Un padre que está hablando con un conocido y su hijo le llama insistentemente sin recibir respuesta, un niño que está en el parque y quiere hacer una demostración de un salto nuevo que ha aprendido y no consigue que su padre le mire…
A veces no contestamos a los hijos. A veces, estamos haciendo otra cosa o el “nivel de saturación” se ha pasado tanto de la raya, que decidimos ignorar una demanda directa de los niños.
¿ES BUENO IGNORAR A LOS NIÑOS?
Un niño que siente que se le ignora, es un niño que piensa que sus padres no le quieren. Es un niño que crece pensando que no es lo suficientemente importante, ni bueno, ni merecedor de afecto. Mostrar indiferencia es una de las cosas que más daño puede hacer a los niños. Daña su autoestima, daña su autoconcepto e interfiere de forma negativa en su regulación emocional.
Ignorar daña más que reñir, porque hasta quien riñe, lo hace porque se preocupa por ti. Pero sentir que aún hablando no se te escucha, que aún llamando la atención no se te ve, es sentir que no vales nada. Hay padres que utilizan esta estrategia para dar a entender a sus hijos que su forma de decir o hacer no es la correcta. Pero no es una buena estrategia. No, si quieres cuidar a tu hijo, si quieres que crezca pensando que confías en él, que es grande y que puede conseguir que sus sueños se cumplan si cree de verdad en ellos y se esfuerza en alcanzarlos.
ESTRATEGIAS ALTERNATIVAS
1/ Ejercer una escucha activa con tu hijo haciéndole una devolución de lo que te está contando, es una forma de decirle que todo lo que tenga que contarte te interesa. Si te está explicando que ha visto un pájaro posarse en un tejado, puedes incorporar comentarios sobre su narración para que se de cuenta, que efectivamente le escuchas y que tu forma de atenderle es porque te importa, porque merece la pena atenderle, porque vale.
2/ Hablar y dar ejemplo con tu forma de decir y de hacer. Las palabras y los gestos cuentan. Una cara de desprecio puede herir tanto o más que una “buena” reprimenda.
Si tu hijo te importa, házselo saber. No desprestigies, no ridiculices, no impongas, no critiques, no grites. Reconduce, orienta.
No es lo mismo decir “¡Te he dicho un montón de veces que te lavas mal los dientes! ¡Lávatelos de nuevo!” que decir “Creo que hay que lavar un poco más los dientes, que la comida de hoy es de las que se queda ‘pegada’. Mira cómo me lavo yo. ¿Nos lavamos a la vez?”.
3/ Mírale a los ojos, sonríele, bromea con él. Son formas de decirle que le quieres, que te importa y que vas a estar con él pase lo que pase. Que el cariño hacia él no te falte nunca.
4/ Si ves que no puedes atenderle en el momento que te demanda, házselo saber. No permitas que espere pensando que no es lo suficientemente importante. Dile “Cariño, estoy hablando por teléfono. Dame un par de minutos que en cuanto termine te atiendo”. Mantén el contacto visual con él en la medida de lo posible. Le estarás ayudando a esperar de forma positiva.
5/ Tócale. El contacto físico es necesario a cualquier edad, pero en la infancia aún más. Si te has encontrado en la calle con un amigo y estás hablando con él mientras tu hijo te demanda, ayúdale a esperar y a entender que sabes que te está llamando dándole la mano, abrazándole o tocando su cara.
6/ Establece claves con él. Crea un “código de llamada de urgencia”. Hay cosas que requieren atención inmediata, como la necesidad de ir al baño, las ganas de vomitar, el sentirse mareado… Puedes tener con tu hijo una palabra “secreta” que indique que su demanda no puede esperar de forma que tenga la seguridad de que en casos en que la espera no sea posible, su uso, le garantiza la atención prioritaria.
Disgustate, enfádate. Ríñeme si es preciso… pero no me ignores.
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