En el colegio de primaria donde trabajé
como monitor durante un puñado de meses en Barcelona los niños convivían con
una serie de prohibiciones durante la hora del patio: A fin de evitar que los
niños se hicieran daño, estaba prohibido subirse a cualquier muro más alto que
un metro, estaba prohibido apoyarse o jugar cerca de las barras de las canastas
–puesto que se balanceaban en ellas y podían caer de espaldas-, estaba
igualmente prohibido correr de espaldas, saltar en los charcos y jugar en las
escaleras. Ir al patio que a uno no le correspondía era pecado capital. No
todos los balones de fútbol estaban permitidos y saltar a la comba estaba
restringido, ya que podían caerse, y sólo podían hacerlo las niñas mayores con
las cuerdas que las monitoras prestaban sólo si lo pedían, cuerdas que además
estaban deterioradísimas e invitaban a las chicas a hacer cualquier otra cosa.
Cada vez que un niño se hacía un chichón o algo por el estilo, todas las reglas
se endurecían arbitrariamente durante unos días. ¿La encargada de poner las
reglas era una persona un poco paranoica? Pues probablemente.
Por descontado, objetos puntiagudos, cortantes, etc. estaban terminantemente
prohibidos en todos los ámbitos. A la hora de comer, todos los objetos posibles
(platos, vasos) eran de plástico, y los cubiertos estaban redondeados.
Tras un tiempo fui a Finlandia. Tuve la oportunidad de pasar varios días en un
colegio de primaria, más de una semana entre varios institutos de secundaria y
hacer una visita en un instituto privado de bachillerato. Pero sin meter una
cámara de televisión en el aula.
En la escuela en la que estuve en Finlandia -en la que yo y cualquier padre podía
pasar por las aulas y el patio libremente- para empezar, el patio ni siquiera
tenía muros. Los niños dedicaban su tiempo libre a escalar montones de nieve, a
lanzarse en trineo por los sitios, a ir a los columpios, a esquiar, a patinar.
Salían al patio a no ser que la temperatura fuese inferior a -30º y a la hora
de comer usaban cubertería de verdad.
El colegio tenía una "aula de madera" donde los niños de primaria
disponían de casi todas las herramientas que se pueden encontrar en una
carpintería. El día que fui, dos alumnos de 10 años se ausentaron del aula
ordinaria para irse a la "de madera" para cortar con serruchos
listones de madera, y lo hicieron sin más supervisión que mi casual presencia
por allá. Para lo único que necesitaban supervisión de un profesor era para
usar el taladro eléctrico.
Reflexiones surgen. Los finlandeses deben ser una raza superior o algo por el
estilo, idea que descarto inmediatamente por no ser constructiva y pasamos a
las cuestiones serias:
· Cuestión uno: ¿Tener una carpintería en
la escuela? Qué pasada.
· Cuestión dos: los profesores hemos de
tener claras nuestras preferencias. Querer llegar al final del día sin ningún
incidente es, desde luego, algo muy noble pero ¿hay que sacrificar el hecho que
los niños aprendan a ser un poquito responsables con todo?
· Cuestión tres: levita sobre los
educadores la fantasmal sombra del hecho que vivimos en una sociedad que busca
responsables para todo y que las denuncias más contraintuitivas pueden
progresar, básicamente porque el profesor es el directo culpable de
absolutamente todo lo que les ocurra a sus alumnos en el tiempo en que somos responsables de
ellos.
¿El modelo
paranoide que vi en la escuela de Barcelona, es por la seguridad y educación de
los niños, o más bien por el miedo de los profesores? Es lo que se llama la
educación a la defensiva. Cuando el profesor ha de estar tan pendiente de
cubrirse las espaldas como de enseñar y en consecuencia no se enseña todo lo
bien que se podría. Luego también tenemos la sanidad a la defensiva, que es
otro tema.
Tratar a quienes hemos de estimular la mente como si no tuvieran mente alguna.
A los alumnos les hace entender que no son lo bastante buenos ni lo bastante
confiables para hacer todo lo que están perfectamente capacitados para hacer y
quieren hacer. Por si pasa cualquier cosa. Y luego todo son profecías
autocumplidas con chicos que el día que se les dé responsabilidad, por presión
o excitación, más de uno acabará fastidiándola.
