Escrito por Javier Menéndez Sánchez Julia Romero.
Dijo Irving Berlin que “la vida es un 10% lo que te ocurre y un 90% cómo te lo tomas”, en clara alusión a la capacidad que tenemos las personas de adaptarnos a las circunstancias. Igual de claro fue el emperador romano Marco Aurelio, escribiendo que “la calidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos”.
En un contexto de incertidumbre como el actual, en plena pandemia por la Covid-19, la gestión de las emociones y pensamientos es más importante que nunca. Siempre lo es, sin duda, pero ahora que tantos ámbitos están en crisis -sanitario, económico y laboral- es esencial para no desanimarse. La vida sigue, con todo, y es preciso entenderlo y adaptarse cuanto antes.
La educación también ha tenido que hacerlo rápido. Los alumnos han cambiado el formato presencial, en las aulas, por videoconferencias desde su ordenador. Y el resultado ha sido positivo: útil, al menos, para continuar los aprendizajes en la distancia.
Toda
crisis tiene sus desgracias y oportunidades
Sin embargo, esta correcta gestión
emocional no es fácil. No lo es cuando miles de ciudadanos en todo el mundo se
están contagiado, cuando una empresa quiebra o decide recortar gastos, o cuando
tu contacto con amigos y familiares se limita a una pantalla hasta nuevo aviso.
Nuestra sociedad, tan avanzada en tantos
campos, no estaba preparada para un golpe así de repentino que ha sido capaz de
sacudir y parar el mundo entero en cuestión de semanas y cuyo origen resulta,
incluso a día de hoy, desconocido. De película de ciencia ficción, vaya.
Lo
bueno es que, como toda crisis, esta pandemia tiene también sus efectos
positivos. El principal, quizá, es que está actuando como un potente revulsivo personal:
es casi imposible no cuestionarse las propias metas y prioridades; un ejercicio
de introspección y consciencia que de otra forma no se produciría a escala global.
Una crisis tan grande nos obliga a
replantearnos muchas cosas, como agradecer las cosas buenas que, a menudo,
pasamos por alto; o darle importancia a lo que realmente la tiene.
Como conjunto, ocurre algo similar. Las
organizaciones e instituciones son inertes, pero funcionan mediante decisiones
y trabajo humano.
El virus también las ha impactado
negativamente, pero a la vez, enfocando lo positivo, es una oportunidad: el
teletrabajo se ha convertido en la manera de trabajar de millones de
ciudadanos.
Esta
manera de entender la jornada laboral, más humana, considera la calidad de vida de los trabajadores. Pasada la pandemia, es probable que esta fórmula
continúe; al menos, ciertos días por semanas o como opción.
De
la enseñanza tradicional al valor de las emociones
Por su parte, la educación está
implementando la digitalización. Pero, además, es previsible que vivida esta
experiencia, los docentes introduzcan distintos enfoques a sus enseñanzas, con
un mayor componente emocional.
Nassim
Taleb, ensayista y estadístico, plantea que los profesores hablen de la incertidumbre,
tan característica de nuestro tiempo. Si están preparando a las futuras
generaciones para su carrera profesional, es interesante que las mentalicen
bien del terreno de juego.
La resiliencia, la capacidad de
adaptarse a tanto cambio y la creatividad serán decisivas. Y la educación, si
pretende acercarse a la realidad laboral, irá incorporando su desarrollo poco a
poco. Igual que el resto de las competencias sociales y emocionales, que ya se
señalan como la clave del éxito en el trabajo.
El
futuro pasa por la educación emocional
No
en vano, en algunos países, la educación emocional es uno de los ejes
vertebradores de la formación de los jóvenes. Por ejemplo, en Finlandia, donde se fomenta el trabajo en grupo y
la participación de los alumnos por encima de la memorización. Además, las
clases tienen un trato más personalizado y un carácter más lúdico y creativo.
En Dinamarca, los niños reciben formación en empatía,
esa capacidad tan necesaria para una buena relación con otras personas. Los
profesores enseñan a identificar emociones y a gestionarlas, una tarea que
realizan junto con los propios alumnos, para que se abran más y participen,
ayudando a sus compañeros.
Pero no hace falta irse hasta los países
nórdicos para encontrar esta ansiada educación emocional. Otros países como
Malta -con el programa EPS (Educación Personal y Social)-, Reino Unido o Suiza
-con el programa PFADE- llevan cierto recorrido.
También, México -con el programa Amistad para siempre-, Argentina, República
Dominicana y Nueva Zelanda.
En
España, poco a poco, van surgiendo iniciativas. Como la puesta en marcha
en Canarias,
desde 2014, en la que los alumnos de Primero a Cuarto de Primaria tienen 90
minutos de Educación Emocional. Un tiempo que los docentes implicados aseguran
que está bien invertido, ya no solo por las implicaciones psicológicas y
relacionales, sino por el rendimiento
académico, que es mayor. Beneficios no faltan.
El
futuro próximo exige este tipo de formación
humana. Cualquier proyecto educacional que se
precie, como auguraba el célebre Eduard Punset, debe contemplarla en su
programa como pilar central. Solo así los alumnos podrán completar la educación
que reciben en casa, con su familia, y crecer
de una manera más sana y empática con
los demás.