Desde tiempos inmemoriales, hay un debate entre lo innato y lo aprendido.
Durante siglos, la naturaleza venció a la cultura. “Lo que natura no da,
Salamanca no presta”, decía un antiguo refrán. Las tornas están cambiando y
cada vez se da mayor protagonismo al aprendizaje. Françoys Gagné, de la Universidad de Quebec, uno de los
grandes expertos en 'altas capacidades' (terreno donde los defensores del
innatismo se defienden mejor), distingue entre aptitudes,
que pueden estar genéticamente determinadas, y talento,
que es el resultado de educar esas aptitudes. Como he señalado en 'Objetivo: generar talento',
este no es previo, sino posterior a la educación. Me parece una gran noticia.
No
podemos decir que una persona nace con una cantidad de inteligencia
cuantificable. Es como si una semilla contuviera ya el tamaño del árbol.
Las personas que destacaban en una profesión o actividad han despertado
siempre la curiosidad y el interés de la gente. ¿Qué tienen de especial Mozart, Newton, Einstein, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Michel Jordan, Rafael Nadal o Lionel Messi? K. Anders Ericsson, un psicólogo
sueco, profesor de la Universidad de Florida, ha dedicado toda su labor
investigadora a estudiar este tema. Ataca el mito del genio, que nace
dotado de dotes especiales, para defender con tenacidad que el talento se
aprende, que no hay genialidad sin esfuerzo y
que, en parte, la genialidad es, precisamente, la capacidad de esforzarse. No
hay genio perezoso. Cuando preguntaron a Newton cómo se le ocurrían sus
teorías, respondió: “Nocte dieque incubando”, pensando en ello día y
noche. Malcolm Gladwell, un divulgador de éxito, ha acuñado
una expresión que ha hecho fortuna: para alcanzar la maestría en una actividad
—sea la matemática, la gimnasia, el ajedrez o la cocina— hacen falta 10.000
horas de entrenamiento.
La "práctica deliberada"
Según Ericsson, lo que confiere la maestría —la 'expertise'— es la
“práctica deliberada”. No cualquier tipo de práctica, porque miles de horas de
experiencia pueden no producir ninguna mejoría, sino un entrenamiento bien dirigido. Tener un buen entrenador
es un factor esencial, que en algunos casos puede sustituirse convirtiéndose en
entrenador de uno mismo.
Ericsson ha resumido en su último libro, 'Peak. Secrets from the New
Science of Expertise', que se publicará pronto en castellano, el
resultado de 30 años de investigaciones.
¿Qué caracteriza la inteligencia de un experto? La característica principal
es que tiene una representación mental de su actividad
diferente a la de un principiante. Un jugador de fútbol
extraordinario, además de sus habilidades físicas, tiene una imagen especial de
lo que está sucediendo en el campo, de la colocación de sus compañeros, de las
distintas posibilidades de acción, que le permite tomar las mejores decisiones.
Y lo mismo sucede con un músico, un cirujano o un
matemático.
Cuando
un músico ha demostrado la calidad suficiente para ingresar en una buena
academia, lo que distingue al virtuoso de un mediocre se debe al trabajo.
La 'práctica deliberada' permite diseñar el cerebro aprovechando su
plasticidad. El talento —la 'expertise', la excelencia— se demuestra en la
acción. La 'práctica deliberada' ha de estar diseñada para mejorar el
desempeño. Ha de tener una meta definida, analizar los pasos que conducen a
ella, entrenarse, recibir el 'feedback' inmediato
para poder corregir o perseverar, comprometerse continuamente a salir de
la zona de confort.
El ejercicio físico es un claro ejemplo. Cuando sometemos los músculos a un
esfuerzo, al principio se cansan pronto, pero si continuamos con el entrenamiento,
el organismo producirá nuevos capilares que proporcionan más oxígeno y permiten
alcanzar el confort a un nivel superior. La angiogénesis (la generación de
nuevas arterias) muestra que la función crea el órgano. Aparece así lo que he
llamado el 'bucle prodigioso'. Las aptitudes que tenemos
permiten rediseñar esa misma aptitud. Por eso, no podemos decir que
una persona nace con una cantidad de inteligencia cuantificable. Es como si
dijéramos que una semilla contiene ya el tamaño final del árbol. Si carece del
entorno adecuado, tal vez ni siquiera germine.
Algunos investigadores piensan que Ericsson se ha dejado llevar por su
entusiasmo, y que no se puede atribuir a un entrenamiento adecuado más
del 30% del éxito en el desempeño de una actividad. Sería insensato afirmar que
todo el mundo puede ser Einstein, pero también sería insensato negar que todo
el mundo puede mejorar su habilidad. Las características innatas
influyen, pero solo hasta cierto punto. Ericsson llamó la atención
de todo el mundo con un experimento en la Academia de Música de Berlín.
Dividieron a los alumnos de violín en tres grupos según su calidad: alta, media
y baja. A todos se les hizo la misma pregunta: ¿cuántas horas ha practicado
desde que comenzó a aprender? A los 20 años, los alumnos destacados, a los que se
les podía pronosticar una gran carrera, habían practicado 10.000 horas; los
alumnos simplemente buenos, unas 8.000, y los mediocres, alrededor de 4.000. La
conclusión de este estudio es que cuando un músico ha demostrado la calidad
suficiente para ingresar en una academia de prestigio, lo que distingue al virtuoso de un músico mediocre solo
se debe al trabajo.
Sería
insensato afirmar que todo el mundo puede ser Einstein, pero también sería
insensato negar que todo el mundo puede mejorar su habilidad.
La 'práctica deliberada' tiene una inmediata aplicación en
el mundo educativo. De hecho, el premio Nobel de Física Carl Wieman demostró que mediante ella se podía
mejorar la enseñanza de la física. Ericsson cree que si todos aprovecháramos la
capacidad de desarrollar nuestro talento en el trabajo o en la vida cotidiana,
nuestra calidad de vida experimentaría una mejoría sorprendente. Es esta
búsqueda de la excelencia en todos los niveles lo que da un interés social a
unos estudios que en principio parecían solo interesantes para una minoría.
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