Firmar
un pacto educativo sería
algo inédito en 40 años de democracia. El acuerdo, hasta hoy imposible, podría
verse favorecido por un momento político inédito, con un Gobierno en
minoría que necesita recabar apoyos. 9,5 millones de
estudiantes, desde la educación infantil a la universidad, se verán
beneficiados. Las altas tasas de fracaso,
las posiciones modestas en las clasificaciones internacionales, los recortes y
el futuro incierto de las próximas generaciones lo hacen más necesario que
nunca.
Hay un axioma
que se replica en miles de foros sobre educación y resume la incertidumbre que
reina ante el presente y el futuro de la escuela. La dijo el exsecretario de
Educación de Estados Unidos, Richard Riley: “Estamos preparando a nuestros
estudiantes para trabajos que aún no existen, en los que tendrán que usar
tecnologías que no han sido inventadas, para resolver problemas en los que no
hemos pensado todavía”.
España,
campeona de Europa en alumnos que dejan el aula antes de tiempo, está saliendo
de una crisis que le ha supuesto perder 7.300 millones de euros de gasto
educativo en seis años (ahora se invierten 46.000 millones entre
Administraciones, entidades y familias) y ha dejado a 33.000 profesores en el
camino (-8%).
El nuevo
gobierno encara esta etapa con un compromiso urgente encima de la mesa: cerrar
en seis meses un pacto educativo inédito que "que dure para 10 o 15 años, que
dé seguridad y certeza", en palabras del ministro Íñigo Méndez de
Vigo, que repite esta legislatura al frente de Educación.
Más allá de si existe una opción real de cerrar un pacto entre fuerzas
políticas dispares, la cuestión de fondo es hacia dónde se debe encaminar un
sistema educativo en ese panorama de cambios vertiginosos al que alude Riley.
“La escuela
vive una crisis institucional que afecta a sus funciones, a su relación con el
entorno y a su estructura interna, a la vez que una transformación radical de
su público, el alumnado, es acompañada por el anquilosamiento de su principal
agente, el profesorado”, define el sociólogo de la Complutense Mariano
Fernández Enguita en su libro reciente La educación en
la encrucijada, de la Fundación Santillana. Así lo catalogó en una
entrevista el pensador educativo Ken Robinson -cuya charla TED
¿Matan las escuelas la creatividad? es la más vista de la historia- : “La gente
piensa que es una excentricidad decir que la escuela funciona como una fábrica,
pero es cierto. Se divide en compartimentos separados, a los que la gente acude
durante unas horas fijas; los días se distribuyen en bloques de tiempo y los
alumnos son evaluados de forma periódica para saber si son aptos para seguir
ahí”.
Los informes
PISA de la Organización para la Cooperación y Desarrollo económico (OCDE), que
evalúan a alumnos de 15 años de una treintena de países, sitúan a España en una
posición que muchos consideran mediocre, entre cinco y 10 puntos por debajo del
promedio en las materias analizadas: Matemáticas, Comprensión Lectora y
Ciencias. Pero existen comunidades autónomas que superan esa media y se acercan
a la modélica Finlandia, como le pasa a Navarra en Matemáticas.
En su último
gran informe educativo, la OCDE situaba el gasto educativo
españolpor debajo de la media de los 35 países que la integran en
todas las etapas. Y advertía a España: “Una educación de alta calidad necesita
una financiación sostenible”.
Pero la
estadística que peor deja al país es la referida al abandono educativo
temprano, los jóvenes que dejan los estudios con, como máximo, el título de la
ESO bajo el brazo. El último dato disponible es el más bajo de la serie
histórica, un 19,4%, pero aún así resulta casi el doble de la media europea y
está lejos de los objetivos marcados por la UE para 2020: menos del 15% que ya
consiguen País Vasco, Cantabria y Navarra.
La educación
es el sexto problema del país señalado en las encuestas
del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) pero está
lejos de las grandes preocupaciones. Son la mitad de los que citan la crisis,
preocupa tres veces menos que la corrupción y siete menos que el paro. Quizá
esa falta de impulso ciudadano esté detrás de la falta de motivación política
para llegar a acuerdos.
