viernes, 31 de marzo de 2017

Cosas que hacemos los docentes y que matan la creatividad de los alumnos

La creatividad consiste en asumir riesgos y, por eso, necesita de cierto entrenamiento emocional. Sí, como lo oyes, la creatividad se entrena. Es verdad que hay personas que tienen muy integrada esta capacidad, casi de forma innata; pero lo más frecuente es que, conforme resultamos victoriosos de los retos que nos hemos marcado, aumente la confianza en nosotros mismos y seamos capaces de afrontar nuevos desafíos.

Por eso, es esencial que los adultos –y en especial los maestros y padres– tengamos claro que nuestro papel es fundamental para el desarrollo de la creatividad en los niños y que, tal como existen algunas prácticas que son muy positivas para potenciarla, también las hay que no lo son para nada.

¿Quieres conocer cuáles son las prácticas que hacemos habitualmente en la escuela y matan la imaginación de nuestros alumnos?.

1. No saltarnos de tanto en tanto el temario

¡Qué locura dirás! Las planificaciones están bien, nos ayudan a organizarnos y cumplir unos objetivos; pero recuerda que de nada valen si no incluyen las motivaciones e intereses de tus alumnos. ¡Introduce las preocupaciones e ideas de tus estudiantes en el día a día!

2. Hacer todos lo mismo en plástica (u otras materias)

La Educación Plástica nos invita a crear y divertirnos, y pone en práctica nuestras habilidades desde el minuto 0. Sin embargo, por costumbre, tendemos a pedir a nuestros alumnos que repliquen modelos que los maestros ya les damos, es decir, que hagan todos lo mismo y de la misma forma: “Hoy vamos a hacer todos una manzana con plastilina”, “hoy toca pintar con acuarelas”.
Con esta práctica, estamos obviando su creatividad para resolver situaciones y les estamos negando la posibilidad de conocerse mejor a sí mismos. Planteémoslo, entonces, de la siguiente forma: “¿Por qué no buscáis una manera de expresar cómo os sentís hoy?” “¿Qué tal si hoy me mostráis algo que os guste mucho: ¡podéis utilizar la técnica que queráis!”

3. No dar el mismo valor a todas las Inteligencias y materias

Muchas asignaturas han desaparecido prácticamente de nuestros planes de estudio para dar preferencia a otras. El caso más claro es el de las Humanidades y de ahí que nuestros alumnos no tengan casi contacto con algunas áreas como la danza, el cine, el teatro o la poesía. Esto resulta una traba para que nuestros pequeños exploren sus propios talentos y puedan experimentar.

4. No premiar la iniciativa y la actitud emprendedora

¿Cuándo fue la última vez que premiaste la iniciativa? Si uno de tus alumnos se ha esforzado en encontrar una solución alternativa o ha hecho más allá de lo estrictamente demandado, ¡destácalo! Es importante que les recuerdes a menudo que no todo tiene por qué hacerse de la misma manera y que cada uno debe encontrar sus propias “maneras” de hacer las cosas.

5. No hablar de emociones

Como te decía al inicio del artículo, la creatividad se basa en gran parte en asumir riesgos y, para arriesgar, hay que confiar en uno mismo y tener una buena autoestima. Los niños necesitan de las palabras de ánimo y del afecto de sus referentes para ir ganando en seguridad dentro de los entornos que no conocen y así superar sus miedos en las materias o contenidos nuevos.
Así, es imprescindible que los maestros (y papás) estemos atentos a cómo se sienten nuestros alumnos, y les ofrezcamos el espacio para expresarse.

6. Dar demasiada importancia a los errores


Cuando nuestros alumnos se equivocan en su tarea, nuestra respuesta automática es la de corregirles e indicarles en qué han fallado. Por supuesto, es bueno detectar los errores para modificarlos y poder avanzar. Sin embargo, también lo es que les recordemos lo mucho que han aprendido, lo que sí que saben hacer bien y el esfuerzo que ponen a diario. En ocasiones este último mensaje queda más diluido, no ponemos tanto énfasis como en el anterior, y esto no es nada justo para el niño. En este sentido destacamos, por ejemplo, el método del bolígrafo verde que destaca los aciertos en lugar de los errores.

