«¡Tienes la piel muy fina!». Es muy
posible que en algún momento haya escuchado o pronunciado esa expresión para
referirse a alguien que no sabe encajar bien las críticas. Una persona que no
concibe perder, porque no ha aprendido a hacerlo desde su más tierna infancia,
en el seno de su hogar, donde empiezan a asimilarse casi todas las lecciones.
Las consecuencias negativas de no poner límites a los menores es un asunto
mucho más serio de lo que algunos padres piensan.
Especialistas consultados avisan de que la
ausencia de disciplina generará «niños inseguros» a los que estaremos enseñando
que pueden tener y hacer lo que deseen. El problema surgirá cuando esa persona
crezca y descubra que la vida, como se dice en el argot de la calle, da muchos
palos, ya que a su cerebro le va a costar cambiar algo que tiene aprendido,
entonces empezarán los problemas de toda índole: psicológicos o emocionales,
conductuales...
«Los límites son fundamentales para el
desarrollo emocional y social del niño. Les ayudan a vivir en sociedad
enseñándoles dónde acaban sus derechos y empiezan los del otro, les enseñan a
frustrarse y a perder, y a tolerar el error», explica la psicóloga infantil
Mónica González. La especialista del Hospital Quirónsalud Marbella afirma que
estos límites deben existir en cualquier contexto (casa, colegio...) y en
referencia a cualquier situación (horario de salidas o juegos, higiene, etc.)
«En cuanto el niño va adquiriendo cierta autonomía ya le ponemos límites,
aunque lo hacemos de una forma espontánea o natural, y casi sin darnos cuenta.
Por ejemplo cuando no dejamos al bebé que toque algo peligroso o se meta algo
en la boca... Ahí ya estamos empezando a limitar. Pero alrededor de los 2 años
ya deberíamos hacer esto de una forma mucho más consciente y planificada»,
explica González.
Esta especialista afirma que aplicar
límites a los menores de una forma razonable y efectiva es mucho más sencillo
de lo que parece y ha elaborado unas pautas fundamentales para que los papás no
fallen en el intento:
Flexibilidad
Es primordial adaptarnos a la edad y necesidades del
niño. Por ejemplo, no podemos exigir a un menor de dos años que permanezca
sentado en un restaurante todo el tiempo. Es mejor no estar corrigiendo
permanentemente y que lo hagamos en lo realmente importante, y ahí seamos
autoridad.
Claridad
El niño tiene que saber exactamente qué conductas son
las que se esperan de él y qué conductas no se toleran. Tenemos que ser
concretos, ya que el pensamiento del niño es así y tenemos que adaptarnos a
ellos si queremos ser eficaces. Mensajes como «pórtate bien» o «no seas malo»
son muy generales, tenemos que especificar en conductas palpables y concretas.
Por ejemplo: «no debes pegar a tu hermano» o «tenemos que llevar el plato a la
cocina al terminar de comer».
Causa-Efecto
Aplicar consecuencias que estén asociadas a las conductas del niño, y que
siempre tienen que estar establecidas de antemano, nunca se improvisa. El niño
tiene que saber lo que va a pasar antes de actuar, porque así le damos control
y porque mucho más importante incluso es el mensaje que le estamos mandando:
«el responsable de tu vida eres tú». Algo que a medida que vamos creciendo nos
convierte en personas proactivas y luchadoras.
Reconocimiento y desatención
Refuerzo positivo para conseguir o mantener las
conductas deseadas mediante economía de fichas, atención en lo positivo,
premios, valoración o acceso a tecnologías dependiendo de la edad y de cada
niño. Desatención y si es necesario consecuencias que no gusten al niño para
extinguir las conductas no deseadas. Por ejemplo: «si pegas a un niño dejas de
jugar». Si se produce esa conducta se retira al niño del contexto de juego
durante los minutos que años tenga. Si tiene tres años, tres minutos. Después
de este tiempo vuelve al juego, y lo repito si es necesario cada vez que se dé
esa conducta indeseada.
Mantener la calma
No utilizar broncas, gritos, ni ninguna conducta
violenta ni física ni verbal. Los mensajes deben ir enfocados a la conducta
concreta y no a la totalidad del niño o a su persona (cambiar «eres malo» por
«esto está mal»). Los sermones y las explicaciones excesivas tampoco funcionan
y desgastan muchísimo. El cerebro del niño, que está en desarrollo, es muy poco
cognitivo, y aprende sobre todo desde lo experiencial. Es por esto por lo que
los padres nos dicen siempre «es que ya le he dicho esto miles de veces y sigue
sin hacerlo». El niño aprende sobre todo por asociaciones entre un estímulo y
una emoción o una conducta y una consecuencia. Esto no quiere decir que no
tengamos que hablar o explicar al niño, de hecho es fundamental que escuchemos
a nuestros hijos y que respondamos a sus dudas y curiosidades.
Además, los papás deben saber que la atención es uno de los mayores
reforzadores (si no el mayor) para el ser humano. Muchas veces, sin darnos
cuenta, llevamos toda nuestra atención a lo que los niños hacen mal y casi ni
vemos lo que hacen bien. El cerebro del niño necesita atención, y mejor en lo
negativo que en ningún sitio, y cuanta más atención más enganchadas van a
quedar esas conductas que lejos de extinguirse se mantendrán por lo que en
psicología llamamos un refuerzo por atención. Así que vamos a intentar llevar
la atención a lo que el niño hace bien y a mandarle mensajes en positivo.
Los papás son la autoridad
Aunque se puede negociar, al final la última palabra sobre las normas en la
casa la tienen los padres. Y siempre, tenemos que cumplir lo que hemos pactado
(lo positivo y lo negativo).
Canalizar sentimientos
Permitir y normalizar la expresión de emociones desagradables en el niño.
Si hemos dicho al niño que si pega a otro nene nos iremos del parque, es normal
que se enfade cuando vea que cumplimos con lo que hemos dicho, o que llore o se
sienta mal si no le damos algo que nos pide en una tienda.
Permitirle errar
Todo esto se puede hacer desde el amor, la comprensión, el respeto y la
tolerancia al error, que nos va ayudar a aprender y más si somos niños. Todos
nos equivocamos y actuamos mal a veces, eso forma parte del ser humano, y es el
mensaje que debemos mandar a nuestro hijos, que los queremos igual aunque se
equivoquen y que les estamos ayudando a avanzar, a aprender y a desarrollar su
mejor versión, y por eso tenemos que ir marcándoles el camino correcto.