Dado que
nadie puede enseñarnos a ser padres (o madres), educar a los hijos es el
compromiso más exigente que podemos asumir en la vida. Estamos hablando de
crear y desarrollar el potencial de un nuevo ser, no puede ni debe tomarse a la
ligera. Cabe recordar que una vez nos adentramos en esta gran aventura no hay
marcha atrás.
Ningún
otro acontecimiento supone un punto de inflexión tan radical en nuestra
experiencia como seres humanos que empezar a ejercer de padres. Durante muchos
años deberemos responsabilizarnos del cuidado, la protección y la educación de
un bebé, la criatura más frágil e inocente que habita en este mundo. Es como
una semilla que requiere de un jardinero competente, atento y, sobre todo,
amoroso. No hay mejor abono que el cariño.
"Para liderar a tus
hijos, primero has de aprender a liderarte a ti mismo" (Kenneth Blanchard) Como en
cualquier otra profesión, el verdadero éxito suele conseguirse cuando los
padres vivimos y disfrutamos de nuestra nueva función con vocación de servicio.
Y ésta puede cultivarse cuando nuestro hijo es fruto de una decisión libre y consciente,
movida por el profundo anhelo de aprender a amar incondicionalmente. Si somos
merecedores de recibir el regalo de la paternidad, es necesario que nos
preguntemos por qué y para qué queremos dar este importante paso.
¿PARA
QUÉ SE TIENEN HIJOS?
Para
desenmascarar la verdadera motivación que nos mueve a desear un hijo, algunos
psicólogos proponen que nos hagamos cuatro preguntas: 1. ¿Para cumplir con lo
que la familia y la sociedad espera de nosotros? 2. ¿Para crear un vínculo
emocional con nuestra pareja, de la que nos sentimos distanciados? 3. ¿Para
tener un juguete con el que entretenernos y escapar de la monotonía? Y 4. ¿Para
llenar el vacío de una vida sin sentido? Son preguntas muy serias que requieren
respuestas maduras y reflexivas.
Nuestros
deseos egoístas no son justificación suficiente para concebir un hijo. En el
caso de llegar el momento oportuno, nuestro corazón siente una aspiración mucho
más trascendente y altruista: contribuir con nuestro granito de arena en la
evolución consciente de la humanidad. Y para lograrlo, primero hemos de
echarnos un vistazo a nosotros mismos.
Para
poder ser un buen padre se debe contar con la comprensión suficiente para
disfrutar de una vida equilibrada y plena. Antes de dedicarnos a atender
emocionalmente a nuestros hijos, primero hemos de haberlo hecho con nosotros
mismos. Sólo así asumiremos nuestro nuevo rol de forma madura y responsable.
Ése es precisamente uno de los objetivos del autoconocimiento y el desarrollo
personal. No hemos de olvidar que ser padre es un milagro biológico; es el don
más preciado de nuestra existencia, y requiere cierto esfuerzo por nuestra
parte ser dignos de disfrutarlo.
CUESTIÓN
DE COMPROMISO
Tener hijos no le convierte a uno en padre, del mismo modo que
tener un piano no le vuelve pianista" (Michael Levine)
Los
padres comprometidos comienzan a serlo antes del embarazo, aunque nunca es
tarde para asumir esta responsabilidad. Son conscientes de la importancia de
cuidar su salud, con lo que echan mano de su fuerza de voluntad para eliminar
hábitos como el alcohol, el tabaco y la negatividad. Y esto se acentúa aún más
en el caso de las mujeres, que durante nueves meses nutren a su futuro hijo a
través de su cuerpo (cobijo, calor y alimento) y su mente (pensamientos,
emociones, sentimientos).
Cuando
nacen, los niños son como una hoja en blanco: limpios, puros y sin limitaciones
ni prejuicios. Al ver el mundo por primera vez, se asombran por todo lo que
sucede. Ése es el tesoro de la inocencia. Tan sólo hay que ver la cara que
ponemos los adultos cuando miramos cómo juega un niño. Solemos sonreír,
disipando la nube gris que normalmente distorsiona nuestra manera de ver y de
interpretar la realidad.
Y
es justamente ese asombro el que echamos de menos. Los niños nos recuerdan
nuestra capacidad de ser felices en cualquier momento. Nos enseñan que el
secreto se encuentra en nuestra actitud, que escogemos en cada instante.
Nuestro proceso de crecimiento, cambio y evolución pasa por aprender a mirar y
aceptar la realidad tal como es, maravillándonos conscientemente de todo lo que
nos ofrece, recuperando así el contacto con el niño que fuimos.
POR
EL BIEN DE LOS HIJOS
El crimen más grande en contra de la humanidad es contaminar la
mente de un niño inocente con falsas creencias que limiten y obstaculicen
su propio descubrimiento de la vida" (Osho)
Existen
dos formas diferentes de vivir la paternidad. Los hay que la ejercen consciente
y amorosamente, y quienes la ejecutan mecánicamente. Los primeros han tomado
conciencia de que sus hijos vienen a través de ellos, pero no les pertenecen.