miércoles, 29 de marzo de 2017

¿Quién ha de hacer los deberes?, Elvira Lindo

La leyenda, más que urbana, doméstica, existe: los deberes los hacen los padres. No los míos, desde luego. Ni tampoco los suyos, si compartimos generación. Cuando nosotros éramos niños, las madres, que eran las que solían estar en casa, no estaban muy pendientes de ese asunto. De vez en cuando, se oía la célebre frase “¿no tienes deberes?” en un tono rutinario. Éramos, para bien o para mal, más independientes; para bien o para mal, nuestra primordial misión en la vida como niños era no dar guerra. Y aprobar. Una vez que nos tocó ser padres y madres, en ocasiones, divorciados, vivíamos nuestro papel con culpabilidad, y sí, les hicimos algunos deberes a nuestros niños. Que tire la primera piedra el que no lo hiciera. En mi caso, como mis cualidades pedagógicas son nulas era como que terminaba antes si lo remataba yo. No siempre me pusieron buena nota, la verdad sea dicha.


Urge que los políticos hablen de educación y dejen polémicas banales

Ahora me cuentan amigos más jóvenes que las criaturas andan agobiadas por el volumen de deberes a los que han de enfrentarse cada tarde. A eso se suma que con los disparatados horarios españoles, las madres o los padres ya no están en casa para aliviarles el trabajo. Dado que el asunto ha llegado al Congreso de los Diputados, de lo cual me alegro (es urgente que los políticos hablen de asuntos como la educación y dejen de embarullarnos con sus polémicas banales), se me ocurre que hay una sociedad que tiene una serie de deberes pendientes y más aún con los resultados aún calientes de la evaluación Pisa. Apunto algunos:

Los padres tienen el deber de educar a sus hijos en la medida de lo posible, para que el profesor pierda menos tiempo en corregir unos modales que dificultan la enseñanza; la sociedad en sí misma tiene el deber de entender que la buena educación diaria, en la calle o en el trabajo, es formativa, que la cortesía es tan contagiosa como la zafiedad; si antes aceptábamos que la educación de los niños correspondía a la sociedad en general y no solo a papá o a mamá, ahora debería comprenderse que el aumento de la grosería y la violencia verbal contribuyen a cómo se comportan los niños; el Gobierno y la oposición tienen el deber de racionalizar los horarios para favorecer la convivencia familiar; los padres tienen el deber de no sobrecargar a sus hijos con un exceso de actividades extraescolares que a cualquiera de nosotros agotaría; los niños tienen el derecho inapelable a jugar; los adultos tienen el deber de favorecer el juego en la calle; los niños tienen el deber de aburrirse, y los padres, de no provocar en sus hijos una necesidad constante de novedades; los padres tienen el deber de no sobreestimular a los niños favoreciendo un carácter ansioso e impaciente; los profesores deben serlo por vocación, no es un oficio que tolere las medias tintas; el Gobierno no debe sobrecargar a la educación pública con las necesidades provenientes de la inmigración, es un asunto que concierne a toda la comunidad educativa, privada, concertada o pública; el Gobierno debe entender que es urgente y necesaria una asignatura que aborde los derechos y deberes de la ciudadanía; los centros no deben tolerar las faltas de respeto a los profesores por parte de los alumnos; los padres no deben tolerar que sus hijos ofendan a sus profesores; los padres no deben hablar de manera displicente de los profesores delante de sus hijos; las tutorías, más en estos tiempos, deben considerarse parte fundamental de la actividad escolar; las asignaturas creativas, como la música o las artes plásticas, no deben relegarse al horario extraescolar como si no sirvieran para nada; los niños tienen el derecho a ir bien desayunados al colegio; los padres, los profesores y los médicos deben entender que hay niños que sufren ansiedad y la ansiedad no precisa medicación sino un ritmo social distinto; el estado debe asumir que la escuela tiene que seguir siendo el mayor mecanismo de igualdad social; el sistema educativo debe insistir en que los niños aprendan a expresarse con claridad y a comprender un texto, de ahí depende en gran parte su futuro; la educación debiera ser uno de los temas prioritarios del discurso político; los profesores deberían de tener más tiempo para desarrollar sus clases y no vivir esclavos de la burocracia.


