«Imaginemos que alguien nos da una hoja de papel para
hacer una pajarita, pero cada uno recibe una hoja ligeramente diferente:
grande, pequeña, rectangular, cuadrada... Algunas hojas facilitarán más la
tarea que otras, pero una parte importantísima de cara al resultado final será
nuestra habilidad para doblarlas. Si lo hacemos con cuidado, siguiendo el orden
correcto, conseguiremos una buena figurita. Le habremos sacado el máximo
provecho. Lo mismo ocurre con el cerebro». De esta forma explica David Bueno i
Torrens (Barcelona, 1965), divulgador, doctor en Biología y profesor de
Genética en la Universidad de Barcelona, el concepto de «cerebroflexia», que
expone en su libro del mismo título (Plataforma Actual).
-Así que podemos moldear nuestro cerebro de alguna
forma.
Las variantes génicas concretas que ha heredado cada
uno pueden facilitar más o menos algunas características mentales. En esto no
podemos hacer nada, tenemos las que tenemos, y nuestros hijos tienen las que
tienen. Pero el ambiente social y educativo, que contribuye a la formación del
cerebro a través de la plasticidad neural, la capacidad de establecer
conexiones nuevas entre neuronas, depende de todos y cada uno de nosotros. Y
por tanto es ahí donde debemos centrar nuestros esfuerzos si queremos
aprovechar al máximo las características del cerebro. Para mí eso significa
crecer en bienestar y dignidad.
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-¿El cerebro se construye permanentemente?
Ciertamente, el cerebro es un órgano permanentemente
inacabado, siempre en construcción y reconstrucción. Esto es debido a que la
plasticidad neural no se detiene nunca. Es máxima durante la etapa infantil y
va decreciendo con la edad, pero se mantiene siempre. En esta plasticidad se
basa la capacidad de aprender cosas nuevas durante toda nuestra vida, y también
de adaptarnos a los cambios que se producen en nuestro entorno. A las personas
mayores les cuesta más que a las jóvenes, precisamente porque la plasticidad ha
disminuido, pero sigue ahí.
-¿De qué manera lo hace?
El cerebro se construye y reconstruye a base de
establecer conexiones nuevas, y también de podar las sobreras. En cada etapa de
la vida, especialmente desde el nacimiento y hasta el final de la adolescencia,
hay programas genéticos que indican qué zonas del cerebro se deben ir
conectando, secuencialmente. Por eso las personas vamos madurando con la edad,
a medida que el cerebro se va construyendo. Pero los genes no determinan qué
dos neuronas concretas van a terminar conectadas y cuáles no.
-¿De qué depende eso?
De la interacción del cerebro con el ambiente,
familiar, social, cultural y educativo. La idea es simple. Si dos neuronas se
conectan y la conexión resulta útil, se mantiene. En caso contrario, remite. Y
si usamos muy a menudo una conexión, se refuerza con otras neuronas, lo que
consolida ese aprendizaje. Para el cerebro, la mejor recompensa es la
aceptación y la valoración de las demás personas. Si valoramos la motivación,
generaremos cerebros con más capacidad de motivarse. Si valoramos la
creatividad, el compromiso social o la empatía, más de lo mismo. Pero si
valoramos la sumisión, o la impulsividad, generaremos cerebros sumisos y sin
capacidad de decisión, o impulsivos, etc. De ahí que esta «cerebroflexia»
entrañe una gran responsabilidad, familiar, social y educativa.
-Se habla de la importancia del primer año para el
desarrollo del cerebro. ¿Por qué?
Durante los tres primeros años de vida, la corteza
cerebral, que es donde se gestionan los procesos mentales más elaborados, como
el razonamiento, el control ejecutivo, la toma de decisiones, el lenguaje, la
empatía, etc, realiza muchísimas conexiones entre neuronas cuyo objetivo es
adecuar el comportamiento futuro de esa persona al entorno donde vive. La zona
del cerebro que gestiona la memoria, el hipocampo, no participa de ello, y por
eso no tenemos recuerdos de esta etapa, pero sin embargo condiciona todos
nuestros comportamientos adultos, de manera preconsciente.
-¿En qué forma?
Por ejemplo, vivir en un entorno donde se palpe la
conflictividad, sea del tipo que sea, genera cerebros que van a responder de
forma más impulsiva, porque para adaptarse a las amenazas provenientes de los
conflictos hay que responder con rapidez. O un ambiente estresante genera
cerebros con más dificultades para tomar decisiones, porque el estrés influye
negativamente en la zona de la corteza que gestiona esta característica mental.
Del mismo modo, un ambiente de relativa estabilidad contribuye a formar
cerebros más reflexivos y creativos.
