miércoles, 31 de octubre de 2018

La empatía, un rasgo que se fomenta o se oxida. Por Ana Isabel Sanz.

En una película reciente de Álex de la Iglesia, la escena final me impactó y aún sigue incomodándome,  aunque hayan pasado meses desde que la vi: una Blanca Suárez llorosa y semidesnuda transita por la bulliciosa Gran Vía sin que nadie se le acerque, ni siquiera gire la vista extrañándose o doliéndose por su sufrimiento. Resulta duro pensar que esta indiferencia hacia los otros empieza a convertirse en lo habitual.

Si eso sucede en situaciones en las que nos hallamos al lado del que lo pasa mal, cómo extrañarse de que no nos movilice el terror de una guerra que solo vemos por televisión, el dolor de las víctimas de una catástrofe, la humillación y el riesgo derivados de la represión política en un país lejano o la gravedad del daño que nos estamos haciendo a nosotros mismos con la irresponsable actitud hacia el equilibrio ecológico del planeta.

A pesar de las advertencias de escritores como Jeremy Rifkin (Civilización empática, Paidós, 2010) sobre la urgencia de que la sociedad se implique como un todo en el abordaje activo de dilemas que condicionan el presente y el futuro de nuestra especie, lo que se constata es que nos estamos convirtiendo en auténticas piedras, nulidades emocionales, que no saludamos al vecino, ignoramos al anciano o a la embarazada que permanecen de pie en el autobús mientras disfrutamos de nuestro cómodo asiento, miramos hacia otro lado si vemos una actitud irrespetuosa en la calle… ¿Hacia dónde vamos por este camino? Y un problema aún más preocupante es que esas conductas son el ejemplo que interiorizan nuestros menores por lo que, de no modificar el rumbo, estamos sembrando una peligrosa cosecha de violencia y deshumanización con consecuencias nada halagüeñas.

Paradójicamente, mientras eso sucede, políticos, medios de comunicación, agentes sociales… usan una y otra vez hasta desgastarlas palabras como empatía, empatizar, empático… Cuando lo hacen, ¿saben lo que implican, las trasladan alguna vez del discurso demagógico a sus comportamientos? La empatía, concepto psicológico relativamente nuevo (no tiene más de un siglo de vida) implica –en contra del egocentrismo– interesarse por el otro sin prejuicios para entender lo que siente, las motivaciones de su conducta y devolverle no consejos banales o simplistas, sino un apoyo (a veces únicamente el respetuoso silencio para escuchar) que le permita no sentirse solo sino comprendido, aunque no se le aporten soluciones prácticas.

Los estudios cada vez más numerosos sobre este complejo proceso de acercamiento y conexión con los demás identifican la interacción de elementos cognitivos y emocionales en diferentes grados de profundidad en ese “ponerse en el lugar –en los zapatos– del semejante”. Más allá de esas complejidades conceptuales, querría limitarme a señalar que la empatía constituye un pilar fundamental de la inteligencia social y de la convivencia armónica. Una de las investigadoras más conocida en este ámbito, Brené Brown, considera que ser empático implica al menos cuatro capacidades: a) la habilidad de ponerse en el lugar de otro sujeto y admitir su punto de vista como válido y real; b) la no formulación de juicios de valor acerca de esa experiencia; c) la identificación de la vivencia emocional de otra persona, y d) la aceptación respetuosa y la expresión verbal de esa emoción compartiéndola con el semejante.

El interés por los procesos cognitivos y emocionales de otros individuos constituye un rasgo inherente a cualquier persona y, casi con toda seguridad, es propio de las especies de homínidos que nos precedieron. Sería motivo de un interesante debate qué sucede con los llamados psicópatas, aunque posiblemente ellos también son capaces de captar la vivencia del otro y lo que sucede es que les resulta indiferente o solo les sirve como vía para la manipulación dañina.

Las neuronas espejo sustentan biológicamente esta disposición natural a la empatía que se manifiesta rudimentariamente casi desde el nacimiento y de forma más consistente en bebés entre los 18 y los 24 meses. La consolidación de la llamada Teoría de la Mente (la posibilidad de establecer hipótesis sobre los procesos psicológicos propios y de otro individuo) permite que a los 4-5 años se sea ya plenamente capaz de desarrollar actitudes empáticas. Ese patrimonio innato no garantiza, como sucede con otras muchas capacidades, el desarrollo de adultos empáticos, salvo que esa predisposición se canalice y fomente a través de adecuadas medidas educativas.

