calidad suficiente para ingresar en una academia de prestigio, lo que distingue al virtuoso de un músico mediocre solo se debe al trabajo.

Sería insensato afirmar que todo el mundo puede ser Einstein, pero también sería insensato negar que todo el mundo puede mejorar su habilidad.

La 'práctica deliberada' tiene una inmediata aplicación en el mundo educativo. De hecho, el premio Nobel de Física Carl Wieman demostró que mediante ella se podía mejorar la enseñanza de la física. Ericsson cree que si todos aprovecháramos la capacidad de desarrollar nuestro talento en el trabajo o en la vida cotidiana, nuestra calidad de vida experimentaría una mejoría sorprendente. Es esta búsqueda de la excelencia en todos los niveles lo que da un interés social a unos estudios que en principio parecían solo interesantes para una minoría.


martes, 17 de octubre de 2017

¿Deberíamos enseñar amistad en las escuelas?.

La amistad tiene un papel fundamental a lo largo de nuestra vida, y es motivo de alegrías y de tristezas. En ocasiones resulta doloroso ver cómo una relación entre dos o más personas llega a su fin, pero la mayoría de ellas perduran y proporcionan dosis ingentes de satisfacción. Dan Gilbert, profesor de psicología en la Universidad de Harvard, está convencido de que pasar tiempo de calidad con la familia y los amigos es el único camino hacia la felicidad. Hacerlo supone relacionarse de manera emocional y social con otra gente, y eso repercute de manera directa en la salud mental. También aporta las competencias necesarias a la hora de enfrentarse al día a día.

Durante la infancia, sobre todo dentro del ámbito escolar, los niños aprenden a desarrollarse como seres humanos libres y competentes. “Es en este espacio donde se puede fomentar el respeto a uno mismo y a las personas con las que pasamos tiempo, convivimos y nos relacionamos”, aclara la psicóloga Isabel García, responsable de la clínica Positiva Apoyo Psicológico. Estos vínculos son vitales a la hora de intervenir en el proceso de madurez de una persona. Lo explica Rosa Rodríguez, presidenta del Col·legi de Pedagogs de Catalunya: “La escuela es un contexto donde los niños aprenden a relacionarse con los demás, especialmente con sus iguales, a conocer sus límites y los de sus compañeros, y a regular su comportamiento en función del que tiene el otro. Con su grupo de amigos adquieren la noción de semejanza y diferencia”.

En este sentido, la amistad tiene un papel pedagógico destacado, porque proporciona un contexto diferente del de la familia y la escuela. “Se establece una relación entre iguales con los que el niño experimenta, interactúa, compara, descubre... sin adultos de por medio. Con todo, es necesario que el entorno familiar y escolar les facilite herramientas y habilidades para gestionarlas”, cuenta Rosa Rodríguez. Aun así, no es este el único lugar en el que los niños pueden establecer vínculos. “Los pequeños hacen amigos con más facilidad que los adultos en cualquier ámbito en el que interactúan. Sin embargo, en las escuelas se fortalecen estos lazos, tanto en las horas lectivas como en el tiempo de recreo. Pero esto solo es posible si las metodologías pedagógicas que se emplean permiten que el alumnado se comunique durante su proceso de aprendizaje”, continúa.

En el recreo se aprende
Una de las autoras del estudio Una pedagogía de la amistad, Caron Carter, asegura que en la guardería los párvulos establecen relaciones de amistad a través del juego. Esta teoría la suscribe Isabel García: “Así es como los pequeños comienzan a establecer relaciones con sus semejantes, con el mundo, consigo mismos... Cuando son menores, por lo general, están más inmersos en sí mismos, aunque interaccionen con otros niños, pero a partir de los 4 o 5 años comienzan a hacerlo de manera diferente, y surgen las primeras uniones”.
Con las amistades infantiles, se ponen en práctica las primeras habilidades sociales. Lo aclara la psicóloga: “Jugar implica comunicarse, cooperar y resolver problemas. Los niños aprenden a controlar sus emociones y a tener en cuenta las de los otros. Estas actividades también los preparan para negociar y enfrentarse a situaciones diversas”. “El juego les enseña a respetar los turnos, a trabajar en equipo y a ser tolerantes”, añade la pedagoga, quien aclara que ese ocio, eso sí, debe regirse por las reglas de los niños y no de los adultos, para que los menores asuman riesgos y desafíos.

Las peleas entre niños importan
En ocasiones los adultos restan importancia a las relaciones de amistad entre los pequeños, y no son capaces de imaginar el efecto emocional que un cabreo supone para ellos. “Normalmente, pensamos que son tonterías, pero para este tipo de desencuentros son un problema. Y eso se percibe en el aula; si están pensando en la pelea que han tenido, estarán preocupados y no podrán concentrarse”, resuelve Carter. La clave está en otorgarles la oportunidad de contar cómo se sienten en todo momento. “El mensaje que tenemos que hacerles llegar es que siempre tenemos en cuenta su punto de vista”, considera la psicóloga. Y que consideramos sus amistades como un asunto de vital importancia.
Para lograrlo, el niño debe de ser quien gestione sus vínculos personales. “Durante la infancia y la adolescencia, estas relaciones son una necesidad para su desarrollo psicosocial y educativo, donde se generan lazos de reciprocidad de diferente índole según su etapa evolutiva”, asegura Rosa Rodríguez. Hay que cambiar el chip y empezar a pensar en el niño como un ser humano pleno. “El adulto ha de considerar sus emociones, pensamientos y sueños para que pueda construir y fortalecer su personalidad y adquirir autonomía en la toma de decisiones”, continúa. Aun así, la figura del cuidador debe estar presente para proporcionar apoyo y base educativa, según la experta.

Asimismo, el aula debe ser un lugar en donde los menores se sientan protegidos y en el que se ponga en práctica el respeto entre iguales. “Los niños se sienten seguros social y emocionalmente si tienen amigos”, asegura Carter. Rodríguez va más allá: “La incorporación de la educación emocional en el aula es o tendría que ser imprescindible para trabajar las emociones, los sentimientos negativos y los positivos, así como para comprender los estados de ánimo y desarrollar la empatía”. Los conflictos son inherentes en el ser humano, por lo que los críos han de aprender a gestionarlos. ¿Qué tal una asignatura donde se les invite a debatir entre ellos los problemas que han tenido durante la semana?.

Un estudio publicado por el centro para la investigación económica CERP asegura que los afectos que se generan durante la escuela son fuertes y persistentes a lo largo del tiempo. Además, suponen un gran apoyo a la hora de enfrentarse a los retos académicos. “Los individuos son más propensos a trabajar duro y a matricularse en la Universidad si esta opción es popular entre su círculo, especialmente en los últimos años de la escuela”. Isabel García lo desarrolla: “Los mayores problemas de rendimiento los generan los problemas emocionales. Si el niño está mal, no tendrá capacidad para concentrarse, ni motivarse, y mucho menos integrar la información que de otra forma quizá incluso le interesaría”. El cerebro del niño necesita raudales de amistad.

miércoles, 11 de octubre de 2017

“La clave para activar nuestra memoria es la sorpresa”, Ballarini.

Fabricio Ballarini,, Investigador del Conicet en el Laboratorio de Memoria del Instituto de Biología Celular y Neurociencias Prof. E. De Robertis de Buenos Aires, creó una oenegé y una web muy activas: Educando al Cerebro, con 40 investigadores de todo el mundo que aportan su conocimiento: “Es todo gratuito y se está creando mucha complicidad entre científicos y educadores”. Él investiga cómo el cerebro aprende, guarda la información y cómo funciona nuestra memoria; explicárnoslo de manera amena es el objetivo de Rec (Debate). Me alegró su entusiasmo social, sus muchas charlas gratuitas. Asegura que a través del conocimiento científico podemos mejorar el sistema educativo… “Si no, ¿para qué sirve la ciencia?”.
Tengo 33 años. Nací y vivo en Buenos Aires. Tengo un bebé de 11 meses. Tengo un doctorado en el Laboratorio de Memoria de la facultad de Medicina de la UBA (Buenos Aires). La ciencia debe ser útil No tengo creencias, por el momento la religión no me suscita interés.