-Entonces, ¿somos responsables del desarrollo de
nuestro propio cerebro o del de nuestros hijos?
Somos en parte responsables del desarrollo del cerebro
de todas las personas con quienes nos relacionamos de manera habitual, porque a
través de nuestras acciones influimos en su plasticidad neural, y viceversa,
ellos en la nuestra. Y también del desarrollo de nuestro propio cerebro, puesto
que se ha visto que el simple hecho de pensar, o de meditar, también aporta su
granito de arena a la plasticidad neural, a les conexiones que se han haciendo
y rehaciendo.
-En la inteligencia, ¿qué pesa más: la herencia genética
o la educación y la experiencia?
De todo un poco. En los niños y las niñas, la genética
pesa aproximadamente un 45%, y la educación y la experiencia el resto. Su cerebro
es más influenciable a los condicionantes externos que el de los adultos, en
que la genética llega a pesar hasta el 70%. Sin embargo, me gusta aclarar que
este porcentaje genético es inevitable, por lo que vale la pena centrarse en
los componentes familiares, educativos y sociales, que son los que podemos
modificar y ajustar. Son los que marcan la diferencia entre sacar un buen
provecho del cerebro, dejarlo a medias e incluso perjudicarlo.
-¿Qué hay de la voluntad?
La voluntad es una característica mental que va
madurando con la edad, y la cerebroflexia contribuye a formar personas que
sepan gestionarla de forma adecuada o todo lo contrario, que carezcan de
motivaciones para ejercer su voluntad. Al mismo tiempo, ejercer la voluntad
también repercute sobre la plasticidad neural, por ejemplo reforzando los
circuitos neurales de la motivación y la atención. En el cerebro todo está
relacionado, no hay circuitos que funcionen de manera independiente de todos
los demás.
-La parte del cerebro que regula las emociones,
¿también se puede trabajar?
Las emociones consisten en patrones de conducta
preconsciente que se desencadenan ante cualquier cambio significativo en el
status quo el momento, y se generan en una zona del cerebro denominada
amígdala. Es una forma rápida de reaccionar ante posibles amenazas. No podemos
controlar el inicio de una emoción. Sin embargo, una vez iniciada, la amígdala
también envía una señal a la corteza cerebral, concretamente a la zona de
control ejecutivo, lo que nos permite reconducir esas conductas si
racionalmente vemos que no son las más adecuada. Por eso, la mejor manera de
trabajar las emociones es aprendiendo a racionalizarlas, para ser conscientes
de ellas y, sin menospreciar su gran función en nuestra vida mental, saber
gestionarlas.
-¿Qué puedo hacer para que las neuronas de mi cerebro
sigan haciendo más y más conexiones?
La respuesta es simple: entrenarlas. Del mismo modo
que para mantener el cuerpo en forma hay que entrenar aunque sea de vez en
cuando y practicar algún deporte, para que la plasticidad neural se mantenga de
la mejor manera posible hay que utilizar el cerebro: leer, resolver enigmas,
pensar, jugar a juegos que requieran esfuerzo mental, aprender idiomas,
etcétera. Todo ello genera lo que se denomina reserva cognitiva, que es la
capacidad de adaptarnos a medida que, con la edad, inevitablemente vamos
perdiendo algunas de nuestras conexiones neurales.
-¿Cómo se puede fomentar la creatividad?
Se ha mitificado mucho la creatividad. La creatividad
es la capacidad de relacionar objetos o ideas aparentemente desconectados. Es
lo que hacen todos los niños cuando son pequeños, que juegan con un palo o una
piedra como si fuese un coche, un avión o un muñeco. Es máxima cuando somos
pequeños, y disminuye con la edad. Lo que debemos hacer es dejar que los niños
gestionen sus propios juegos, no pautarlos en exceso, para que trabajen su
creatividad. Y, a medida que se van haciendo mayores, enseñarles a ser críticos
–la capacidad crítica se relaciona con la creatividad–, a mantener un buen
sentido del humor –también el humor es creativo–, a hablar y discutir
razonablemente y con argumentos sobre cualquier tema, etcétera. En definitiva,
mantener viva la motivación para ver más allá de lo evidente.
-En su libro habla de la meditación, ¿qué nos aporta?
Se ha visto que la meditación contribuye a fomentar la
plasticidad neural, y genera un espacio de tranquilidad donde hacer conexiones
nuevas. También el deporte físico estimula la plasticidad neural y disminuye el
estrés. En este sentido, cabe decir que el enemigo número uno del cerebro es el
estrés, y todo lo que lleve a limitar sus efectos contribuirá a mantener una
mejor salud mental... y física
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