Y si la empatía se educa, ¿por qué se le presta tan escasa atención en las políticas educativas o en la planificación de los centros? Tal vez sea, una vez más, porque se considera menos relevante que los conceptos o los procedimientos matemáticos, lingüísticos, históricos, tecnológicos… Craso error. Existen ya numerosos datos que indican que el prestar atención a la educación emocional, entre otros aspectos al desarrollo de la empatía, fomenta el desarrollo cognitivo y la calidad del clima escolar, aspecto que, a su vez, revierte en mejores rendimientos académicos y en la prevención de cuestiones tan distorsionadoras del ambiente escolar como el acoso entre compañeros, las transgresiones disciplinarias, el fracaso y el abandono prematuro de las aulas o el deterioro de la salud psico-física tanto del alumnado como de los docentes. Conviene subrayar que los estudiantes y los docentes que profundizan y ponen en práctica la empatía:
  • Se muestran más curiosos.
  • Aumentan sus destrezas comunicativas y, paralelamente, la capacidad de pensar de forma lógica.
  • Recurren a fuentes de aprendizaje más diversas que incluyen la experiencia propia y la de otros, lo que propicia una mayor flexibilidad cognitiva.
  • Ejercen el pensamiento crítico.
  • Valoran más los esfuerzos propios y los del otro, lo cual potencia su motivación y deseo de superarse.
  • Prestan más atención y se concentran mejor.
  • Se sienten satisfechos y agradecidos con lo que hacen y las oportunidades que se les ofrecen.
  • Progresan en la capacidad de identificar, expresar y modular sus propias emociones.
  • Logran interacciones sociales satisfactorias y enriquecedoras.
  • Disminuyen los comportamientos agresivos o descalificadores de otras personas.
  • Alcanzan un equilibrio psíquico que les permite optimizar su rendimiento cognitivo.
  • Ante esta perspectiva, ¿creéis que merece la pena incorporar a las programaciones y a los proyectos de centro el fomento de la empatía como principal bastión de la educación emocional?

lunes, 29 de octubre de 2018

Educar a los niños en la puntualidad.

Educar en valores

10 consejos para conseguir que los niños sean puntuales

La puntualidad es el cuidado y diligencia en llegar a un lugar o partir de él a la hora convenida o de hacer las cosas a su debido tiempo. Los adultos somos conscientes de la hora del día en la que vivimos, y el reloj forma parte importante del día a día para poder organizar nuestro tiempo.
Sin embargo, enseñar el valor de la puntualidad a los niños requiere su ciencia, ya que la noción del tiempo para los niños es diferente y además, todavía no comprenden el funcionamiento de las agujas del reloj.
Enseñar a los niños el valor de la puntualidad