Los alumnos crecen y los llevamos a las aulas de música. Los instrumentos que
predominan en nuestras aulas son la flauta, los xilófonos, el triángulo, cajas
chinas y otras cositas de percusión. Adivina adivinanza, ¿qué tienen estos
instrumentos en común? Ya os lo digo yo. Pues que son indestructibles. Bueno
tanto no, no vayamos a retar a nadie. Instrumentos capaces de sobrevivir al
trato más irresponsable.
En el aula de música finlandesa en la que entré había un piano, dos teclados,
once guitarras acústicas, cinco guitarras eléctricas, un bajo eléctrico, siete
micrófonos, dos baterías y una mesa de mezclas –todo lo que había a la vista-
más todo lo que había en los armarios. Si esto no consigue que un chaval quiera
venir a clase, entonces no se ya qué puede.
A un chico marcado por las prohibiciones y la irresponsabilidad propia de
alguien a quien ya solo nos ha faltado ofrecerle los materiales envueltos en
plástico de burbujas para que no se haga daño ni el chaval ni el material… ¿le
dejaríais una mesa de mezclas? Yo tampoco. Que sí, que el presupuesto no tiene
nada que ver, pero no es ahí donde quiero llegar. Una guitarra acústica no es
más cara que un xilófono, y gusta muchísimo más. "Voy a apuntar a mi hijo
a clases extraescolares de xilófono". No lo veo. El gran problema aquí es
que una guitarra es más frágil. Donde quiero llegar es que si educáramos a los
niños desde pequeños a ser más responsables con lo que tocan y lo que hacen,
pues a lo mejor cuando crecen podríamos estimularlos más y mejor. Quizá no es
obvio, pero poderle dar a un niño una guitarra y en su lugar darle un xilófono
tiene un toque insultante.
El primer paso para que los alumnos nos respeten es respetarles nosotros a
ellos. Dándoles más responsabilidades les hacemos más responsables, están más
motivados, los estimulamos más, les abrimos la mente y los preparamos mejor
para la vida. ¡Estimularlos para que quieran venir a clase!
No se cómo decir que la responsabilidad no se adquiere simplemente con los
años. Se aprende ejerciéndola.
La responsabilidad no es una patata caliente. No lo es. Si el aprendizaje del
día es un chichón, pues bienvenido sea. El error es síntoma de aprendizaje y el
error rompe cosas, y debe entenderse como un gasto más de la enseñanza. No
somos ruines por querer que no nos toque a nosotros, ruin es un sistema que
entiende el error como un fracaso y busca al responsable. También es posible
que no sea más que un síntoma cultural de la falta de presupuesto en educación.
O que estamos "americanizados", dicen otros.
Los alumnos crecen más y en España nos encontramos con muchos gimnasios
escolares con material infrautilizado por las mismas razones. En Finlandia los
mismos chicos se montan el circuito de trampolines, potros y barras con llaves
inglesas, porque tienen 14 y 15 años y la capacidad de sobras para hacerlo
igual que todos, si no se nos hubiese estado convenciendo durante años de lo
contrario.
Lo veo cuando un niño quiere estar de pie en el metro y la madre le dice que se
siente, que se va a caer. Cuando les compramos vasos de plástico con la cara de
Mickey. Cuando el suelo de los parques está acolchadito. Cuando déjame eso que
te vas a hacer daño. Cuando alguien se hace daño por inútil y lo primero que
piensa es en denunciar, ya que el mundo ha de estar preparado para poder ser un
inútil.
Podría continuar explicando cómo en Finlandia los chicos de 16 años usan en el
aula de tecnología taladros, radiales y máquinas de soldar sin supervisión
ninguna. Insisto, porque tienen la edad mental suficiente para hacerlo y se les
ha educado en la responsabilidad. Sé que entre el sistema educativo que hay
aquí y el de allá hay muchas diferencias y que el tipo de responsabilidad al
que me refiero es sólo una de ellas. Fijarnos en las cosas en las que podemos
mejorar es sano y necesario. Poco a poco, que somos constructores. La
responsabilidad tampoco es exclusivamente esto, pero es un factor.
Nuestros amados políticos ponen poquito de su parte. También poquito dinero.
Pero nosotros, ¡Ah! nosotros debemos confiar en nuestros chicos y chicas.
¿Quién si no?
Con unas cuerdas de guitarra rotas han aprendido que las negligencias tienen
consecuencias, que hay que ser más cuidadoso con las cosas, han aprendido que
aun que se equivoquen y a pesar de todo confiamos en ellos; y han aprendido a tocar
la guitarra. Que la vida sin música sería un error.
VÍCTOR CUENCA MARTÍNEZ