¿Por qué me engaña mi cerebro?
 Nuestra cultura nos dice que yo soy yo porque me recuerdo, me reconozco y reconozco mi historia y mi entorno… Pero ¿y si le digo que todos esos recuerdos que me constituyen a mí y a toda la sociedad son inventados y falsos y manipulados?
¿No exagera?
No. Seguro que tiene en su cabeza historias de su niñez, pero… ¿en realidad se acuerda de lo que ocurrió o de lo que le contaron que ocurrió?
Ya no lo recuerdo…
La forma en la que nuestro cerebro guarda información tiende a mezclarla y confundirla. Si usted rememora con otra persona algo que vivieron juntos, probablemente lo recordarán distinto.
Habrá matices, sí.
Lo interesante es que esos matices que la otra persona le ha explicado cambiarán su recuerdo: al cabo de unos días usted confundirá su recuerdo con el que la otra persona le generó.
Entonces, la memoria es manipulable.
En EE.UU. y ahora en Argentina hay un gran debate en torno a los testigos presenciales.
¿Gracias a la ciencia?
Sí, porque hoy sabemos que al cerebro no le gustan las dudas y nos cierra las historias sin importarle la verdad. Hay muchísimos casos de personas a las que se condenó a muerte por declaraciones de testigos y que luego resultaron ser inocentes.
Entonces, el psicoanálisis…
Tiene temas por resolver. Los psicoanalistas reinterpretan nuestras historias y así modifican nuestros recuerdos.
¿Y yo mismo puedo modificar mis re­cuerdos?
Sí, de hecho esa oportunidad existe cada vez que recuerda algo; si es usted más benevolente con aquello que pasó y ve el lado bueno, el recuerdo dejará de mortificarle.
¿El bienestar de las personas está en la buena interpretación de su memoria?
Sin duda, pero lo que nosotros estamos investigando es cómo mejorar memorias, y el lugar idóneo para eso es la escuela.
¿Y cómo se hace?
Es muy sencillo: la clave es la sorpresa. Los humanos somos una máquina de predecir. Aunque no nos demos cuenta, nuestro cerebro hace un repaso de todo lo que puede suceder ante cualquier situación.
¿Todo el rato?
Sí. Cuando, por ejemplo, estamos conduciendo, nuestro cerebro está evaluando todas las posibilidades predecibles: que el semáforo se ponga en rojo, que el motorista gire…
¿Y lo hace sin que seamos conscientes?
Lo hace con independencia de que lo seamos o no. Pero cuando algo rompe la rutina, aunque sea algo muy pequeño, nuestro cerebro enciende una alarma.
¿De qué tipo?
“Esta nueva posibilidad la tengo que recordar”, se dice. Y no sólo recuerda ese evento que le llamó la atención, sino que hace una cosa fantástica: guarda todo lo que ocurrió una hora antes y una hora después con mucha fuerza.
Todo el mundo recuerda qué hizo el 11-S.
Así es, pero si mis días son todos iguales, probablemente no recuerde nada.
Olvidamos la rutina.
Sí, y es necesario, pero las novedades las guardamos, por eso la clave para poder interferir en la memoria es sorprender.
Lleva usted diez años investigando cómo mejorar la memoria de los estudiantes.
Con estudiantes desde la primaria hasta la universidad, es una investigación dentro de las escuelas. El resultado es que la sorpresa mejora el aprendizaje entre un 60% y un 200%.
Ha creado usted una oenegé.
Educando al Cerebro trata de unir el conocimiento científico y la educación. Damos charlas gratuitas a educadores, en Buenos Aires hemos llegado a tener en una clase de ocho horas a 3.000 profesores interesados en aprender cómo causar sorpresas y eso es muy gratificante.
¿Y cómo se hace?
Con estrategias muy simples, como sacar a los chicos del aula y darles una clase de ciencia debajo de un árbol o utilizar el humor. Esa variación de la rutina hace que la materia se grabe en el cerebro. Recuerdo que al finalizar una charla se me acercó una maestra ya veterana y me dijo: “Es la primera vez que pienso que mis alumnos tienen cerebro”.
¡…!
En ninguna instancia de la formación de los docentes se tiene en cuenta que los niños tienen cerebro y que este funciona de una determinada manera, ni cómo se guarda la información.
…Necesita agua para funcionar.
Cierto, pocas escuelas saben que las neuronas y sus redes necesitan hidratarse, o los ciclos de sueño: los cerebros adolescentes están dormidos a primera hora de la mañana, así que mejor no dar entonces las materias importantes.
La ciencia puede orientarnos.
Hemos evaluado este año cómo reacciona la memoria a esas pequeñas sorpresas con 8.000 estudiantes, y funciona.
Se puede conseguir que los otros tengan un buen recuerdo tuyo.
Basta con provocar experiencias sorpresivas, romperles la rutina. Te quedarás con el profesor que se subió a la mesa y se tiró al suelo para explicar la teoría de la relatividad (y con la teoría); y con los amigos que se salieron del molde.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Cómo mejorar como padres y madres.