Cómo conseguir que los niños sean puntuales

Existen algunas ideas que pueden ayudar a los padres y educadores para conseguir que los niños sean puntuales y hagan las tareas que les corresponden a su debido tiempo.
1- Es necesario que el niño comience a valorar la importancia de hacer una determinada cosa en un tiempo determinado. Para ello, es importante el diálogo con el niño y hacerle comprender, por ejemplo, que si no llegamos al cine a la hora convenida, la película habrá comenzado y no podremos verla.
2- Crear rutinas. La rutina no sólo es buena porque ayuda al niño a sentirse seguro. Además, ayuda a crear hábitos a los niños. A pesar de no saber medir el tiempo, les guiará para saber que después de levantarse de la cama tienen que lavarse, después vestirse, desayunar e ir al colegio. Poco a poco, irán aprendiendo que esta serie de pequeñas acciones, tienen que llevarse a cabo en un tiempo determinado para poder llegar al colegio antes de que lo cierren. 
3- Los niños han de conocer qué tipo de sentimientos desencadena alguien impuntual. Un valor importante es enseñar a los niños a no hacer a los demás aquello que no les gustaría a ellos mismos. Por lo tanto, han de comprender cómo se siente alguien cuando espera a una persona que no llega.
4- Hay que enseñar a los niños que las distracciones les llevarán a ser impuntuales. Hacer una tarea require su concentración, sobre todo en la infancia, donde la abstracción es mayor. El niño no podrá vestirse bien y con agilidad, si le televisión está encendida y están emitiendo sus dibujos favoritos.
5- Las personas aprendemos a partir de la experiencia, por ello aunque los padres mantengan un diálogo constante con los niños para educarles en valores, en ocasiones han de aprender de sus propios errores y experimentar ellos mismos qué ocurre si son impuntuales.
6- La puntualidad se enseña a los niños con el ejemplo, si los padres suelen llegar tarde a los sitios, los niños no valorarán la importancia de llegar a un lugar a la hora convenida.
7- Los niños han de conocer que las personas impuntuales van perdiendo la credibilidad y el respeto de los demás. Si el niño no llega a tiempo a jugar su partido de fútbol un día tras otro, quizás dejen de contar con él para próximos encuentros.
8 - La impuntualidad puede hacer perder grandes oportunidades a las personas. Hacer comprender al niño lo que puede perderse si llega tarde a los sitios sistemáticamente, ayudará a que comprenda la importancia de este valor.
9- El niño ha de aprender que algunos imprevistos pueden hacer que alguien no llegue a tiempo o que la tarea no se realiza en el tiempo determinado. Para evitar estos imprevistos es conveniente dar un poco más de tiempo a cada tarea y no ir con prisas y a última hora.
10 - La impuntualidad da una mala imagen de uno mismo. Una persona imputual es vista por los demás como poco seria o con una incapacidad de organizar su tiempo. Cómo nos ven los demás y que las personas tengan una buena impresión de nosotros habla bien de nosotros.

jueves, 18 de octubre de 2018

Las tácticas de un profesor para que los niños hagan deberes sin discutir. POR LAURA PERAITA (ABC)


Óscar González, director de Alianza Educativa, explica cómo lograr que los deberes sean responsabilidad de los hijos, no de los padres


Óscar González, profesor de Educación Primaria, director de Alianza Educativa y director general de la Escuela de Padres con talento, explica que lo primero que hay que tener en cuenta es la etapa educativa en la que se encuentra el niño, no es lo mismo que curse Infantil que Primaria. Explica que, en ocasiones, el niño que empieza el colegio por primera vez requiere un periodo de adaptación que puede ser más o menos largo porque para él supone un cambio muy grande.Conseguir que un niño se siente a hacer sus deberes en casa resulta en ocasiones un verdadero reto diario. Los padres lo intentan por las buenas, por las menos buenas y por las malas..., pero no hay manera, y una tarde que podría presentarse tranquila acaba con discusiones, enfados, gritos y castigos. Pero, ¿hay otras alternativas?
«También lo es, aunque no seamos muy conscientes de ello, el paso de Infantil a Primaria, puesto que el aprendizaje deja de basarse únicamente en el juego; ahora deberá realizar fichas, deberes... Hay alumnos que inician esta etapa con mucha motivación, pero a otros les supone un gran esfuerzo —confiesa—. Les será más fácil a aquellos cuyos padres les hayan motivado e insistido en que se hacen mayores y tendrán nuevas responsabilidades con las que aprenderán muchas cosas importantes. Es necesario explicarles que tendrán que hacer tareas y, aunque no las tenga, si durante 10 minutos se trabaja cada día en casa una determinada tarea como letras, números..., ellos lo tomarán como un hábito que les servirá de gran ayuda para su futuro».
Si son alumnos de sexto de Primaria y no quieren sentarse a hacer deberes, la situación será más complicada para las familias. «El problema es que muchos padres se sientan a hacer los deberes todos los días con los hijos, e incluso se los hacen. Es un error. Muchos padres dicen “venga que tenemos deberes”. No, eso no es así; los deberes son de los hijos, son su responsabilidad. Los padres deben motivarles para que se sienten a hacerlos y cuando tengan alguna duda se pueden acercar y ayudarles a resolverla. De lo contrario, se acostumbran a tener a sus padres siempre al lado y que les hagan las tareas y se negarán a hacerlas si no están juntos».
Óscar González recomienda que cuando no quieran sentarse hay que decirles que no les pondremos un castigo, pero tendrá que saber que hay consecuencias. Es decir, si no hace los ejercicios de matemáticas después no podrá ver la televisión o jugar. El niño es el que tendrá que decidir sobre sus propios actos. Si los hace, podrá ver la tele y si no cumple no se habrá ganado el derecho a ver los dibujos.
Además, habrá que explicarle que si no los hace, también tendrá que asumir las consecuencias al día siguiente, cuando el profesor vea su cuaderno sin hacer. «Si hay dificultades en que el niño haga sus tareas es muy conveniente que la familia tenga una buena comunicación con el profesor para explicarle la situación en casa y que conjuntamente trabajen en la misma dirección para que el niño sea consciente de sus responsabilidades antes de que avance más el curso y el problema se agrave».
Otra buena táctica, en el caso de los niños que se eternizan con las tareas, es dejarle un tiempo definido en casa para los deberes, en función de su edad. Si se le deja, por ejemplo, media hora, pasado ese tiempo se le debe retirar todo el material escolar. Es una forma de, poco a poco, lograr que se concentre y aproveche su tiempo en vez de distraerse con cualquier cosa mientras hace una suma. Al día siguiente, él tendrá que asumir sus consecuencias en clase cuando el profesor vea que no ha realizado algunas operaciones en su cuaderno. «Igual que no se le puede dejar un par de horas con el plato delante a la hora de comer, tampoco se le puede permitir que esté tiempo excesivo con los deberes», apunta González.

