Un proceso de enseñanza y aprendizaje, con
independencia de su naturaleza, conlleva un pacto entre dos partes. En la
mayoría de las ocasiones, no se trata de un pacto explícito: no se habla de los
términos del acuerdo ni se negocian las posiciones. A pesar de ello, el pacto
está ahí, en las cabezas de las personas implicadas. Vamos a meternos en
ellas... El pacto que nos invita a hacer la institución educativa, y que
podríamos definir como "tradicional", viene a establecer lo
siguiente:
En la cabeza del docente: YO vengo aquí a enseñar y TÚ
vienes a aprender.
En la cabeza del alumnado: YO vengo aquí a aprender y TÚ vienes a enseñarme.
En la cabeza del alumnado: YO vengo aquí a aprender y TÚ vienes a enseñarme.
No parece un mal pacto. Los postulados son coherentes
y compartidos por ambas partes. Sin embargo, esto no siempre se corresponde con
la realidad. El origen de muchos problemas educativos tiene que ver con pactos
en los que los términos difieren cual abismos siderales entre alumnado y
docentes. Vamos a pensar mal...
En la cabeza del docente: YO vengo aquí a enseñar y TÚ solo
vienes a incordiar.
En la cabeza del alumnado: YO vengo aquí a aprender y TÚ vienes a ponerme obstáculos.
En la cabeza del alumnado: YO vengo aquí a aprender y TÚ vienes a ponerme obstáculos.
Marc Prensky nos anima a preguntar a
nuestros alumnos, a poner sobre la mesa los términos del pacto: "Te
sorprenderás", promete. Además, advierte acerca de la necesidad de avanzar
hacia una formulación que supere lo tradicional, de avanzar hacia lo que
denomina "EL PACTO DE COASOCIACIÓN", que implica que el
docente asuma un rol de mediador entre alumnado y
conocimiento, que las relaciones en el aula sean más horizontales,
que las tareas impliquen soluciones abiertas, o que la evaluación sea compartida.
En definitiva, un pacto en los siguientes términos:
TÚ QUIERES APRENDER Y YO QUIERO
QUE TÚ APRENDAS.
YO QUIERO APRENDER Y TÚ VAS A
AYUDARME.
No hay comentarios:
Publicar un comentario