Cargar sobre el profesorado el que los niños sean excelentes es injusto

Todos deberíamos entender que un niño no se educa solamente en el colegio y que los resultados académicos son un reflejo de lo que está ocurriendo en un país: el nivel de educación en la calle, en los medios, la ansiedad que provoca la falta de expectativas, la agresividad, los malos modos, las palabras gruesas. Eso importa. Cargar sobre las espaldas del profesorado el deber de que los niños sean excelentes es injusto. Los cachorros se educan en la manada, así que usted y yo, como parte de ella, también tenemos un montón de deberes que hacer.

lunes, 20 de marzo de 2017

Sin infancia, no hay futuro

Cada vez más estudios en el mundo demuestran hasta qué punto todo lo que pasa en la infancia, sobre todo durante los primeros años, marca a la persona para bien o para mal. Los problemas que no se solucionen en esa fase, las oportunidades de desarrollo que se dejen pasar, afectarán directamente a las posibilidades futuras de esos niños y niñas y sus familias. Pero, además, suponen un gran coste futuro para las arcas públicas y las sociedades en la forma de programas compensatorios y gestión de la convivencia en la escuela, gasto en desempleo, delincuencia, problemas de salud en la edad adulta, y un largo etcétera. Se sabe, por tanto, que la inversión en este grupo de edad es la más rentable con diferencia. Mientras en países muchos más pobres que el nuestro ya se está tomando conciencia de esto, y se están adoptando las medidas necesarias, en España continuamos mirando hacia otro lado.
En cualquier lugar del mundo, una niña que nace en una familia de renta baja lo va a tener de entrada mucho más difícil en la vida que una nacida en una familia de renta media-alta. En eso no somos especiales. Posiblemente la primera tendrá que lidiar con las dificultades de sus padres desde muy pequeña, no sólo en la forma de carencias materiales, sino también emocionales y psicológicas. También se verá afectada por la falta de expectativas que su entorno tiene sobre ella.
Pero estas desigualdades son injustas e ineficientes: conducen a sociedades menos cohesionadas y en las que se derrocha el talento y potencial de los menores que viven este tipo de situaciones. De ahí que sea necesaria la intervención estatal para corregirlas, a través de las políticas y servicios públicos. El papel del Estado debe ser garantizar que las oportunidades de los niños en el futuro dependan de su propio esfuerzo y capacidades, y no de dónde vienen o dónde nacen. Así es en la mayoría de países de Europa. Pero, de nuevo, no en España, donde las historias de éxito escolar y personal de muchas de estas niñas son cada vez más difíciles de encontrar.
En nuestro país, la crisis parece haberse cebado en las familias con hijos en situaciones más precarias. Así, el porcentaje de niños que vive en hogares donde el primer responsable está parado o inactivo, o tiene un contrato temporal, es sustancialmente mayor entre aquéllos que proceden de familias con menor renta, y esta proporción ha aumentado de manera considerable.
Mientras esto ocurría, los gastos de vivienda para muchas de estas familias apenas han variado, lo que ha supuesto una carga imposible de superar para muchas, con presupuestos familiares disponibles prácticamente inexistentes. Como consecuencia, en los últimos años son cada vez más los niños procedentes de familias con dificultades económicas que acuden al colegio sin desayunar, que no disponen de un espacio propio para estudiar, que pasan frío en casa, que sufren mayores problemas de obesidad, que apenas se relacionan con compañeros de distinto origen social en la escuela, que disponen de menor tiempo y atención por parte de su familia o que viven situaciones de estrés continuado con efectos en la salud y el aprendizaje.
El Estado y las comunidades autónomas españolas, en lugar de intervenir en mayor medida, se han retirado casi por completo cuando más necesarios eran. Como consecuencia, por ejemplo, alrededor de 1.600.000 niños y niñas por debajo del umbral de la pobreza no tienen acceso a la prestación por hijo a cargo. Lo que es peor, su cuantía ahora es tan limitada (582 euros anuales, comparado con los 3.100 euros en Italia, un país de renta similar, o 528 en Bulgaria, cuya renta es cuatro veces inferior a la española) que incluso para el reducido número de hogares que la perciben su efecto es casi nulo.
Tampoco se ha invertido en servicios públicos de calidad dirigidos a estas niñas y niños. Al contrario, los recortes no han sido neutrales y han sido especialmente dolorosos para la infancia. Por ejemplo, en educación, se han disparado los ratios en escuelas en ciertos municipios y barrios donde ya eran demasiado altos para el alumnado que atendían, han desaparecido importantes programas educativos que mostraron su efectividad en la lucha contra el fracaso escolar y el absentismo y se han reducido considerablemente los presupuestos en formación en innovación pedagógica.
En un contexto de restricciones presupuestarias, la infancia española, que no dispone ni de voz ni de voto, ha resultado ser uno de los colectivos más perjudicados. Además, y a diferencia de otros países de nuestro entorno, continúan prevaleciendo en España  enfoques obsoletos e ineficaces sobre el desarrollo infantil, que ignoran de manera sistemática la importancia de las competencias socioemocionales, o el papel crucial de las madres y padres y sus capacidades a la hora de fomentarlas.
Asimismo, existen amplias diferencias entre comunidades autónomas con respecto a aspectos tan importantes como el desarrollo infantil temprano, que, a día de hoy, carece aún de un verdadero marco integrado.  Si a eso añadimos el carácter contributivo de nuestro estado de bienestar, que a menudo deja de lado a los más vulnerables, el resultado es dramático: son demasiados los niños y niñas españoles, justo aquellos que lo tienen más difícil, que se están quedando en la cuneta. Pero no olvidemos que, sin infancia, no hay futuro. Para nadie.  
Carmen de Paz y Lucas Gortazar (@lucas_gortazar) son miembros de la red KSNET y autores del estudio que ha dado pie al informe de Save the Children Desheredados.