«La señorita no me lo ha explicado así»

Hay también padres que se desesperan porque cuando explican, por ejemplo una operación matemática, el niño se enfada diciendo «eso no es así, la señorita no me lo ha explicado así». Cuando eso ocurra de forma muy repetida, y en los casos en los que lograr que se siente a estudiar sea un verdadero problema y foco de discusión diario, es recomendable, en la medida de las posibilidades, que lo intente una tercera persona o, incluso, un profesor particular, al que seguro que respetará.
Lo importante, incide este profesor de primaria, es no sobreproteger al niño con el objetivo de evitar discusiones y no hacerle nunca los deberes. Por todo ello recuerda que:
—No hay que olvidar que los responsables de los deberes son siempre los hijos, no los padres.
—Si se eternizan es conveniente que hagan unas pequeñas pausas entre tarea y tarea para emprenderlas de nuevo con más ganas.
—Siempre realizar los deberes en la misma mesa de trabajo y, si puede ser, a la misma hora, para que se convierta en una rutina lejos de distracciones.
—Si le cuesta mucho una materia determinada hay que empezar por ella porque dejarla para el final será un error, ya que estará más cansado y con menos ganas.

—No olvidar que los niños son niños y, por ello, tratan de evitar responsabilidades. Es lo normal. Los padres deben resaltarles de forma positiva su esfuerzo, no ya que hayan hecho la tarea, que pueden haberla hecho mejor o peor, pero sí el hecho de terminarla.

martes, 9 de octubre de 2018

Esto es lo que le pasa a tu hijo si fuerzas su aprendizaje sin estar preparado. POR DIANA OLIVER.



Los expertos aconsejan respetar los hitos evolutivos de los menores.

Las primeras veces son un principio, pero también un final: son el cierre de una etapa que anuncia la ineludible llegada de la siguiente. Desde el nacimiento de nuestros hijos celebramos cada logro y cada habilidad adquirida con ese entusiasmo y esa magia que solo nos devuelven las primeras veces. Lo contamos, lo inmortalizamos y lo ensalzamos con orgullo porque nuestro retoño ha alcanzado un grado más de autonomía. Pero, dado que no hay dos niños iguales, es importante respetar el ritmo evolutivo de cada uno. Dejar que cada pieza encaje cuando llegue el momento. En este sentido, Alberto Soler, psicólogo especializado en crianza, explica a El País que debemos tener en cuenta una matización importante: “Si bien es cierto que en el lenguaje coloquial hablamos de “aprender a gatear”, “aprender a andar”, “aprender a hacer pipí” o “aprender a hablar”, esto no son aprendizajes como ir en bicicleta, aprender un idioma o tocar un instrumento, sino que son más bien adquisiciones o logros a los que se llega cuando el niño está listo. Como dice un proverbio hindú, no por estirar la hierba esta crece más rápido”.

