Educamos la autonomía cuando
ayudamos a los niños a desarrollarse como personas independientes, capaces de
tomar sus propias decisiones y valerse por sí mismos. Es nuestra tarea como
adultos, valorar sus aptitudes y fomentar su autoestima y responsabilidad con
amor, perseverancia, paciencia y empatía.
La autonomía
permite que los niños desarrollen su propia identidad
y les ayuda a aceptarse tal cual son. Favorece la independencia, y
es algo que comienza con la responsabilidad. Es por ello, que debemos
fomentarla según la edad de cada niño y en los siguientes ámbitos:
§ Hábitos: inculcar conductas de vida saludable (alimentación,
higiene, aspecto físico) o de conducta desde temprana edad, permite
que los niños aprendan a cuidar de sí mismos de manera independiente. Al
exigirles que realicen estas acciones de manera constante, pronto se
acostumbrarán a hacerlo por su propia cuenta, reconociendo que es
beneficioso para ellos mismos.
§
Desarrollo
intelectual: el uso de libros, juegos y espacios
culturales, fomenta la curiosidad de los niños y facilita su proceso
enseñanza-aprendizaje, además de despertar en ellos el interés por distintas
materias. Esto contribuye a su desarrollo identitario y capacidad de
reconocimiento de sus propios gustos personales.
§
Interacciones
sociales: las relaciones que los niños
establecen con otros niños y adultos ajenos a la familia, les ayudan a
integrarse, a conocer el sentido de la amistad, a tener sus propias opiniones,
a ser tolerantes y a consolidar su personalidad.
§
Ocio: es importante generar espacios para que los niños jueguen, no solamente
por su desarrollo intelectual, sino que también el juego les permite
que se hagan responsables de elegir qué jugar, cómo jugar y con quién
jugar.
§
Tareas: para ayudar a un niño en el proceso de madurez y autonomía es importante
que, desde pequeño, se responsabilice en diversas tareas en el hogar, las
cuales deben ir en aumento de manera progresiva según la edad. Desde doblar un
par de servilletas, hasta hacer su propia cama. Nunca debemos subestimar su
capacidad de hacerse cargo de estas cosas por su propia cuenta.
Atendiendo estos aspectos no solamente estaremos formando
niños más autónomos, sino adultos más maduros. Tenemos que
tener en cuenta que cuando los niños llegan a la adolescencia, ya no tienen tanta dependencia
psicológica con sus padres, por lo que, preparar a los niños para que
lleguen a esta etapa con cierto desarrollo de autonomía y
consciencia de que tienen que hacerse cargo de sus acciones,
les ayudará a ser personas maduras, seguras de sí mismas y con capacidad para
enfrentarse al mundo que los rodea.
Una de las
tareas más importantes que tienen los padres a la hora de educar a sus hijos,
es la de enseñarles a ser responsables. De la responsabilidad, nace la
capacidad para decidir entre diferentes opciones, reconociendo y asumiendo las
consecuencias de las mismas y respondiendo ante los propios actos.
Un niño aprende el sentido de la responsabilidad de manera progresiva,
cuando los adultos le guían, orientan, apoyan y le hacen partícipe en la toma
de decisiones. Es por ello, que los padres deben dar pequeñas responsabilidades a los niños según su edad y capacidades
personales.
Ahora bien,
¿cómo fomentar la responsabilidad en los niños?
§
Estableciendo
normas y límites: alguien dijo por ahí que “nada
desconcierta más a los niños que la ausencia de normas” y pucha que es verdad. ¿Han visto alguna vez a
alguien más desregularizado que un niño sin normas y límites? Pues, yo no. Es
importante entender que en un principio, los límites y
las normas producen resistencia en los niños, sin embargo, va
desapareciendo en la medida en que normas y límites se integran en un sistema
de convivencia coherente.
§
Ayudándoles
en la toma de decisiones: se puede
comenzar por decisiones pequeñas, por ejemplo, elegir qué pijama va a usar
a la hora de dormir, qué hacer primero, si lavarse la cara o los dientes;
decidiendo qué comer, si porotos o lentejas, etc.
§
Siendo
claros a la hora de expresar lo que esperamos de ellos: es irrisorio creer que los niños van a
adivinar lo que estamos pensando, por lo que debemos expresar con claridad qué
es lo que le estamos pidiendo antes de criticar alguna insuficiencia en su
actuar.
§
Enseñándoles
a valerse por sí mismos y a enfrentar nuevas situaciones: cuando los niños comienzan a asumir responsabilidades aprenden a confiar
en sí mismos, por lo que debemos alentarlos a salir de su zona de comodidad y a
enfrentarse a nuevos desafíos (tanto físicos/deportivos, como intelectuales
o sociales).
