Es en las
microrealidades de la vida cotidiana donde se encuentra la enorme fuente de
educación. Es en la vida cotidiana donde nos educamos, donde aprendemos a
transformarnos.
No es la
clase, no es el contenido, ni siquiera el método o la técnica. Lo que
educa, en el sentido de crear transformaciones intelectuales, actitudinales
o emocionales, es el conjunto de pequeñas situaciones que vivimos en el
día a día. Educamos desde el intercambio entre personas.
Educatividad
es un viejo concepto, poco discutido en la actualidad, pero que vale la pena
tener presente por su gigantesca presencia en la vida pedagógica. Se refiere a
la capacidad de educar. Es decir, a la capacidad de influir que puede tener una
persona o un elemento no humano (pero que siempre está mediado por la mano
humana, por ejemplo, la capacidad transformadora de un libro, un vídeo o una
canción de Serrat).
Desde una perspectiva muy
tradicionalista, este concepto fue asignado exclusivamente a docentes (o
maestros, o enseñantes, o profesores, etcétera) y se fue dejando de
comprenderlo o ubicarlo en dos ámbitos. En primer lugar, el de las personas que
influyen, que cambian a los demás, que generan transformaciones, que educan,
pero fuera de la institución escolar. Y en segundo plano, se dejó de comprender
que, hechos, factores, elementos, objetos o situaciones (sin intencionalidad
educativa desde alguna persona), también causan influencias y cambios que
pueden llamarse educativos. En otras palabras, la educatividad de la vida en su
conjunto.
Y, como
consecuencia, dejamos de comprender y convencernos de que en las
microrealidades de la vida cotidiana se encuentra la enorme fuente de educación,
esa que todos los días la tenemos a la mano y no es motivo de reflexiones,
diseños o análisis pedagógicos, mucho menos causa de esfuerzos curriculares o
de consideración evaluativa. Y, sin embargo, desde el saludo inicial, hasta la
mirada con la que despedimos a nuestros estudiantes cuando dejan el espacio en
el que ejercemos de profesores, tenemos un sistema de interacciones muy
influyente e impactante en la vida de ellas y ellos, mucho más que nuestros
discursos emocionados, que nuestras sabias y preparadas clases magistrales, o
que nuestras presentaciones audiovisuales. Pero como hemos ido abandonando la
comprensión de que la educación surge del intercambio y la interrelación,
apagamos los focos de nuestra atención a ese ecosistema diario y nos
concentramos en el momento didáctico.
En el
discurso dominante de las competencias y los estándares no existe posibilidad
de que alguna consideración y valoración se tenga hacia la calidad y
profundidad de las relaciones que se crean en el entorno del aula y de la
institución. Solo tienen valor las acciones, recursos y métodos que hagan
posible las respuestas esperadas (con un lenguaje previamente asumido, técnico,
inflexible), esas que pueden ser motivo de medición cuantitativa, que todo
mundo tiene que saber dar. Como lo que importa es lo que se ve y mide,
entonces la afectividad, emocionalidad y subjetividad de lo cotidiano queda
fuera de toda estima y de toda atención. ¡Semejante despropósito!
No se le asigna ningún valor pedagógico
a lo que realmente tiene valor para la vida, y se coloca en la cima de los
tesoros pedagógicos, a las conductas observables y medibles que resultan de un
esfuerzo específico, puntual, didáctico, pero que con el paso del tiempo serán
olvidadas o abandonadas por desuso o desinterés.
La sensación de sentirse escuchado,
respetado, valorado, atendido y afirmado, la empatía en las interrelaciones, la
manera como se resuelve una situación difícil, la forma de corregir que no
abandona la dignidad y el buen trato (pero tampoco la firmeza), el estímulo, la
cero tolerancia ante el irrespeto y la burla, constituyen ingredientes de la
educatividad de lo cotidiano.
Y es que tampoco olvidemos que lo
empaquetado y medible es más fácil. Construir entornos de discusión, diálogo
horizontal y transferencia de poder es mucho más complicado y difícil. Pero la
vida es así. La cotidianidad es la vida. Pero es allí donde nos educamos, donde
aprendemos a transformarnos.
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