Qué es el respeto a los hitos evolutivos.

¿Todavía no anda? ¿Aún no habla? ¿Cuándo va a dejar el pañal? Son las cuestiones que todos los padres escuchamos en algún momento con respecto a nuestros hijos. Incluso puede que nosotros mismos nos planteemos estas y otras preguntas similares. Tendemos a comparar con nuestro entorno conocido y eso hace que muchas veces las prisas y las dudas nos asalten. Dejamos de disfrutar de cada etapa consumidos por el deseo de pasar a la siguiente. Asegura Alberto Soler que los momentos de adquisición de logros evolutivos tienen un margen bastante amplio, por lo que incide en que para asegurarnos de que respetamos el ritmo de cada niño debemos mantener una actitud expectante y de observación: “Cuando son capaces de hacer algo, ellos son los primeros interesados, no es necesario forzar nada”.
Cuando hablamos de respetar los hitos evolutivos hablamos de no forzar a los niños a mostrar conductas o habilidades para las que todavía no están preparados. De acompañar sin presionar. Según Alberto Soler sería como esperar que un bebé de seis meses controlara esfínteres o comenzara a caminar: no está preparado para ello. “Ahí lo vemos muy claro, porque sabemos que es imposible, pero por ejemplo luego es muy frecuente forzar la retirada del pañal durante el primer verano después de cumplir los dos años, olvidando que cada niño sigue un ritmo distinto. Habrá alguno que ya esté listo en ese momento, pero muchos otros que no lo estén”.
El psicólogo valenciano deja claro que nada tiene que ver el respeto por el ritmo de desarrollo con un contexto de “ausencia de límites”, algo que en muchas ocasiones puede salir a colación. “Si queremos que ellos respeten, también debemos respetar nosotros, y quizá podemos empezar por ahí: respetar los límites que su cuerpo nos marca, no forzándoles a hacer cosas para las que todavía no están listos”, explica. No obstante, añade que es importante recordar que los límites son imprescindibles en la educación de los niños: “Un hogar sin límites genera ansiedad en los niños y probablemente no sería seguro, contribuyendo a una baja autoestima y sensación de falta de seguridad. Límites claros y respeto al proceso de desarrollo deben ir de la mano”.

Señales de alarma.

Los hitos evolutivos de la infancia no podemos elegirlos. Tampoco decidir cuándo van a aparecer o cómo van a hacerlo. Señala Manuel Antonio Fernández, neuropediatra y autor de diversas guías para padres sobre trastornos del aprendizaje y del desarrollo, que los hitos evolutivos corresponden al desarrollo madurativo del cerebro y sobre la base de esto, “todos los niños deben cumplir los hitos madurativos de una forma razonable con relación al tiempo y al modo para poder conseguir un desarrollo dentro de la normalidad”. Para el experto es importante conocer cuáles son esos hitos evolutivos del desarrollo infantil, en qué orden y cuándo aparecen. Lo resume dividiéndolos en dos grandes grupos: el del desarrollo motor, que contiene el sostén cefálico (aguantar la cabeza), y que es habitual alrededor de los tres meses; la sedestación (mantenerse sentado), que suele darse alrededor de los seis meses; la bipedestación (ponerse de pie), ocurre sobre los nueve meses; la marcha con ayuda (andar de la mano o apoyado), generalmente aparece a partir del año; la marcha libre (andar sin ningún tipo de ayuda), aunque es más variable, entre los 12 y los 15 meses es lo normal; y la carrera, frecuentemente se alcanza alrededor de los 18 meses de edad. Y por otro lado el del desarrollo cognitivo, que engloba el lenguaje (“Desde los primeros meses aparecen sonidos que van evolucionando. Alrededor del año empiezan los primeros bisílabos y la variedad de vocabulario va creciendo progresivamente. Sobre los tres años los niños comienzan a usar el verbo para crear frases más complejas”); y el control de esfínteres. En este último influyen, según el autor de elneuropediatra.es, muchos factores y muy variados, pero se considera normal que un niño no controle bien el pis hasta los cinco años.
¿Cómo podemos saber si el desarrollo de nuestro hijo está dentro de la normalidad? ¿Hay señales que puedan dar la voz de alarma? La mejor opción para el neuropediatra Manuel Antonio Fernández es medir y comparar. “Por mucho que digan que las comparaciones son odiosas, son necesarias en pediatría. La normalidad se basa en ver la situación de cualquier niño con los demás de su edad. Por eso hay escalas y se realizan controles de salud infantil, para ver si hay algo que se sale de lo que es habitual para una determinada edad”, explica.
La detección de cualquier anomalía en el desarrollo infantil supone una oportunidad para evitar su evolución. Por ello, para el experto en neuropediatría es fundamental que las familias conozcan los hitos evolutivos del desarrollo infantil pero también que los sistemas de salud cuenten con pediatras y neuropediatras experimentados que puedan seguir el correcto desarrollo de los niños. “Ante la sospecha de que nuestro hijo pueda tener algún problema de desarrollo se debe consultar con el pediatra de atención primaria. Si después de valorar el caso, se considera que hay datos suficientes para determinar un problema en el desarrollo, el segundo paso es la derivación a atención temprana que son los que se ocupan de valorar el nivel de desarrollo de los niños con dificultades de cualquier tipo y establecer medidas de intervención para ayudarles a avanzar. Independientemente de la causa del problema, y aunque esta no se sepa, la atención temprana precoz es la mejor vía para ayudar a los niños en su desarrollo madurativo mientras se realizan las pruebas necesarias”.