§
Ayudándoles
a valorar el error y/o fracaso: a veces,
por querer que los niños no sufran o por querer evitarles un malestar, no
dejamos que hagan las cosas a su manera. Ese es un flaco favor para el resto de
su vida. Olvidamos que para madurar, es necesario explorar, correr riesgos
y aprender que de los errores y fracasos también salen cosas buenas. A fin de
cuentas, todos tuvimos que hacerlo, ¿no?
§
Encomendándoles
pequeñas “misiones”: aunque sean chicos, siempre hay algo
que los niños pueden hacer. Por ejemplo, recoger y guardar los juguetes después
de jugar, ordenar su pieza, poner y/o quitar los cubiertos de la mesa, comprar
el pan, lavarse solos los dientes, cuidar de sus útiles escolares, ordenar su
mochila, dar alimento y agua al perro, etc. Esto se conecta también con el
desarrollo de la autonomía.
§
Estableciendo
horarios: es importante establecer tiempo de
estudio y de ocio, los niños necesitan tener una estructura clara, que si al
principio no entienden, después aprenderán a valorar. Y ¡ojo! que
para esto hay que tener presente que no es lo mismo, invierno que verano, o días
lectivos que fines de semana.
§
Mostrándoles
apoyo y estando disponibles cuando nos necesiten: todos los niños requieren el apoyo de una persona adulta en su
desarrollo (hasta los adultos solemos necesitarlo a menudo). Ellos
necesitan tener la seguridad de que pueden contar con sus padres en caso de
necesidad, y esto es lo que les permite tener confianza para explorar el
mundo.
§
No
terminar haciendo una tarea que le fue encomendada al niño: está bien que ayudemos y/o acompañemos a los niños, pero no es correcto
permitir que se desentiendan por completo de lo que les corresponde hacer. Esto
es un clásico error, porque a veces suele ser el camino más fácil para el
adulto, pero es muy importante que los niños aprendan que las cosas
requieren de esfuerzo y perseverancia.
§
Valorando
su esfuerzo: los logros hay que felicitarlos
y es positivo establecer un programa de recompensas para motivar al
niño a comportarse de manera responsable. No, no se trata de sobornarlo con que
le compraremos el último juego de Play Station a cambio de cierta conducta esto
puede hacerse elogiando el trabajo realizado o con cualquier otro tipo de
premios, que no tienen por qué ser algo material.
Y, ¿cómo tratar a nuestros hijos en este proceso?.
Los
padres podemos cometer infinitos errores al educar a nuestro hijos, pero si somos más conscientes de qué actitudes ayudan a nuestros
hijos a desarrollarse mejor como personas, podremos aportarle
mejores herramientas para seguir su camino propio en la vida. Aquí unas
últimas recomendaciones de cómo tratar a un niño para que su aprendizaje
de la autonomía y la responsabilidad sea un proceso
agradable.
§
Proyectar una imagen positiva en
ellos, para que se valoren y se respeten.
§
No etiquetarlos. Si un niño escucha
un sin fin de veces lo que piensas de él, terminará creyéndoselo y actuará en
consecuencia.
§
No exigirle tareas por encima de
sus posibilidades, ya que esto conlleva a la frustración y desmotivación.
§
Aumentar gradualmente el grado de
exigencia, una vez que el niño tenga adquiridas las habilidades para realizar
una tarea.
§
Enfrentar los conflictos y
obstáculos: debemos dotar a los niños de recursos para que puedan enfrentarse a
ellos.
§
Cumplir los pactos que hagamos con
ellos.
§
No culpabilizarlos de lo que salga
mal, pues esto no favorece su tolerancia a la frustración. Tampoco se trata
de excusarlos, sino de identificar su responsabilidad específica en
los actos.
§
Darles todo nuestro amor, confianza
y cariño. Esto permite que los niños se sientan respaldados y valiosos.
No debemos olvidar, que la educación comienza antes de
nacer (por las ideas preconcebidas que tienen los padres sobre
cómo educar a sus hijos) y que es un proceso constante que nunca termina.
Educar en
autonomía, es formar al niño de manera que pueda avanzar en su día a día
superando obstáculos, alcanzando la independencia y madurez. Lo que si bien, no
deja de ser una tarea ardua, por estar en juego otros factores, como el propio
carácter de los niños o lo que vamos haciendo para que ellos desarrollen una
buena autoestima. Se convierte en una de las tareas más nobles y gratificante
de la vida.
Como adultos
somos determinantes en la vida de un niño y ¿qué más importante que orientar la
vida de éste hacia la felicidad, amor propio y desarrollo pleno de sus
capacidades y potencialidades?.
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