Saben que algún día comenzarán a vivir su propia vida e intentan apoyarlos
durante su proceso de crecimiento. De ahí que su estilo de vida les permita
conciliar, haciendo lo posible para dedicar a sus hijos tiempo de calidad.
Los
padres inconscientes creen erróneamente que sus hijos son una más de sus
posesiones, y los tratan como una prolongación de sus egos. En vez de darles lo
que verdaderamente necesitan (cariño, atención, aceptación, libertad y amor),
les ponen todo tipo de límites, inculcándoles creencias, normas y valores que
definan quiénes han de ser y cómo deben vivir. No están interesados en que
crezcan y se desarrollen siguiendo su propio camino, sino en que se conviertan
en los adultos que han decidido que tienen que ser.
Así,
los padres inconscientes hacen con sus hijos exactamente lo que les hicieron a
ellos cuando eran niños: inculcar los patrones automáticos de pensamiento y
conducta con los que fueron programados, frenando así la evolución natural de
la nueva generación. En el caso de que estos padres sean infelices,
obstaculizarán la búsqueda y la conquista de la felicidad de sus hijos. De ahí
que se diga que las buenas intenciones son peligrosas en manos de gente
inconsciente.
LAS
FASES DE LA PERSONALIDAD
Es un milagro que la curiosidad sobreviva a la educación
reglada"
(Albert Einstein)
Expertos
en el campo de la psicología de la personalidad afirman que la creación de
nuestra identidad atraviesa tres fases. La primera se produce hasta los 12
años, periodo en el que nos creemos indiscriminadamente todo lo que nos dicen,
pues no tenemos ninguna referencia con qué compararla. La segunda fase
transcurre durante la pubertad, una vez ya se ha conformado nuestro sistema de
creencias. Al empezar a funcionar siguiendo la programación introducida en
nuestra mente, nos sentimos profundamente inseguros y confundidos, lo que
ocasiona la crisis de la adolescencia.
La
tercera fase suele comenzar a los 18 años. Una vez revisadas nuestras
creencias, podemos decidir voluntariamente qué nos gusta, qué nos sirve o qué
nos conviene mantener de nuestra forma de ser, insertando nueva información y
desechando la vieja. Es entonces cuando adquiere una enorme importancia
confirmar la veracidad o falsedad de los dogmas que nos han sido impuestos.
Detrás de cualquier malestar siempre se esconde una falsa creencia.
En
la medida en que pensamos y funcionamos a partir de nuestro sistema de
creencias, el condicionamiento inculcado se va consolidando en nuestra mente,
formando así nuestra personalidad. Al repetirnos determinados mensajes e ideas
escuchados en nuestra infancia sobre lo que hemos de ser, hacer y tener para
ser aceptados como individuosnormales por
nuestra sociedad, finalmente terminamos convirtiéndonos en eso que creemos ser.
BUSCAR
LA VERDAD
"No puedo enseñaros nada, solamente puedo ayudaros a buscar
el conocimiento dentro de vosotros mismos, lo cual es mucho mejor que
traspasaros mi poca sabiduría" (Sócrates)
Mientras
el condicionamiento nos esclaviza, la auténtica educación tiene como finalidad
liberarnos. Etimológicamente, uno de los significados de la palabra
latina educare es
"conducir de la oscuridad a la luz", es decir, "extraer algo que
está en nuestro interior, desarrollando así nuestro potencial humano".
Así, nuestra función como padres no consiste en proyectar nuestra manera de ver
el mundo sobre nuestros hijos, sino en ayudarles para que ellos mismos
descubran su propia forma de mirarlo, comprenderlo y disfrutarlo.
¿Qué
sentido tiene que nuestros hijos deban estudiar
Derecho o Económicas si lo que les gusta es el arte y los proyectos sociales?
¿Quedeban trabajar
11 horas al día en una profesión que odian para ganar mucho dinero? ¿Que deban jugar con
soldaditos si prefieren las muñecas? ¿Que deban convertirse en cristianos, judíos,
musulmanes o budistas si no lo han escogido voluntariamente? ¿Que deban seguir los
dictados de la mayoría cuando anhelan descubrir su propio camino en la vida?
No
es fácil ser padre. Pero tampoco lo es ser hijo de alguien que no se preocupa
realmente por el desarrollo de tu bienestar. El condicionamiento provoca que
siendo niños nos desconectemos y olvidemos de nuestra naturaleza más esencial:
la alegría y vitalidad con la que nacimos. Al convertirnos en adultos, nuestra
verdadera identidad queda sepultada por una máscara construida con creencias,
normas y valores de segunda mano. De nosotros depende ser capaces de mirarnos
al espejo y ver que es necesario cambiar.
"Para liderar a tus hijos, primero has de aprender a liderarte a ti mismo" (Kenneth Blanchard) Como en cualquier otra profesión, el verdadero éxito suele conseguirse cuando los padres vivimos y disfrutamos de nuestra nueva función con vocación de servicio. Y ésta puede cultivarse cuando nuestro hijo es fruto de una decisión libre y consciente, movida por el profundo anhelo de aprender a amar incondicionalmente. Si somos merecedores de recibir el regalo de la paternidad, es necesario que nos preguntemos por qué y para qué queremos dar este importante paso.
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