Mejorar es el objetivo de la educación: debemos aspirar a ser mejores padres, mejores madres y mejores personas porque así enseñaremos a nuestros hijos e hijas cómo pueden mejorar ellos.
¿En qué cosas debemos mejorar?
1.- Tenemos que mejorar en comunicación con los hijos, tenemos que decirles claramente qué es lo que creemos y qué es lo que sentimos respecto a su comportamiento y, sobre todo, hacerlo de manera tranquila y serena. Hablar con los hijos es fácil, lo complicado es que te escuchen, pero la tarea de enseñar a comunicarse nos corresponde a los padres.

2.-Tenemos que mejorar en autonomía. Para ser una madre o un padre autónomo lo que necesitas es que te convenzas de que tu hijo es el que tiene que hacer muchas cosas de las que tú haces por él o por ella. Responsabilizad progresivamente a los hijos de su vida, que bastante tenemos los padres con la nuestra.

3.- Tenemos que mejorar en paciencia. Tus hijos están en construcción, no están terminados y por esa razón se equivocan, se confunden y te asustan. Los hijos dan quebraderos de cabeza, y eso es lo normal y habitual, no significa que estén “estropeados”.

4.- Tenemos que mejorar en sistematicidad. La tarea de educar es cansina porque nos lleva a repetirnos muchas veces, pero ya sabes: ser madres y padres sistemáticos no es ser pesados.

5.- Tenemos que mejorar en entender a los demás, en entender a sus maestros y maestras, en entender a sus amigos, en entenderlos a ellos. Entender no significa estar de acuerdo, pero ayuda a no ver enemigos donde solo hay otras maneras de percibir la realidad.

6.- Tenemos que mejorar en confianza. La confianza en sí mismo es una poderosa herramienta para construirnos como personas. No podemos estar diciendo todo el día a los hijos que no se puede confiar en ellos porque ellos no hacen lo que queremos que hagan. Trasmite confianza, y cuando se salten los límites, ¡zasca! Aplica consecuencias. Pero sigue mostrando confianza.

7.- Tenemos que mejorar en liderazgo. Los padres y madres son los que mandan en casa. Y cuando eres el que mandas te salen un montón de contestatarios. Pero no podemos educar a nuestros hijos si no ejercemos con convicción eso de “porque soy tu padre, porque soy tu madre”.

8.- Tenemos que mejorar en afrontamiento de adversidades. Si educamos a nuestros hijos solo para que sean felices, los vamos a hacer infelices. Eduquemos para hacer frente a la vida, a la vida que vivimos, no a la que nos gustaría vivir.

9.- Tenemos que mejorar en optimismo. Nuestros hijos van a ser lo que ellos decidan ser. Nuestra tarea como padres es enseñarles cómo consideramos que hay que vivir. Somos un ejemplo. Mejor ser un ejemplo que confía en el futuro, y no un ejemplo de profetas agoreros.

10.- Tenemos que mejorar todos, porque tenemos la suerte de no ser perfectos. Así nuestros hijos sentirán que no es necesaria la perfección para vivir, que lo que se necesita son manos a nuestro alrededor, manos que apoyen, que empujen, que nos acompañen mientras nos hacemos protagonistas de nuestras propias vidas.