“Necesitamos
un cambio metodológico. Funcionamos con los mismos esquemas de enseñanza y
aprendizaje de hace 30 años: libro, deberes, clase, explicación y examen. Hay
otras alternativas de organización en el aula que permiten que adquieran
competencias para que las puedan usar en cualquier situación que se les plantee
en la vida”, considera Carlos Utrera, presidente de la asociación de
inspectores educativos ADIDE. El cambio ha empezado desde los centros,
impulsado más por profesores voluntariosos que por un apoyo decidido de las
Administraciones. “Las últimas leyes de educación no han tenido memoria
económica para la formación”, recuerda Utrera. Y con proyectos, como la
inclusión del teléfono móvil entre las herramientas para aprender, que nacen respaldados por
grandes empresas de tecnología.
Una encuesta
de la Comisión Española de Cooperación con la Unesco, la Fundación de Ayuda
Contra la Drogadicción (FAD) y el BBVA, presentada en junio, pregunta a 200
profesores y expertos sobre el futuro de la educación, cómo se ven dentro de
cinco años. El 71,4% piensa que estarán poco valorados o desmotivados entonces.
Nueve de cada 10 consideran que las becas serán más selectivas y exigentes. Y
la mayoría coinciden en que el currículo escolar contemplará mejor la capacidad
del trabajo en equipo, las habilidades emocionales, la iniciativa emprendedora,
la creatividad o el liderazgo. El alumno ganará protagonismo en la gestión de
su propio aprendizaje, añaden, aunque la mitad cree que la memorización seguirá
pesando lo mismo.
Pero será el
papel de los maestros el más determinante. Multitud de estudios internacionales
sitúan a los docentes en el epicentro de la calidad educativa. Es otro de los
debates a los que España se ha aproximado con lentitud. El profesor y pedagogo
José Antonio Marina elaboró en 2015,
por encargo del Ministerio de Educación, el libro blanco de la función docente
para cambiar el proceso de selección de profesores. El documento, que lleva
casi un año en un cajón, propone siete años de carrera para convertirse en
maestro y evaluaciones “sistemáticas” durante su ejercicio profesional con
efectos en el sueldo.
Todos los
partidos comparten que hay que cambiar la forma de seleccionar, evaluar y
formar a los profesores a lo largo de su vida. La propuesta del MIR docente —formarlos
como se prepara ahora a los futuros médicos— es un concepto que asumen PP, PSOE
y Ciudadanos. Tampoco es nuevo. Ya en 2009, el último presidente del Consejo
Escolar del Estado, Francisco López Rupérez, promovió esa idea que Alfredo
Pérez Rubalcaba acuñó como el
MIR de los profesores en 2010. Estaba en los programas electorales
de PSOE y PP en 2011 y repitieron con distintas
fórmulas todos los partidos en 2015, pero no se han hecho.
El debate
sobre el futuro de los profesores es un ejemplo de cómo España es capaz de
detectar cambios necesarios aunque los aplica, si es que lo hace, con lentitud.
El profesor de Sociología de la Universidad de la Laguna, José Saturnino
Martínez, lo resume así: “Vamos donde hay que ir pero no vamos a la velocidad
adecuada”.
Los partidos
han creado una subcomisión de Educación para abordar ese pacto educativo que todos
aseguran querer. Antes de empezar a dialogar, deberán hacer un diagnóstico para
decidir cuál es el punto de partida. Juntos tendrán que reflexionar sobre si el
fracaso escolar retrocede como efecto de leyes o porque los jóvenes dejaban las
aulas atraídos por empleos fáciles que ya no existen. Habrá que analizar,
también, por qué hay una brecha tan amplia de rendimiento entre unas
comunidades y otras, o cómo formar a esos profesores que educarán a las
siguientes generaciones para empleos y tecnologías que no existen.
El presente y
el futuro están en juego y la única forma de lograr el acuerdo es empezar por
lo que a todos une: la calidad en la enseñanza y su adecuación a los nuevos
tiempos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario