jueves, 26 de abril de 2018

“Los niños quieren una escuela que les escuche”.



A principios de los años 90, un pedagogo italiano, padre de tres hijos, soñó con una ciudad en la que los niños pudieran salir solos a la calle, ir a la escuela por su cuenta, comprar en tiendas sin la supervisión de adultos. Si la idea suena quimérica hoy, aunque cada vez un poco menos, en esa época debía parecer la propuesta de un iluminado.

Pero Francesco Tonucci (Fano, 1940) creía en ella. “Lo que proponemos y lo que queremos no es una ciudad de niños, sino una ciudad para niños”, explica el pedagogo durante una reciente visita al colegio Arcadia, en Villanueva de la Cañada, uno de los centros que más ha seguido los postulados de este educador.
Sus postulados han tenido un cierto éxito en España, donde más de 20 ciudades se han adherido a su idea de La ciudad de los niños y cada vez más centros practican (algo parecido a) el camino escolar que propone este pedagogo. Especial es el caso de Pontevedra, que ha peatonalizado todo el centro y abrazado con entusiasmo las propuestas de Tonucci como el camino escolar.
El camino escolar consiste, básicamente, en que los niños vayan solos al colegio en vez de hacerlo con sus padres, ya sea en coche o andando, o en el autobús de ruta del colegio. Se diseñan unas rutas preestablecidas que se consideren óptimas y los niños irán caminando, recogiéndose unos a otros por el camino hasta llegar al colegio.
Esta práctica solo produce ventajas para la ciudad que la propugna, sostiene Tonucci. “Da autonomía a los niños, y corre más peligo un niño sin autonomía y que no conoce el riesgo y sale un día a la calle solo” que otro que está acostumbrado. “Además, favorecer la presencia de los niños en las calles mejora la seguridad de todos” porque los adultos estamos más atentos cuando vemos a pequeños andando solos, añade. Y los niños llegan más espabilados al colegio después del paseo matutino, lo que les sirve para entrar de lleno en la enseñanza desde el primer minuto. Todo ventajas.
Una enfermedad moderna
Tonucci cree que los niños están solos y que esta es una enfermedad moderna típica de los países ricos. Una enfermedad forzada por el desarrollo urbanístico de las ciudades y los modos de vida, que han provocado que los pequeños sean hijos únicos y que no salgan a la calle por el temor de sus padres a que les pase algo. Por eso, para combatir esto, ideó su Città dei bambini.
 “Es una ciudad de todos, donde todos puedan vivir pacíficamente cumpliendo sus deseos. Una ciudad donde el espacio público se quita de los automóviles y se devuelve a las personas para que podamos caminar, encontrarnos y jugar”, reflexiona.
Hoy, casi 30 años después de su visión, la ciudad de Tonucci está un poco más cerca de ser una realidad. Alcaldes de todo el mundo han aceptado, con más o menos entusiasmo, que las urbes son hostiles para el peatón. Lo son para el adulto, ni hablamos ya de los más pequeños. ¿Alguien ha visto a algún pequeño, de unos 10 años, andando solo por una gran urbe? Probablemente pocos.
¿Tratamos a los niños con condescendencia? ¿Pensamos que son inútiles o realmente las ciudades son territorios hostiles para ellos y hacemos bien en no dejarles funcionar con autonomía? “A menudo tengo el sentimiento de que los adultos piensan que sus hijos son incapaces”, reflexiona Tonucci.
“Esta evaluación, probablemente incorrecta, seguramente se debe a la forma en la que los evaluamos cuando están con adultos”, continúa. “En este caso es cierto que se comportan como irresponsables e incapaces, porque todo el poder está en manos del adulto y por tanto lo único que el niño puede hacer es molestar, escapar, no respetar las reglas. Pero cuando están solos, todos los niños son responsables y atentos”, opina.
Y sostiene que las percepciones de los adultos no se confirman con la realidad y no están justificadas. “El miedo de los padres es excesivo. Continúa creciendo, cada vez hay más, pero el peligro real, según los datos oficiales, tiende a disminuir”. ¿Por qué? “La política y los medios de comunicación probablemente tengan una responsabilidad seria por esta evaluación distorsionada de la realidad”, asevera.
La escuela de los niños
Tonucci es firme defensor de un concepto que a muchos adultos sonará extraño, pero que sin embargo recoge la Convención de la ONU sobre los Derechos de los Niños: hay que escuchar a los niños y, sobre todo, tener en cuenta sus opiniones, no solo escuchar como un ejercicio de condescendencia.
 “De esta manera se sabe cómo piensan, qué piensan y qué necesitan esas personas que son diferentes de nosotros, los adultos. La diversidad es el valor agregado de la infancia”, argumenta. Y ofrecen una visión diferente del mundo, no contaminada por el ritmo desenfrenado y el estrés que aqueja a los mayores. “El otro valor es su libertad en comparación con las actitudes modernas de las que los adultos somos esclavos como la prisa, el consumo, las modas o el interés privado. La escucha cuidadosa y competente de los niños podría ayudarnos a cometer menos errores y causar menos desastres”, reflexiona.
Si los escucháramos, continúa Tonucci, descubriríamos que los niños querrían una escuela “donde no se aburran, donde no pasen tanto tiempo haciendo tan poco y de tan poco interés para ellos. Quieren una escuela que los escuche y esté interesada en sus intereses, que no pueden agotarse en el lenguaje y las matemáticas, pero que a la vez puedan extenderse a lo largo del rango de las 100 lenguas que manejan los niños, como dice Loris Malaguzzi (padre y director de las escuelas Reggio Emilia, en Italia) y como se reconoce en el artículo 13 de la Convención de la ONU.
Respecto a la escuela, Tonucci sostiene que su misión principal ya no es “enseñar cosas”. ¿Cuál es, entonces? “La parte de la enseñanza es la menos importante y más trivial, especialmente hoy en día que podemos utilizar la tecnología”, expone. “Lo único que puede hacer la escuela es enseñar a aprender, a amar la lectura, eseñar a escribir para mantener los pensamientos o comunicarse con los demás, desarrollar conocimientos para los que el niño esté especialmente dotado, desde los artístico-manuales hasta los científicos. En la escuela un niño debe aprender a trabajar junto a otros, a ayudarse mutuamente”, enumera.
Porque la escuela, sostiene Tonucci, deja fuera a muchos niños que no tienen tanto interés en los currículums que más se trabajan en los centros, como Lengua o Matemáticas. “Los alumnos que sacan buenas notas en estas asignaturas saldrán adelante, pero ¿qué pasa con los que nacieron músicos, periodistas, artistas? Para ellos la escuela no existe”, se pregunta y se responde.
“Es absurdo que hagamos pasar tantas horas a los niños en un lugar que no quieren y no reconocen como suyo sino que lo ven hostil y de adultos. Así no van a rendir nunca”, sostiene. Para él, la clave de una buena escuela está en los maestros y no en reformas o leyes educativas. “En Italia las leyes no consiguieron cambiar la escuela significativamente para mejor. Cuando los gobernantes decidan que quieren de verdad una buena escuela para todos dejarán de pensar en reformas y se centrarán en la formación de maestros, que es lo necesario. La garantía de una buena escuela son los maestros, no las leyes ni tampoco la tecnología, por cierto”.
¿Qué es un buen maestro? “Uno que escucha a los niños porque saben que tienen cosas que aportar. Que es consciente de que tienen experiencia en algo que él no lo es. ¿Cómo va a proponer contenidos que consideren interesantes de esa manera?”, lanza al aire.
Los espacios y la autonomía
El pedagogo cree que los adultos manejamos erróneamente el concepto del espacio cuando se aplica a los niños. Nos encanta meterlos en uno y que se queden ahí, cuando esa idea va, asegura, contra la naturaleza de lo que es un niño.
En la escuela, por ejemplo, la idea de “aula” es antigua, dice, y en parte responsable de por qué está fracasando la escuela. “Propongo renunciar a las aulas”. “Para mí la escuela debería estar formada por talleres, por laboratorios. Los niños irían de uno a otro (frente al concepto tan español de que son los profesores los que cambian de clase mientras los niños se quedan fijos en una)”.
En la ciudad, sucede algo parecido con los parques. “Hay que renunciar a hacer espacios específicos para ellos”, explica, asumiendo que la ciudad se ha convertido en un lugar amable para los menores. “Cuando inventamos espacios para niños lo que estamos haciendo en realidad es excluir a los niños del resto de espacios, que deberían ser para todos”, argumenta. Además, cohartan la capacidad de inventar de los niños, algo absolutamente necesario para su correcto desarrollo, según el pedagogo.