Los riesgos de forzar el aprendizaje cuando el niño no está preparado.

Cuando le planteamos a Alberto Soler acerca de las consecuencias de forzar las capacidades madurativas, nos recuerda a la pediatra húngara Emmie Pickler, referencia en la investigación de la intervención adulta en el desarrollo motor del niño: ”Hemos de enseñarle tantas cosas, cosas que solo puede aprender de nosotros, a través de nosotros. Pero resulta inútil, y hasta desventajoso, enseñarle a sentarse sentándole, a ponerse de pie poniéndole de pie, etc. cosas que él puede aprender por sí mismo, por su propia iniciativa, con una mejor calidad, mediante tentativas cargadas de sensibilidad, de aprendizaje que habría influido favorablemente en todo su desarrollo”.
Para el psicólogo especializado en crianza, “si forzamos a un niño a realizar una determinada conducta para la que no está preparado solo lograremos que se sienta frustrado y que sienta mayor dependencia hacia nosotros, al considerar que sin nuestra ayuda habría sido incapaz de hacerlo por sí mismo. Y es verdad, no lo habría logrado todavía”. Esto, para Soler, repercute negativamente en su autoestima, e incluso en ciertos procesos como, por ejemplo, el control de esfínteres, que puede tener consecuencias adversas para la salud.
Cada vez son más frecuentes las consultas relacionadas con problemas por la presión en el desarrollo infantil que llegan al centro del neuropediatra Manuel Antonio Fernández. “El sistema educativo actual se empeña en hacer que los niños comiencen a leer y escribir en cursos anteriores a los que lo hicimos en la década de los 80. Esto lleva a que nos consulten padres cuyos hijos no están siendo capaces de aprender a leer o escribir con tan solo cinco años. En la mayoría de estos casos los niños no tienen ningún problema”, explica.
Para Fernández, si forzamos a todos los niños a llegar a un límite muy alto, “más alto de lo que está previsto en un desarrollo normal”, tendremos problemas: “Consideraremos anormal algo que no lo es. Haremos que padres y niños consideren su situación como patológica cuando realmente no lo es. Esto conlleva un elevado nivel de estrés para las familias, que quieren que sus hijos sean capaces de lograr todos sus objetivos como los demás niños. Los niños empiezan a sentirse diferentes, con problemas. Además, se frustran y empiezan a sentir rechazo por el aprendizaje”.
Concluye con el mensaje claro de que debemos ser conscientes de que no todo vale por conseguir resultados: “Los niños necesitan su tiempo, el tiempo normal para desarrollarse con completa normalidad, valga la redundancia”.

jueves, 4 de octubre de 2018

EL VALOR DEL ESFUERZO

Nada regalan en la vida, la suerte no existe, solo el esfuerzo y el trabajo. Así es, o así debería ser siempre. Nuestra sociedad nos ha creado el falso sueño de que saliendo en los medios de comunicación, inventando un personaje o una estrategia, podemos ser ricos y famosos en un momento. Con todo eso, lamentablemente hemos perdido el valor del esfuerzo, ya no creemos en él.