martes, 14 de marzo de 2017

El legado más importante de nuestro futuro.


H. G Wells dijo una vez que la educación del futuro iría de la mano de la propia catástrofe. En su famosa obra “La máquina del tiempo”, visualizó que para el año año 802.701, la humanidad se dividiría en dos tipos de sociedad. Una de ellas, la que vivíría en la superfice, serían los Eloi, una población sin escritura, sin empatía, inteligencia o fuerza física.
Según Wells, el estilo educativo que predominaba en su época ya apuntaba resultados en esta dirección. El inicio de las pruebas estandarizadas, de la competitividad, de las crisis financieras, del escaso tiempo de los padres para educar a sus hijos y de la nula preocupación por incentivar la curiosidad infantil o el deseo inherente por aprender hacían ya que, en aquellos albores del siglo XX, el célebre escritor no augurara nada bueno para las generaciones futuras.
No se trata de alimentar pues tanto pesimismo, pero sí de poner sobre la mesa un estado de alerta y un sentido de responsabilidad. Por ejemplo, algo de lo que se quejan muchos terapeutas, orientadores escolares y pedagogos es de la falta de apoyo familiar que suelen encontrarse a la hora de hacer intervención con ese adolescente problemático, o con ese niño que evidencia problemas emocionales o de aprendizaje.
Cuando no hay una colaboración real o incluso cuando un padre o una madre desautoriza o boicotea al profesional, al maestro o al psicólogo, lo que conseguirá es que el niño, su hijo, continúe perdido. Aún más, ese adolescente se verá con más fuerza para seguir desafiando y buscará en la calle lo que no encuentra en casa o lo que el propio sistema educativo tampoco ha podido darle.
Niños difíciles, padres ocupados y emociones contrapuestas
Hay niños difíciles y demandantes que gustan actuar como auténticos tiranos. Hay adolescentes incapaces de asumir responsabilidades, y que adoran sobrepasar los límites que otros les imponen acercándose casi hasta la delincuencia. Todos conocemos más de un caso, sin embargo, hemos de tomar conciencia de algo: nada de esto es nuevo. Nada de esto lo ocasiona Internet, ni los videojuegos ni un sistema educativo permisivo.
“Antes de enseñar a leer a un niño, enséñale qué es el amor y la verdad”
-Gandhi-
Al fin y al cabo estos niños evidencian las mismas necesidades y conductas de siempre contextualizadas en nuevos tiempos. Por ello, lo primero que debemos hacer es no patologizar la infancia ni la adolescencia. Lo segundo, es asumir la parte de responsabilidad que nos toca a cada uno, bien como educadores, profesionales de la salud, divulgadores o agentes sociales. Lo tercero y no menos importante, es entender que los niños son sin duda el futuro de la Tierra, pero antes que nada, son hijos de sus padres.
Reflexionemos a continuación sobre unos aspectos importantes.
Los ingredientes de la auténtica educación
Cuando un profesor llama a una madre o a un padre para advertirles de la mala conducta de un niño, lo primero que siente la familia es que se está poniendo en tela de juicio el amor que sienten por sus hijos. No es cierto. Lo que ocurre, es que a veces ese afecto, ese amor sincero se proyecta de forma errónea.
  • Querer a un hijo no es satisfacer todos sus caprichos, no es abrirle todas las fronteras ni evitar darle negativas. El amor auténtico es el que guía, el que inicia desde bien temprano un sentido real de responsabilidad en el niño, y que sabe gestionar sus frustraciones dando un “NO” a tiempo.
  • La educación de calidad sabe de emociones y entiende de paciencia. El niño demandante no detiene sus conductas con un grito o con dos horas de soledad en la propia habitación. Lo que exige y agradece es ser atendido con palabras, con nuevos estímulos, con ejemplos y con respuestas a cada una de sus ávidas preguntas.
Hemos de tomar conciencia también de que en esta época donde muchas mamás y papás están obligados a cumplir jornadas de trabajo poco o nada conciliadoras con la vida familiar, lo que importa no es el tiempo real que compartamos con los hijos. Lo que importa es la CALIDAD de ese tiempo.