 Daniel Sánchez Caballero.


miércoles, 18 de abril de 2018

Grupos de WhatsApp de la clase. Decálogo para hacer un buen uso.


Nos quejamos con frecuencia del mal uso que hacen nuestros hijos del Whatsapp: que si cotillean, si juzgan e inventan cosas, si critican… pero ¿de qué forma utilizamos nosotros este instrumento, en concreto el Whatsapp de la clase de nuestros hijos? No podemos olvidar que somos el espejo donde se miran nuestros hijos y debemos ser un buen ejemplo para ellos.
Por este motivo queremos compartir este decálogo para utilizarlo de manera correcta (si es que no lo estás haciendo del todo bien). 
DECÁLOGO:
  • Utiliza el grupo de Whatsapp de la clase para intercambiar información útil sobre tu hijo y el grupo-clase. Si no tienes nada positivo, útil e interesante que aportar mejor no escribas nada.
  • Respeta a los demás y su intimidad: una vez se comparte un contenido ya no hay marcha atrás.
  • No escribas lo que no dirías a la cara. Piénsatelo dos veces antes de enviarlo. Recuerda que lo que escribimos a través de este medio deja huella y ahí queda.
  • No te conviertas en la secretaria personal de tu hijo: deja que aprenda a asumir sus propias responsabilidades. Nada de preguntar deberes, trabajos, hacer sus ejercicios...
  • Ante el mal uso de alguno de los miembros del grupo no dejes pasar la ocasión de mostrar tu disconformidad y hacerle ver que no es la manera correcta de proceder.
  • Evita comentar los rumores que se compartan en el grupo e intenta erradicarlos. El rumor es una construcción grupal: todos los que participan o comentan el rumor son sus constructores pues cada uno de ellos aporta algo al mismo.
  • Si tus intentos de eliminar estas actitudes del grupo son fallidos, siempre tienes la opción de abandonar el grupo y dejar de formar parte del mismo. Aunque algunos no lo entenderán a veces es la mejor opción. Evita la creación de otros subgrupos.
  • No compartas en el grupo contenidos que atenten contra la privacidad de nadie ni sea ofensivo hacia otros (padres, profesores, etc.). Tampoco compartas fotos e imágenes privadas o de otros niños. Evita compartir memes, vídeos o chistes ya que esta no ha sido la finalidad de la creación del grupo.
  • Si tienes algún problema que resolver con el profesor, no lo hagas a través del grupo: ve directamente al centro a hablar con él cara a cara. De esta forma le darás la opción de poder ofrecerte sus argumentos sobre lo sucedido.
  • El grupo no se ha creado para criticar, insultar o amenazar. Si tienes que decir algo a alguien en concreto dirígete a esa persona en privado y no en el grupo.
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jueves, 12 de abril de 2018

La comunicación entre padres e hijos


Todos los padres necesitan tener una buena comunicación con sus hijos. La comunicación favorece la relación, se obtiene un ambiente de unión, de respeto, de tolerancia y de cariño y confianza. Si es importante el diálogo en las relaciones interpersonales, lo es aún más la comunicación en la familia, ésta está guiada por los sentimientos, nos ayuda a establecer contacto con el otro, a dar o recibir información y así expresar aquello que queremos decir, ya sean ideas, sentimientos o sufrimientos. La comunicación ayuda a fortalecer el apego en la familia y entre sus miembros.
A los padres y a las madres les gusta tener con los hijos una comunicación fluida y positiva. Cuando esto no es así, cuando la relación se deteriora y se convierte en superficial, aparecen las dudas y la desconfianza, los problemas pasan por la mente de los padres y surge la angustia. De igual modo hay momentos que los hijos no necesitan comunicar según que aspectos de sus vidas a los padres y este hecho ha de ser respetado, en este momento los hermanos o los amigos cobran un papel importante. Aquí los padres tendrán que darles a los hijos su espacio y momento y estar presentes por si son necesarios en algún momento. Este hecho suele ser más frecuente en la adolescencia y los niños se vuelven más reservados que cuando son más pequeños. Es en este momento cuando los padres tendrán que estar más alerta y observar las conductas de sus hijos por si necesitan de su ayuda y ellos no son capaces de comunicarlo. Es importante que sepamos que, a veces, con el afán de ayudar a los hijos, los padres pueden convertirse en jueces, se critica o se censuran sus conductas con mucha rapidez y esto no favorecerá a la relación.
Escuchar atentamente es el primer paso que nos permitirá conocer qué preocupa al niño y cuál es su estado emocional. Los niños aprenden desde el ejemplo, por eso es necesario que los padres comiencen desde muy pequeños a interiorizar en los niños pautas o normas de una buena comunicación. Cuando existe la comunicación en una familia, seguramente se puede afirmar que existe un compañerismo, una complicidad, y un ambiente de unión y afecto en la casa. Hay que ayudar a los hijos, es decir, que los padres introduzcan mecanismos que faciliten la comunicación, por ejemplo:
  • Escuchar con atención e interés, que el niño sienta que está siendo atendido.
  • Cuando se dé un consejo que sea siempre en clave positiva.
  • Ponernos en el lugar del niño y poder entender que es lo que le pasa, así podremos ayudarle con mayor facilidad.
  • Crear un ambiente que facilite la comunicación.
  • Que se sienta partícipe de decisiones de la familia, que pueda opinar sobre aspectos concretos y explicarles las cosas que suceden en el núcleo familiar, siempre teniendo en cuenta la edad del niño.
  • No juzgarlos antes de tiempo cuando nos expliquen alguna cosa.
  • Proporcionarles confianza para que puedan hablar sobre cualquier tema dentro de la familia, es mejor que puedan hablar obtener información dentro del núcleo familiar que no fuera.
Es importante poder seguir todas estas pautas, que el niño se sienta escuchado, que pueda comunicarse abiertamente y se sienta apoyado cuando exprese todos sus sentimientos. De esta manera la comunicación será positiva y el ambiente familiar será el adecuado para el buen desarrollo del niño.
Escrito por: Patricia de la Sierra Díez