Pensamos que ganarse la vida con esfuerzo día a día es una estupidez, y soñamos con una lotería basada en la mentira, en el engaño o en la falta de respeto hacia nosotros mismos o hacia los demás. Muchos quieren ese minuto de gloria que les haga conseguirlo todo en un momento, conseguir cosas materiales…


Queremos todo a corto plazo porque lo saboreamos más rápido, pero bien es cierto que los grandes éxitos se van cultivando con el paso del tiempo.

“Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total, es una victoria completa”.

-Mahatma Gandhi-

El esfuerzo es dignidad
Los grandes hombres y las grandes mujeres son aquellos que se esfuerzan sin descanso. Son los que pasan su vida encerrados en un laboratorio buscando un descubrimiento que ayude a la humanidad. Esos panaderos que se levantan antes que el sol para ofrecernos “el pan nuestro de cada día”. O esos médicos que deciden cruzar fronteras para ayudar a los demás.

Esos reporteros que arriesgan su vida para ofrecer testimonio de lo que ocurre al otro lado del mundo; los profesores que dedican su vida al estudio y ofrecen sus conocimientos a los demás; esas mamás que cada día hacen de enfermera, de psicóloga o de amiga con sus hijos. Todas esas personas que se levantan cada día dando gracias por tener un trabajo y ganarse el pan “con el sudor de su frente”. Esos son los grandes hombres y mujeres.

Médico que simboliza el valor del esfuerzo


No nos engañemos, el esfuerzo es dignidad, es intentar hacer las cosas mejor con una sonrisa, con ganas de seguir luchando día a día, hora a hora y minuto a minuto, por conseguir nuestros sueños; el ser consciente de los errores que cometemos y buscar alternativas, aunque ese día hayamos trabajado el doble, eso es dignidad y esfuerzo.

No queramos, no soñemos con imitar a esos personajillos; no le enseñemos a nuestros hijos que las cosas se consiguen fácilmente, porque todo tiene un precio, y aprender que todo se consigue con el esfuerzo es una de las grandes enseñanzas que podemos recibir cuando somos pequeños.


El esfuerzo es como el cultivo de una semilla, que con el paso del tiempo hay que regar y cuidar, para que en el momento adecuado nos de sus frutos. El esfuerzo es amigo de la motivación y la constancia, no de la pereza y el desinterés.

¿Cómo educar en el valor del esfuerzo?
El esfuerzo es un valor que no viene de nacimiento, sino que los padres y madres tienen que enseñar a sus hijos, ya que necesita de un entrenamiento, el cual consiste en la creación de hábitos y responsabilidades, a través de la constancia.

Madre jugando con su hijo enseñándole el valor del esfuerzo
El valor del esfuerzo en la formación de una persona es esencial. Al enseñarlo, se transmiten además otros valores primordiales como la fortaleza, la paciencia, la tolerancia o la generosidad. Y se elimina la idea equivocada, de que todo llega sin hacer nada.

En esta complicada sociedad que aboga por lo contrario. ¿Cómo podemos inculcar el valor del esfuerzo?

No le hagas todo a tus hijos. Déjalos que tomen responsabilidades acordes con su edad. Si se empieza por enseñarle a esforzarse en cosas pequeñas, serán capaces de hacerlo más adelante, ante las grandes dificultades que la vida les deparará.
Enséñale con el ejemplo. A veces, las acciones son más importantes que las palabras.
Ayúdale a marcar metas realistas.
El sufrimiento es necesario. No críes a tu hijo entre algodones. Aprender que el sufrimiento y la frustración forman parte de la vida los hará más maduros emocionalmente.
Ayúdale a vencer la impaciencia.
Dialoga con tu hijo y explícale los porqués. Seguramente entenderán muchas cosas sobre el valor del esfuerzo si los ayudas con tus palabras.

“La calidad nunca es un accidente; siempre es el resultado de un esfuerzo de la inteligencia”.

–John Ruskin-