Los padres que saben intuir necesidades, emociones, que están presentes para guiar, orientar y para favorecer intereses, sueños e ilusiones, son los que dejan huella y también raíces en sus hijos, evitando así que esos niños las busquen en la calle.

miércoles, 8 de marzo de 2017

¿Nos preocupa la Educación?...

La educación, como la sanidad, forma parte de esas cuestiones que se consideran esenciales para la sociedad. Trampolín profesional para unos, garantía de estatus para otros, apuesta de futuro para todos. Sin embargo, a pesar de sus luces y sus sombras, de las advertencias de los indicadores internacionales, de las alarmas sobre la calidad de la enseñanza más allá de los discursos catastrofistas, las estadísticas muestran que, más bien, o no interesa o no preocupa.
El último avance de resultados del Barómetro del CIS, correspondiente a enero de 2017, sitúa a la educación en el séptimo lugar de la lista de problemas que preocupan a los españoles, por detrás del paro, la corrupción, la economía, la clase política, la sanidad o los de índole social. Y eso que se reconoce como el quinto que más nos afecta, sólo superado por el paro, la economía, la sanidad y la corrupción.
Algunos profesionales de la educación argumentan que, en época de crisis, las prioridades de las familias cambian y se concentran en llegar a fin de mes. Pero si nos remontamos a finales de 2005, por ejemplo, vemos que quedaba relegada al puesto 11 del rosario de problemas de los españoles, entre los que entonces se colaban el terrorismo de ETA, la inmigración y hasta las drogas. Y eso que en aquel año el fracaso escolar rozaba el 30%.
Sobre el papel, la educación interesa, y mucho. Sobre el terreno emergen las dudas. Se dice que familias y estudiantes son cada vez más conscientes de su importancia, que invierten más esfuerzos, recursos y tiempo pero... ¿tanto como creen?
Compromiso teórico, pero no real.
Algunos expertos sostienen que la sociedad muestra más interés que nunca hacia las cuestiones educativas. Los debates que suscitan PISA y otras evaluaciones internacionales, unidos a la preocupación creciente por la situación socioeconómica y el futuro de los hijos, las campañas sobre elbullying, los deberes o los comedores escolares habrían contribuido a poner la educación en el foco de las inquietudes de la población o, al menos, de una parte de ella.
El caso es que el compromiso con la enseñanza se antoja más teórico que real. En opinión de Alejandro Navas, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra, "se intuye que la educación es clave para el futuro, pero los hechos no acompañan porque no hay una voluntad decidida por mejorarla".
Y así, con diferencias autonómicas, se mantiene un sistema que, en conjunto, los informes internacionales definen como "mediocre" y ante el que ningún gobierno ha reaccionado. No hay acuse de recibo de la situación y, aunque de modo ritual se invoca un pacto, "España sigue pendiente de un auténtico debate educativo sobre el enfoque de las enseñanzas", asegura el profesor.
'Patología del proteccionismo'.
Navas llama la atención sobre las paradojas de una sociedad en la que determinados grupos sociales apuestan por la estimulación precoz, una agenda sobrecargada de actividades escolares y extraescolares y una educación que garantice el futuro de los hijos pero que ha llegado a una "patología del proteccionismo", en la que los padres se indignan ante un suspenso porque lo reciben como una censura hacia su labor, en la que cunde la idea de que cualquier niño es superdotado y se reparten notas fabulosas sin ningún mérito. "Cuando se pregunta a los premios de bachillerato o de fin de carrera si estudian mucho siempre responden que son muy organizados, parece que tienen que disimular y esconderse", se lamenta.
El catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Barcelona Jorge Calero indica que el tratamiento que damos a la educación va por grupos sociales, es decir, que para unos tiene una importancia crucial pero otros con menos recursos e información no pueden centrar sus estrategias en las trayectorias educativas de sus hijos.
Los análisis muestran que "los grupos de clases medias y altas invierten más en educación, tanto con recursos como con tiempo, y tienen una actitud extremadamente activa, mientras que otros grupos tienen una actitud más pasiva. Y no es por azar, sino por origen social y cultural", puntualiza. Son esas familias activas las que, como apunta, tienen una mayor capacidad de cambiar el sistema, tanto porque consiguen más voz y voto en los centros como porque tienen una mayor facilidad de abandonarlos cuando no satisfacen sus expectativas.
