Hace poco, escuché la siguiente frase en una canción infantil: “El ratoncito Pérez le compra los dientes a los niños buenos y obedientes”.
En un principio, podemos pensar que el autor recurre a la rima fácil “dientes/obedientes”, pero, bajo esta melodía inocente se esconde un “plan” transmitido de generación en generación que consigue transformar a los niños en adultos sumisos que no se cuestionan en primer lugar, las órdenes del padre ni, posteriormente, del estado, de la Iglesia o de la figura autoritaria de turno.
También Papá Noel y los Reyes Magos utilizan la misma imposición. Si hacemos un poco de memoria, todas las cartas que enviábamos a los Reyes Magos empezaban más o menos así: “Queridos Reyes Magos, como este año he sido muy bueno, quiero pediros el barco pirata de Playmobil y etc. “. En resumidas cuentas, juguetes para los niños buenos y obedientes y carbón para los malos que no hacen caso.
Esta sutil (o no tan sutil) forma de coacción es una manera que utilizan muchas padres para “vender” su cariño a los hijos. El mensaje de fondo, el que reciben los niños, es que si eres bueno, obediente y haces todo lo que yo te digo sin protestar, tendrás regalos y mi cariño; en cambio, si eres inquieto, curioso y no me obedeces, serás un niño malo y no te querré.
Lo que no sospechan muchos padres es que este maltrato psicológico, precisamente por su invisibilidad, es más destructivo que el maltrato físico.
Los niños, por encima incluso de las demandas físicas, lo que más necesitan para su supervivencia es el amor y los cuidados de sus padres. Por ello, harán cualquier cosa para conseguirlo, incluso si eso supone enterrar para siempre su alma de niño bajo capas y capas de normas, sumisiones y obediencias ciegas. Crecemos y obtenemos ese aparente cariño de los padres, pero muy en el fondo, aún sigue escondido ese niño que se cuestionaba las cosas, que tenía claro lo que le gustaba y lo que no, en definitiva, ese niño de mente libre. Con el tiempo, esta sumisión del verdadero yo, provocará conflictos internos que afectarán en muchas ocasiones a la persona a nivel psicológico, y en otras, puede incluso llegar a somatizarse en todo tipo de enfermedades físicas.
Seguro que si miramos en nuestro interior y recordamos nuestra infancia, a más de uno le sonará algo de todo esto que estamos comentando. Y si tenemos hijos y nos paramos un poco a observarnos, nos sorprenderemos repitiendo este tipo de tretas engañosas con ellos.
¿Qué hacemos entonces para no influir negativamente en nuestros hijos?
Para liberarnos en profundidad de esta educación y no transmitírsela a nuestros hijos, tendremos que pasar por un proceso terapéutico que nos ayude a entender cómo hemos vivido influidos desde pequeños por esta manipulación. Deberemos además, liberarnos de todos los patrones heredados y bucear en nuestro interior para rescatar a nuestro verdadero yo de debajo de todas esas capas de indefensión donde se escondió.
Sólo después de toda esta búsqueda, podremos dejar de influir negativamente sobre los demás.
De todas formas, mientras nos preparamos y asumimos la necesidad de pasar por este proceso, sí que podemos poner en marcha algunas soluciones.
La más rápida, sencilla, y fundamental, la de ofrecerles a nuestros hijos nuestro amor y nuestro total respeto a su individualidad, a sus inquietudes. También, podemos decirles que les queremos por todo lo que son y por todo lo que hacen, no solamente cuando son buenos. Evidentemente, habrá cosas que no puedan hacer porque pueden ser situaciones peligrosas para ellos (respetarles no significa que dejemos que metan los dedos en los enchufes). Siempre podemos explicarles los motivos y ellos lo van a entender. Dejemos ya el “si metes los dedos en los enchufes es porque eres un niño malo y no te voy a querer”, mucho mejor es “vamos a jugar a algo que no sea peligroso para ti”.
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