Si siempre permites que los demás decidan la película de cine que vais a ver, si tiendes a seguir siempre la corriente, si evitas dar tu opinión sobre ciertos temas para no discutir y para que los demás no se enfaden contigo, siento decirte que tengo una mala noticia para ti: es imposible llevarse bien con todo el mundo.
Intentar agradar en todo momento, dejar de expresar tus preferencias y tus gustos para caerle bien a los demás, a la postre, resulta una peligrosa arma de doble filo. Si bien es cierto que debido a tu conformidad puedes tener una amplia red de amigos y conocidos que acudan a ti cuando necesiten ayuda o compañía, también lo es el hecho de que el precio a pagar es demasiado alto: tu propia identidad, tu propio ser. Las conversaciones, las películas, la compañía, a la larga, no podrán llenar ese vacío interior que sientes por tanta contención, por tanta pasividad, por tanta negación de ti misma, de tus deseos, de tus necesidades.
Esta situación que describo no es nueva para ti. Esta forma de actuar para protegerte del rechazo, ancla sus raíces en tu más tierna infancia. Cuando eras pequeña, tenías que amoldarte a las preferencias de tus padres o cuidadores para que no se enfadaran contigo y te prestaran sus cuidados. El peligro de no hacerlo, podía ser un grito, una paliza o quedarte sin cena. Además, a un nivel inconsciente, sabías que tu vida dependía de ellos y tenías que someterte a sus deseos y órdenes para poder sobrevivir. Poco a poco, fuiste reprimiendo tus necesidades y dejaste de expresar tus verdaderas emociones. En aquella época, en la que dependías al completo de tus mayores para subsistir, no tuviste otra alternativa: ocultar tus deseos, acallar tus necesidades, negar tus preferencias, todas estas estrategias funcionaron, te permitieron salir adelante, sobrevivir.
Sin embargo, a pesar de que ya eres adulta y estás capacitada para sobrevivir por ti misma, sigues utilizando el mismo esquema de comportamiento en tu día a día: te amoldas, cedes, callas tus necesidades y preferencias, quieres caerle bien a todo el mundo, temes el rechazo. Este patrón, ha acabado por convertirse, de tanto repetirlo e interiorizarlo como “lo que debías hacer”, en la manera automática que tienes de relacionarte con todas las personas. Por desgracia, cada vez que dejas de expresar tu opinión, tu verdadero ser se va ocultando más y más.
Tras largos años actuando de esta forma, estamos tan distanciados de nosotros mismos que no sabemos lo que nos gusta ni lo que no. Ni siquiera sabemos quiénes somos.
Un paciente me contó que se había dado cuenta de hasta qué punto estaba desconectado de sí mismo el día que estaba en un restaurante con unos amigos y le preguntaron si le gustaba la ensalada con o sin tomate. Tras pensarlo durante un largo rato, tuvo que confesar que no sabía, en realidad, si le gustaba el tomate o no. No podía decidirse.
¿Cómo había llegado a ese grado de desconexión con sus propios gustos? Como expliqué anteriormente, la adaptación a los demás implica la separación progresiva de uno mismo. Los padres de este chico se separaron de forma muy traumática cuando él era pequeño. Tras el divorcio, el niño se pasó la infancia viviendo por temporadas con su madre o con su padre. Con el paso de los años, el chiquillo aprendió, incluidos los gustos culinarios, a adaptarse al ritmo y la idiosincrasia de cada uno de ellos para no enfadarles. A su padre, le gustaba el tomate y su madre, lo odiaba, por lo tanto, cuando estaba con su padre, lo comía sin problemas y cuando estaba con su madre, él tampoco lo tomaba. La consecuencia fue que, varios años más tarde, ya de adulto, fue incapaz de decidir si le gustaba o no el tomate cuando fue con sus amigos a aquel restaurante.
Como podéis imaginar, esta falta de conexión consigo mismo se extendía a todos los ámbitos de su vida, por lo que cuando acudió a consulta, estaba sumido en un estado de profunda apatía.
Tras su trabajo terapéutico, este hombre logró recuperar la conexión con su interior, con sus propios gustos y con lo que le apetecía hacer en cada momento. Fue dejando de mirar hacia fuera, preocupándose por complacer a los demás, y se centró mucho más en lo que le decía su voz interior. Me explicaba: “Ramón, en el mundo hay 7.000 millones de personas y he entendido que es imposible llevarse bien con todas ellas. A unos les gustará el tomate y a otros no, unos serán del Madrid y otros del Barcelona. Es imposible complacerles a todos. Yo tengo que ser fiel a mí mismo”
Para volver a conectar contigo misma, tienes que recuperar tu identidad, tu poder de decisión y aprender a escuchar tus verdaderos deseos y necesidades.
Dejar de amoldarte siempre a los deseos de los demás te hará ser menos popular y tener menos amigos, pero no debes preocuparte por perderlos, ya que, en realidad, muchos de ellos, nunca fueron amigos sinceros; sólo se aprovechaban de ti.
Frente a esta pequeña pérdida, el beneficio es enorme: te conocerás y podrás ser tú misma. Y eso no tiene precio.
Dejarás de gustarle a mucha gente, eso te lo puedo asegurar, pero también, comprobarás que otros te apreciarán y te querrán por lo que realmente eres. Las relaciones que tengas con estas personas serán mucho más sanas. No querrán nada de ti, simplemente, disfrutarán de tu compañía. Y tú te sentirás bien pudiendo ser tú misma. Unas pocas relaciones de este tipo valen mucho más que 7.000 millones de falsos amigos.
Bien mirado, no llevarse bien con todo el mundo no es ninguna condena, sino todo lo contrario, supone una gran liberación.
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