martes, 4 de octubre de 2016

La importancia de saber decir ‘no’ a los niños.

«¡Tienes la piel muy fina!». Es muy posible que en algún momento haya escuchado o pronunciado esa expresión para referirse a alguien que no sabe encajar bien las críticas. Una persona que no concibe perder, porque no ha aprendido a hacerlo desde su más tierna infancia, en el seno de su hogar, donde empiezan a asimilarse casi todas las lecciones. Las consecuencias negativas de no poner límites a los menores es un asunto mucho más serio de lo que algunos padres piensan.
Especialistas consultados avisan de que la ausencia de disciplina generará «niños inseguros» a los que estaremos enseñando que pueden tener y hacer lo que deseen. El problema surgirá cuando esa persona crezca y descubra que la vida, como se dice en el argot de la calle, da muchos palos, ya que a su cerebro le va a costar cambiar algo que tiene aprendido, entonces empezarán los problemas de toda índole: psicológicos o emocionales, conductuales...
«Los límites son fundamentales para el desarrollo emocional y social del niño. Les ayudan a vivir en sociedad enseñándoles dónde acaban sus derechos y empiezan los del otro, les enseñan a frustrarse y a perder, y a tolerar el error», explica la psicóloga infantil Mónica González. La especialista del Hospital Quirónsalud Marbella afirma que estos límites deben existir en cualquier contexto (casa, colegio...) y en referencia a cualquier situación (horario de salidas o juegos, higiene, etc.) «En cuanto el niño va adquiriendo cierta autonomía ya le ponemos límites, aunque lo hacemos de una forma espontánea o natural, y casi sin darnos cuenta. Por ejemplo cuando no dejamos al bebé que toque algo peligroso o se meta algo en la boca... Ahí ya estamos empezando a limitar. Pero alrededor de los 2 años ya deberíamos hacer esto de una forma mucho más consciente y planificada», explica González.
Esta especialista afirma que aplicar límites a los menores de una forma razonable y efectiva es mucho más sencillo de lo que parece y ha elaborado unas pautas fundamentales para que los papás no fallen en el intento:
Flexibilidad
Es primordial adaptarnos a la edad y necesidades del niño. Por ejemplo, no podemos exigir a un menor de dos años que permanezca sentado en un restaurante todo el tiempo. Es mejor no estar corrigiendo permanentemente y que lo hagamos en lo realmente importante, y ahí seamos autoridad.

Claridad
El niño tiene que saber exactamente qué conductas son las que se esperan de él y qué conductas no se toleran. Tenemos que ser concretos, ya que el pensamiento del niño es así y tenemos que adaptarnos a ellos si queremos ser eficaces. Mensajes como «pórtate bien» o «no seas malo» son muy generales, tenemos que especificar en conductas palpables y concretas. Por ejemplo: «no debes pegar a tu hermano» o «tenemos que llevar el plato a la cocina al terminar de comer».

Causa-Efecto
Aplicar consecuencias que estén asociadas a las conductas del niño, y que siempre tienen que estar establecidas de antemano, nunca se improvisa. El niño tiene que saber lo que va a pasar antes de actuar, porque así le damos control y porque mucho más importante incluso es el mensaje que le estamos mandando: «el responsable de tu vida eres tú». Algo que a medida que vamos creciendo nos convierte en personas proactivas y luchadoras.
Reconocimiento y desatención
Refuerzo positivo para conseguir o mantener las conductas deseadas mediante economía de fichas, atención en lo positivo, premios, valoración o acceso a tecnologías dependiendo de la edad y de cada niño. Desatención y si es necesario consecuencias que no gusten al niño para extinguir las conductas no deseadas. Por ejemplo: «si pegas a un niño dejas de jugar». Si se produce esa conducta se retira al niño del contexto de juego durante los minutos que años tenga. Si tiene tres años, tres minutos. Después de este tiempo vuelve al juego, y lo repito si es necesario cada vez que se dé esa conducta indeseada.

Mantener la calma
No utilizar broncas, gritos, ni ninguna conducta violenta ni física ni verbal. Los mensajes deben ir enfocados a la conducta concreta y no a la totalidad del niño o a su persona (cambiar «eres malo» por «esto está mal»). Los sermones y las explicaciones excesivas tampoco funcionan y desgastan muchísimo. El cerebro del niño, que está en desarrollo, es muy poco cognitivo, y aprende sobre todo desde lo experiencial. Es por esto por lo que los padres nos dicen siempre «es que ya le he dicho esto miles de veces y sigue sin hacerlo». El niño aprende sobre todo por asociaciones entre un estímulo y una emoción o una conducta y una consecuencia. Esto no quiere decir que no tengamos que hablar o explicar al niño, de hecho es fundamental que escuchemos a nuestros hijos y que respondamos a sus dudas y curiosidades.

Además, los papás deben saber que la atención es uno de los mayores reforzadores (si no el mayor) para el ser humano. Muchas veces, sin darnos cuenta, llevamos toda nuestra atención a lo que los niños hacen mal y casi ni vemos lo que hacen bien. El cerebro del niño necesita atención, y mejor en lo negativo que en ningún sitio, y cuanta más atención más enganchadas van a quedar esas conductas que lejos de extinguirse se mantendrán por lo que en psicología llamamos un refuerzo por atención. Así que vamos a intentar llevar la atención a lo que el niño hace bien y a mandarle mensajes en positivo.
Los papás son la autoridad
Aunque se puede negociar, al final la última palabra sobre las normas en la casa la tienen los padres. Y siempre, tenemos que cumplir lo que hemos pactado (lo positivo y lo negativo).
Canalizar sentimientos
Permitir y normalizar la expresión de emociones desagradables en el niño. Si hemos dicho al niño que si pega a otro nene nos iremos del parque, es normal que se enfade cuando vea que cumplimos con lo que hemos dicho, o que llore o se sienta mal si no le damos algo que nos pide en una tienda.
Permitirle errar
Todo esto se puede hacer desde el amor, la comprensión, el respeto y la tolerancia al error, que nos va ayudar a aprender y más si somos niños. Todos nos equivocamos y actuamos mal a veces, eso forma parte del ser humano, y es el mensaje que debemos mandar a nuestro hijos, que los queremos igual aunque se equivoquen y que les estamos ayudando a avanzar, a aprender y a desarrollar su mejor versión, y por eso tenemos que ir marcándoles el camino correcto.

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