Una de las conclusiones del informe La participación de las familias en la educación escolar, elaborado por el Consejo Escolar del Estado, apuntaba a que padres y madres tienden a sobreestimar su implicación en la enseñanza. Los datos de este estudio señalan, de hecho, que la participación de las familias en los consejos escolares se limita a un precario 12%. Apenas una de cada cuatro o cinco, en función de la etapa, declara su disponibilidad a formar parte de estos órganos de representación y una de cada 10 afirma, directamente, que desconoce lo que son.
Los estudiantes tampoco se interesan.
Al igual que en el caso de las familias, los estudios constatan que los alumnos tienden a tener un peso reducido en los órganos de gobierno de las universidades. Sin ir más lejos, la participación de los estudiantes en las últimas elecciones a rector de la Universidad de Barcelona, celebradas el pasado mes de diciembre, fue de sólo un 10%, un porcentaje superior al último 7% registrado en 2013 en la UNED, inmersa ahora en un nuevo proceso electoral que tendrá lugar en marzo.
La percepción de la universidad como un lugar temporal o de paso, la falta de tiempo y de información o un sentimiento de distanciamiento respecto a la institución y a las cuestiones burocráticas o internas que allí se tratan aparecen como algunos motivos de esta ausencia de compromiso. Y llevan a que esta pauta se repita en otros órganos de representación. Un análisis elaborado por la Universidad de Girona cifraba en un 2% la participación de los estudiantes en las elecciones a claustro universitario, y por debajo del 10% en las elecciones para la junta de facultad, en las que a veces no se llegaría a lograr ni siquiera el número de candidaturas para cubrir las plazas disponibles. Además, un tercio del alumnado manifiesta su indiferencia por las elecciones a delegados.
Así las cosas, a la relativa despreocupación se suma un cierto desconocimiento. En un reciente sondeo realizado por la Fundación Europea Sociedad y Educación bajo el título Opiniones de los españoles sobre sus universidades, casi la mitad de los encuestados reconocía no saber, ni por aproximación, cuál era el porcentaje del coste total de la enseñanza en la universidad pública que paga un estudiante promedio sin beca.
Puede que la pregunta fuera de nota, pero la misma proporción de encuestados no había leído ni oído hablar nunca acerca de los rankinginternacionales de universidades y, entre los que sí lo habían hecho, cuatro de cada 10 no sabía decir el número de instituciones que podían estar entre las 200 primeras a escala mundial.
Una cuestión vital pero difícil de entender.
Uno de los autores de este estudio, Juan Carlos Rodríguez, profesor de Sociología de la Universidad Complutense, aclara que no debemos extrañarnos por estos resultados porque saber cómo funciona el sistema educativo requiere de una cierta especialización. "La gente, en general, tiene un conocimiento aproximado de muchos temas, y en la educación este conocimiento no es muy bueno", precisa.
A ello se añade el efecto de la capacidad de decisión y el vínculo que tienen las familias y los estudiantes con los centros. Eso explica, por ejemplo, la baja participación en las elecciones a los consejos escolares, donde son los profesores los que tienen la voz cantante, o el hecho de que los docentes y el personal de administración y servicios sean los que más votan en las elecciones en la universidad, porque son los que más tiempo de su vida pasan en ella.
"La educación es una cuestión vital que entienden hasta las personas con menos recursos porque de ella depende el futuro de los hijos", defiende, en cambio, la profesora asociada de Historia de la Educación de la UNED Beatriz Comella reconoce que la gente de mayor nivel económico carga a sus hijos con más actividades extraescolares y viajes y delega una parte importante de esta faceta en profesionales que refuerzan la educación. Con todo, también aclara que cada vez hay más gente con menores recursos comprometida con la formación de sus hijos, y eso se aprecia, por ejemplo, en el hecho de que los dos progenitores acudan a las tutorías.

jueves, 2 de marzo de 2017

EDUCA A TUS HIJOS PARA QUE SEAN INDEPENDIENTES

Desarrollo de la autonomía para educar niños independientes
Las madres, padres y educadores, queremos educar niños y niñas con una personalidad madura, capaces de tomar sus propias decisiones y de enfrentarse a los retos de su día a día. Para que nuestros pequeños se conviertan en adultos independientes, en personas que no tienen miedo a tomar decisiones, y en individuos que son felices porque saben cómo dirigir sus vidas, debemos ocuparnos del desarrollo de su autonomía desde la primera infancia.
El desarrollo de su autonomía consiste en favorecer el aprendizaje de las habilidades necesarias para que se enfrenten por sí mismos a los retos y a las dificultades cotidianas, y a las pequeñas y grandes decisiones de la vida. Hacerles ver que son capaces de hacer las cosas por sí mismos y de solucionar sus conflictos.
La autonomía puede entenderse como una actitud ante los desafíos y ante el mundo que les permita desenvolverse en su entorno sin depender de nadie, y que potencia su autoestima y desarrollo global, el logro de las propias metas y, en definitiva, su bienestar.
El niño independiente
Para que un niño se convierta en una persona independiente es necesario:
·         Autoconcepto y autoestima: conocerse a uno mismo, ser consciente de las propias fortalezas y debilidades, y desarrollar una sana estima hacia uno mismo que le permita valerse por sí mismo.
·         Confianza en uno mismo: una buena autoestima le dotará de la confianza en sus propias capacidades y recursos para enfrentarse a los desafíos diarios.
·         Independencia: capacidad de desenvolverse en su entorno.
·         Responsabilidad: asumir las consecuencias de sus actos, sin culpar a otros o buscar justificaciones externas.
El niño dependiente
Los niños dependientes no confían en sus propias capacidades para enfrentarse a los desafíos. Siempre preguntan lo que hay que hacer, observan a los demás, y eligen lo mismo que los otros, sintiéndose incomodos cuando tienen que decidir. Tienen miedo a tomar sus propias decisiones porque no confían en sus habilidades de decisión, no suelen resolver conflictos por sí mismos y, cuando se ven obligados a ello, actúan de forma impulsiva.
La dependencia va acompañada de una baja autoestima, que es una de las mayores enemigas para el desarrollo de la identidad madura y de una personalidad sana. La dependencia se convertirá en un gran obstáculo para conseguir sus metas personales y su bienestar, y por ello los padres debemos prestar mucha atención a nuestra manera de educar, ya que sin darnos cuenta podemos fomentar la dependencia de nuestros pequeños.
Causas de la dependencia infantil
Es muy frecuente que los adultos se anticipen a las acciones de los niños y tiendan a hacer las cosas por ellos. Las principales razones para actuar de esta manera son:
·         Creer que el niño no es capaz de hacerlo por sí mismo.
·         Evitar que se haga daño.
·         Proteger al pequeño de una equivocación y evitar que lo haga mal.
·         Querer apoyarle y cubrir todas sus necesidades.
·         Porque si lo hace un adulto resulta más cómodo y permite ahorrar tiempo.
·         Como gesto de afecto y de cariño.
Sea cual sea la razón, cuando el adulto se anticipa a la acción del niño y no deja que éste se enfrente a sus pequeños retos por sí solo, le priva de una experiencia muy valiosa que le permitiría comprobar sus capacidades, creer en sí mismo y desarrollar su autoestima y confianza, mermando de esta forma su autonomía e independencia.

miércoles, 1 de marzo de 2017

¿Para qué sirve la escuela?

¿Para qué sirve la escuela?