miércoles, 4 de abril de 2018

Todo lo que aprende cuando le enseñas a pedir perdón

Todos sabemos, por experiencia propia, lo difícil que es pedir perdón y reconocer los errores. Y a medida que nos hacemos mayores, más difícil es. Sin embargo, la persona que sabe perdonar vive más feliz, sin rencores y sin tantas presiones internas; perdonar se convierte así en una herramienta terapéutica para el alma. Y tan necesaria es para los niños como para los adultos.
Pedir perdón de manera consciente y voluntaria ayuda a los niños a:
  1. Ser responsables de sus actos
  2. Ser respetuosos con los demás
  3. Reconocer y cambiar comportamientos negativos
  4. Desarrollar habilidades cognitivas
Tres consejos para enseñar a los niños a reconocer sus errores y disculparse por ellos:

A través de tu ejemplo 

No solo en las cosas que le atañen a él, sino como principio de vida en tu familia. En tu relación con tus hijos y con tu pareja. Con tus amigos, en el supermercado o en el pediatra. Reconocer los errores y disculparte por ellos si es que afectan a los demás debe ser un principio de vida y no solo una estrategia educativa. “Perdona hijo, he llegado tarde a recogerte; lo siento. Intentaré no volver a hacerlo”.
Haz que reflexione en vez de obligarlo
Tu hijo debe darse cuenta de lo sucedido. No des por sentado que un niño tan pequeño entiende que su amigo llora porque le ha quitado su camión. En lugar de obligarlo a pedir perdón, repasa la situación con él y hazle preguntas como éstas: “¿Cómo se sentía Carlos antes de que le quitaras su camión? ¿Y ahora que se lo has quitado? Imagina qué sentirías si tú estuvieras jugando muy contento y de pronto un niño llegara y te quitara tu juguete sin pedirte permiso. Qué tristeza, ¿verdad? ¿Qué te habría gustado que hiciera Carlos si él te hubiera quitado el camión? ¿Qué podrías hacer tú para que Carlos no estuviera tan triste?” De esta manera permites que tu hijo se percate de su error, encuentre su propia solución y una respuesta compensatoria.

Enséñale a describir la situación

Decir “perdón” no es lo mismo que “pedir perdón”, reconociendo el error y con la intención de no repetirlo. Para que un niño se percate de su responsabilidad en el acto, comprenda que se ha equivocado o que las consecuencias de sus actos han afectado a los demás debemos enseñarle a describir. Un niño pequeño solo lo aprenderá si te ve describir a ti en todos los contextos: “Te quiero pedir una disculpa por haberte gritado. Creo que no es necesario gritarte para decirte las cosas. Me he equivocado. En esta casa no se grita, se habla con cariño, lo siento”.


Nunca obligues a tu hijo a disculparse
En vez de ello, dale información de lo sucedido y una oportunidad para hacer algo por el otro. Es la única manera, junto a tu ejemplo, de que entienda hasta dónde llegan las consecuencias de sus actos, y busque estrategias reparadoras. Si lo obligas , solo consentirás que pida perdón por coacción u obediencia ciega, y que crea que así se resuelve la situación sin sentir ninguna necesidad de cambiar su comportamiento.
El objetivo de pedir perdón no es solo disculparse sino que haya un cambio en su consciencia, que entienda cuál fue su error y el alcance del mismo para así buscar estrategias que ayuden a que no lo vuelva a hacer. Se trata de que entienda que todos los errores tienen solución y que está en sus manos compensar la falta y evitar que se repita. Un error es una oportunidad de aprendizaje y no un medio para hacer sentir culpable o mal a los niños.
Al ayudarle a pedir perdón fomentas habilidades cognitivas como la percepción clara y precisa, instrumentos verbales adecuados, capacidad de considerar dos o más fuentes de información a la vez, capacidad de percibir y definir el problema, habilidad para diferenciar datos relevantes e irrelevantes, amplitud del campo mental, Interiorización del propio comportamiento, pensamiento hipotético y comunicación descentralizada, entre otros.