La educación familiar ha sido invertida. El equilibrio
está ahora determinado por las necesidades de los hijos y éstos no dan abasto
pidiendo caprichos. Hemos dado la vuelta a la estructura convirtiendo el
proceso natural de educar en un circo mediático y artificial. Los hijos
crecen en un ambiente de bienestar desmesurado en estimulación, en protección y
en atención. Más allá de los valores tradicionales, hemos importado toda una
nueva forma de vida (way of life) donde los hijos son el
único centro de un reducido universo, su entorno familiar, su limitado espacio
vital. Hemos proclamado un nuevo paradigma forjado a base de falsas
expectativas, creencias distorsionadas y basado en un materialismo tan
superficial como decepcionante.
Todos nos
quejamos pero casi todos terminamos haciendo lo mismo, y optamos por participar
de un presente que todos sabemos innecesario. La inercia es muy fuerte y la
masa social, justificada en su propia insatisfacción de valores, genera como
única respuesta tendencias nocivas y estresantes arrastrando consigo a los hijos de la educación invertida a una realidad
ambivalente, confusa y frustrante.
¿Dónde hemos aprendido que son los hijos
quienes toman las decisiones en casa? ¿O dónde nos han enseñado a que no se
respeta a los padres? Le hemos dado la vuelta al poco sentido común que nos
quedaba, y nos hemos descubierto todos como bobos mirándonos las caras. Bobo
tú, bobo yo.
Mientras, son los hijos quienes mandan
en casa. Los resultados de una estructura gobernada por adultos negligentes se
verán reflejados en hijos portadores de síntomas de despersonalización, con las
consiguientes patologías psiquiátricas que pueden llegar a desarrollar sobre
todo durante la adolescencia.
Los hábitos, los horarios, la comida, el
descanso, el juego, el ocio; los niños nunca deben decidir sobre sus hábitos, y
ahí es donde reside gran parte de la inversión educativa. La familia se ha
convertido en una mera proveedora de una sospechosa felicidad y una dudosa
estabilidad basada en la capacidad de adquisición: tanto tienes tanto vales.
Mientras las cosas van bien todo son carcajadas, pero cuando se presentan las
primeras dificultades, la débil estructura se muestra insuficiente para
contener todo el peso de la carga, y se derrumba, se hunde sobre si misma
arrastrando a todos sus miembros hasta verse expuestos a un vacío emocional y
moral, el vacío de su propia insignificancia, la soledad del ser.
Los
hijos de la educación invertida faltan
al respeto a sus padres, a sus docentes, a sus propios compañeros e incluso a
sus abuelos. En definitiva, se faltan el respeto a sí mismos porque nadie les
ha enseñado lo que es una norma, el respeto, o un esfuerzo; de los límites ya
ni hablamos. De tan ensalzados que han vivido, no saben bajar a la tierra
cuando las cosas se ponen un poco más serias. Su escaso o nulo control hacia la
tolerancia a las frustraciones les identifica, convirtiéndose en una
característica que va a determinar el alto nivel de insatisfacción consigo
mismos y ante las relaciones sociales, mostrando patrones de conducta
desadaptativos y/o agresivos.
Hacer los deberes con ellos, agasajarlos
con todo tipo de actividades de ocio, apuntarlos a múltiples extraescolares,
comprarles la última moda de lo que sea, regalarles más sobre lo mucho que ya
tienen.¿Darles todo a cambio de nada?
Seguimos invirtiendo la balanza y a mi,
no me salen las cuentas.
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