¿Educación? un concepto que divaga entre lo abstracto, tácito, los eufemismos, palabras reciclados, entre lo arcaico de una escuela que se extraña y lo contemporáneo de un escuela que vive dentro de una sociedad cambiante. Como docentes es indispensable volver a replantear el verdadero propósito de la escuela, sosegar el pensamiento y alejarlo un poco de las miles corrientes educativas que los atosigan, y ver su esencia desde su parte filosófica y ética.
Aquí dejamos une excelente artículo de Petra Llamas García, articulista de La Jornada Aguascalientes.
Un concepto moderno de la escuela coloca en la misma categoría el trabajo manual y el trabajo intelectual. José Carlos Mariátegui.
El papel de la escuela siempre ha sido cuestionado, aunque no con la fuerza de hoy en día. Estos cuestionamientos sobre la función de la escuela sólo han conseguido que la gente dude de su eficacia, mientras observan con impotencia cómo surgen una gran cantidad de literatura pedagógica y miles de especialistas en educación que proponen los contenidos y la metodología ideal, amparándose en tópicos tan manidos como las necesidades del siglo XXI, la sociedad del “conocimiento” y las nuevas tecnologías.
Los más perjudicados con estos cuestionamientos y cambios constantes en el currículum son los niños, seguidos muy de cerca de maestros y padres de familia, aunque el impacto final lo sufre la propia sociedad y a la vista está. Es tan grave esta situación, que ya va siendo hora de que los principales involucrados en la educación dejen de dar bandazos, buscando la escuela ideal en teorías decimonónicas, disfrazadas de actuales y rescaten esa escuela donde los niños realmente aprendan conocimientos, desarrollen habilidades y adquieran auténticos valores.
Hoy día los educadores ya no se atreven a pronunciar palabras como “estudiar” porque se ha convertido en sinónimo de memorizar; tampoco es socialmente aceptado el término de “disciplina escolar” porque eso implica rigor y maltrato, y mucho menos se puede hablar de “perseverancia” o “esfuerzo” ya que ello significaría que el niño se ha aburrido en el proceso y, por tanto, su aprendizaje no fue significativo. Estas y otras palabras se cambian por neologismos o eufemismos so pena de ser tachados de tradicionales, obsoletos y antipedagógicos.
Cualquier teoría pedagógica en boga se compara automáticamente con la “educación tradicional” y por supuesto esta última sale perdiendo. Según este razonamiento, todos los que estudiaron antes del siglo XXI con la metodología tradicional, no aprendieron nada porque los obligaron a “memorizar”. Tampoco son innovadores, creativos o emprendedores, ni saben utilizar un ordenador, trabajar en equipo, resolver problemas o aprender a aprender, puesto que esas son “competencias” de la educación actual. Es como si todo el legado cultural y científico se hubiera dado por sí solo, ya que sus autores, al haber tenido “educación tradicional”, no pudieron realizarlo.
Por si fuera poco, el currículum que ahora se plantea, minimiza los contenidos intelectuales y magnifica los aprendizajes prácticos que tengan “significado” para el alumno. De manera que asignaturas como la filosofía, el arte o la historia pierden importancia en aras de otros más “significativos” como abrir una cuenta bancaria, por mencionar algún ejemplo; aunque estos aprendizajes prácticos los puedan adquirir de manera informal en su casa o en la vida diaria.
Es bastante dañino el carácter reduccionista y práctico que está adquiriendo la educación actual, con ese empeño de buscar teorías que eviten contenidos, esfuerzo o estudio, máxime cuando nuestros niños saben cada vez menos, se esfuerzan menos y están más inmaduros e indefensos ante una sociedad competitiva e implacable. Me queda claro que con esas ideas, la escuela ha perdido totalmente su función y desde ese punto de vista, ya no será necesaria ni la institución ni los maestros, puesto que todo lo que se pretende enseñar en ella, el alumno lo pueden aprender igual o mejor frente a una computadora o por su propia cuenta en las calles.
Mientras tanto, la sociedad y el mundo laboral llevan su propio ritmo y exigen que las personas, que ocuparán los cada vez más escasos puestos de trabajo, tengan conocimientos de excelencia para poder desempeñarse en dicho puesto sin ningún problema; también querrán que conozcan el significado del esfuerzo y la disciplina, pero sobre todo que hayan adquirido valores tan fundamentales como la honestidad, la laboriosidad, el compañerismo o la lealtad.
Sin embargo, tal como están las cosas, esos dos mundos, escuela y sociedad, parecen transitar por caminos separados y sin comunicación posible entre ellos. La escuela light difícilmente formará gente fuerte y bien preparada para un mundo que les exigirá tanto. “Al estudiante que nunca se le pide que haga lo que no puede, tampoco hará lo que sí puede”,diría el filósofo inglés del siglo XIX, John Stuart Mill.
Es importante pues, replantear la función de la escuela o mejor dicho, recuperarla. La escuela es el lugar donde los niños van a aprender y reflexionar sobre una serie de conocimientos, habilidades y valores; y si bien es cierto que pueden aprender muchas otras cosas fuera de la escuela, no hay que confundir el carácter de ambos aprendizajes, ya que uno será formal y sistemático y el otro completamente informal. Es además el lugar donde socializa y se relaciona con los demás, con todo lo que ello supone.
Otra cuestión que debe revisarse a conciencia es qué debe aprender y cómo hacerlo para que sea un aprendizaje eficaz. La UNESCO ha establecido siete dominios básicos: 1. Bienestar físico. 2. Social y emocional. 3. La cultura y las artes. 4. Alfabetismo y comunicación. 5. Perspectivas de lectura y cognición. 6. Conocimientos básicos de aritmética y matemáticas. 7. Ciencia y Tecnología. Según José Martí: “Una escuela es una fragua de espíritus” y de eso se trata, de que recupere la función de formar personas preparadas, fuertes y pensantes, porque en la medida que lo logre, se verá reflejada en una mejor sociedad.