El debate
sobre la enseñanza en España no se adentra en la cuestión fundamental: ¿para
qué educar?.
La educación es mucho más que
instrucción y aprendizaje de destrezas para el ejercicio de una profesión. La
obsesión por reorientar la enseñanza desde los requerimientos del mercado
laboral y el dominio de las nuevas tecnologías conlleva una amputación fortísima
del derecho de aprender a cultivar todas las dimensiones del ser humano desde
la infancia. Desgraciadamente se ha consolidado un modelo de enseñanza sin
educación.
Lo que más
necesitamos es encontrar un fin compartido que dé sentido a nuestra actividad
en la Tierra. Las sabidurías ecológicas son fundamentales para aprender lo que
otorga más humanidad: adquirir una conciencia moral, pensar sobre el sentido de
la vida, conocerse a sí mismo, desarrollar el gusto estético, saber utilizar el
tiempo para la realización personal y comunitaria, comprometerse en el cambio
ecosocial, luchar para acabar con opresiones laborales que precarizan la vida.
En definitiva, lograr el buen vivir frente al bien estar y realizar la transición del tener al ser propuesta por Erich Fromm.
Las escuelas y las familias, ¿no
tienen nada que decir y hacer sobre estas cuestiones? Afortunadamente existen
centros escolares que saben relacionar los grandes temas existenciales con
la enseñanza de las matemáticas, la historia, la física, la lengua, etcétera.
El arte de educar consiste en saber vincular la transmisión y aprendizaje de
conocimientos con la realidad psicológica de cada edad y con el descubrimiento
de la implicación personal en la transformación social y ecológica de los países.
La educación del yo
interior enraizado en una visión ecológica de la realidad y en
la práctica de la autocontención y la solidaridad predispone para la
constitución de un yo político implicado en el
activismo social. La buena educación es la que aspira a formar personas que
vivan la existencia con armonía entre la dimensión interior y la dimensión
sociopolítica de su ser, entre el cultivo del arte y la lucha contra el
sufrimiento social.
Nos encontramos, como afirma
Zygmunt Bauman, en un momento de ceguera moral ante las
catástrofes sociales y ecológicas. Necesitamos proyectos educativos que abran
los ojos y vinculen el conocimiento con el cese del dolor que asola al mundo.
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